martes, 7 de junio de 2016

DEL ELOGIO DEL PERIODISMO.





Portada de la revista Jijirijaja, totalmente hecha a mano por su creador el periodista, dibujante y humorista TuTi Ibañez, allá por los tiempos en que hacer periodismo requería mucho mas que el elogio.

La imagen del periodista Cesar Leovino.


Allá lejos en el tiempo, me sorprendí  cuando un amigo nuevo (1), dijo ser de profesión periodista.  Sin duda que esta actividad no despertaba por entonces, las suspicacias y preferencias que hoy la califican desde los más osados y controvertidos puntos de vista.
Claro, que esa actividad solo estaba ejercida por un puñado minúsculo de amanuenses que tenían el sagrado deber de informar a la comunidad, sobre el acontecer diario de la marcha de su terruño y el mundo.  En mi provincia existían, como puntos de referencia, solo  un diario y una radio, ambos de propiedad de una familia. Y nada más.


Pasaron los años y la sociología –también ciencia poco conocida- incorporó a nuestro léxico cotidiano el término “medios de masiva comunicación” para ilustrarnos de la magnitud en el alcance que adquirió la noticia como proyección. Y dentro de ese mismo concepto no tardó en insertarse la televisión, la radio en sus diferentes amplitudes, las revistas, periódicos, el cine y felizmente internet, que impuso el conocimiento global de manera instantánea al alcance del mundo contemporáneo.

Del principio a la fecha, océanos de tinta graficaron los hechos en cumbres de papel, reflejaron la evolución del hombre y el devenir constante de sucesos mundanos. Y así el sencillo oficio de escribir, fue ganando espacios y adjudicándose logros imprevistos, cuando informaba desde la verdad objetiva y opinaba con total independencia y ecuanimidad.

Los medios crecieron abruptamente y con ellos el ejercicio periodístico, ende los periodistas. Alguien dijo que se constituyó en el cuarto poder, otros lo mas impetuosos, le adjudican el primero - por sobre de nuestras instituciones- lo que resulta aventurado y exagerado, pero no por ello menos importante.
Como en todas las artes y oficios, luces y sombras describen su derrotero, porque después llegó, la otra parte, la cara fea que identificó a otro periodismo, mostrando a quienes no vacilan en mancillar una labor noble y sencilla que debió mantenerse inalterable y como en “Cambalache” se mezclaron, los buenos con los malos, los talentosos con los mediocres, los infames con los decentes,  como no podía ser de otra manera.

“El periodismo es función docente” (2) decía el amigo Segundo Osorio, cuando no se conocía su parte oscura y lapidaria. Tal vez por ello, es que las piedras existen en casi todos los caminos: “La precariedad del trabajo, los salarios del hambre, los salarios de mierda, la censura, la autocensura, en cualquiera de sus putas formas, la presión política que exhibe a la publicidad oficial como a una prostituta de medios y periodistas, la ausencia de una ley que reglamente y transparente la distribución equitativa de ésta a falta de inversión privada, y los periodistas corruptos, son lo algunas de las calamidades, que hacen infame al oficio.

Eso sin embargo no es todo. Hay discusiones conceptuales y perogrulladas que algunos dinosaurios de la especie todavía alientan para retrotraernos al Medioevo. Es menester que el debate se nutra en la diversidad editorial, de fuentes, de géneros, de estilos, y de pensamientos. Al igual que la realidad, el cuerpo debe militar, también, la palabra” (3)

El elogio del periodismo transita en esta hora, por una ruta de doble mano, por donde circulan los unos y los otros. Están los que desinforman, ocultan, deforman, manipulan y mienten, pero también existen los que se avienen al deber de informar, sin ocultamientos mezquinos, ni deformaciones odiosas, los que no responden a la manipulación ni propia, ni extraña, porque no conciben a la mentira, como información.

Sin dudas el tema desborda pasiones y  porque admite controversias, no es fácil colocarse en el punto medio de la objetividad. Por ahora lo que tenemos por cierto es que: “El periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto.”  (Francisco Umbral)

FUENTE:
1- Cesar Leovino Suarez, periodista y docente santiagueño.
2- Epígrafe en portada del semanario santiagueño: Sonoridades.
3-Alfredo Germignani. Revista Cuna, Año 2, No. 5, 2007, Chaco.

domingo, 5 de junio de 2016

Y UN DÍA SE FUE EDGARDO ESPERON UN CLÁSICO DE LOS 70.



                      Se acercó a la ronda en el café como si nos conociera de toda una vida. Se presentó porteño, tanguero, abstemio y militante de aquellos tiempos en que se daba la vida por Perón. Un personaje simpático, serio, educado, noble y sencillo fue aceptado por todos y como pocos fue querido y reconocido por su don de caballero y su aire gentil.

Se arraigó entre nosotros y se declaró santiagueño para siempre. Vivió las más osadas peripecias de entonces, desde deambular sin rumbo cierto, hasta encontrar casa y cobijar a un ciego que no tenia en claro donde estaba.

Pucho en mano y mate semi amargo, siempre presentes, ilustraban la escena cotidiana, mientras se sucedían los amigos de la entonces bohemia de fines del setenta.

Marcelo Adorni, el fabuloso, Pocho Dittamo, el gordo Borras, Mario Candó, Cacho Lora, Balo Badajoz, Miguel Angel Estatello, Nano Neme, Sapo Jerez, Cacho Hoffman y tantos otros que alguna vez protagonizamos un espacio cultural que aun no termina de completarse.

Erudito en materia del dos por cuatro, asombró con sus conocimientos sobre la belle epoque porteña y su trascendencia hasta nuestros días. Su incontenible verborragia daba cuenta en las trasnoches de la en la vieja LV11, que existió un mundo diferente en Buenos Aires, cuando nuestro Homero Manzione escribía sus primeras letras.

África Boîte, el viejo cabaret de la zona de Huaico Hondo, lo tuvo como presentador oficial en sus comienzos, cuando una copiosa publicidad anunciaba a la cantante Alex el torbellino del Caribe, una rubia espectacular de raíces mendocinas que paraba en el viejo Savoy Hotel.

“Hay que erradicar las adicciones y los malos hábitos –decía- y para ello mostrarnos solidarios”. Compartía nuestras jornadas de pesca, las interminables sobremesas, los extenuantes desvelos, siempre con su mate amargo y un cigarrillo encendido.

Una mañana me confesó que había conocido una mujer extraordinaria y que con ella tenía pensado abordar una nueva vida, lejos de los excesos, de las repetidas rondas de café y de los tantos malos ratos sometidos a los vaivenes políticos de entonces.

Ya no lo volví a ver. Salvo algunos mensajes y saludos cruzados,  a veces daban cuenta de nuestras vidas. Supe que consiguió conformar la familia que tanto anheló y que fue muy feliz con hijos y nietos.

Lo recordé siempre, en la escasa distancia de vivir en este pueblo y en verdad me dolió su partida,  pues no fue fácil conocer a un bohemio-clásico, y tenerlo de amigo durante tanto tiempo.