Allá lejos en el tiempo, me
sorprendí cuando un amigo nuevo (1),
dijo ser de profesión periodista. Sin
duda que esta actividad no despertaba por entonces, las suspicacias y preferencias
que hoy la califican desde los más osados y controvertidos puntos de vista.
Claro, que esa actividad solo
estaba ejercida por un puñado minúsculo de amanuenses que tenían el sagrado
deber de informar a la comunidad, sobre el acontecer diario de la marcha de su
terruño y el mundo. En mi provincia
existían, como puntos de referencia, solo
un diario y una radio, ambos de propiedad de una familia. Y nada más.
Pasaron los años y la sociología
–también ciencia poco conocida- incorporó a nuestro léxico cotidiano el término
“medios de masiva comunicación” para ilustrarnos de la magnitud en el alcance
que adquirió la noticia como proyección. Y dentro de ese mismo concepto no
tardó en insertarse la televisión, la radio en sus diferentes amplitudes, las
revistas, periódicos, el cine y felizmente internet, que impuso el conocimiento
global de manera instantánea al alcance del mundo contemporáneo.
Del principio a la fecha, océanos
de tinta graficaron los hechos en cumbres de papel, reflejaron la evolución del
hombre y el devenir constante de sucesos mundanos. Y así el sencillo oficio de
escribir, fue ganando espacios y adjudicándose logros imprevistos, cuando
informaba desde la verdad objetiva y opinaba con total independencia y ecuanimidad.
Los medios crecieron abruptamente
y con ellos el ejercicio periodístico, ende los periodistas. Alguien dijo que
se constituyó en el cuarto poder, otros lo mas impetuosos, le adjudican el
primero - por sobre de nuestras instituciones- lo que resulta aventurado y
exagerado, pero no por ello menos importante.
Como en todas las artes y
oficios, luces y sombras describen su derrotero, porque después llegó, la otra
parte, la cara fea que identificó a otro periodismo, mostrando a quienes no
vacilan en mancillar una labor noble y sencilla que debió mantenerse
inalterable y como en “Cambalache” se mezclaron, los buenos con los malos, los
talentosos con los mediocres, los infames con los decentes, como no podía ser de otra manera.
“El periodismo es función
docente” (2) decía el amigo Segundo Osorio, cuando no se conocía su parte oscura
y lapidaria. Tal vez por ello, es que las piedras existen en casi todos los
caminos: “La precariedad del trabajo, los salarios del hambre, los salarios de
mierda, la censura, la autocensura, en cualquiera de sus putas formas, la
presión política que exhibe a la publicidad oficial como a una prostituta de
medios y periodistas, la ausencia de una ley que reglamente y transparente la
distribución equitativa de ésta a falta de inversión privada, y los periodistas
corruptos, son lo algunas de las calamidades, que hacen infame al oficio.
Eso sin embargo no es todo. Hay
discusiones conceptuales y perogrulladas que algunos dinosaurios de la especie
todavía alientan para retrotraernos al Medioevo. Es menester que el debate se
nutra en la diversidad editorial, de fuentes, de géneros, de estilos, y de
pensamientos. Al igual que la realidad, el cuerpo debe militar, también, la
palabra” (3)
El elogio del periodismo transita
en esta hora, por una ruta de doble mano, por donde circulan los unos y los
otros. Están los que desinforman, ocultan, deforman, manipulan y mienten, pero
también existen los que se avienen al deber de informar, sin ocultamientos
mezquinos, ni deformaciones odiosas, los que no responden a la manipulación ni
propia, ni extraña, porque no conciben a la mentira, como información.
Sin dudas el tema desborda
pasiones y porque admite controversias,
no es fácil colocarse en el punto medio de la objetividad. Por ahora lo que
tenemos por cierto es que: “El periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a
las putas advertidas y al Gobierno inquieto.” (Francisco Umbral)
FUENTE:
1- Cesar Leovino Suarez,
periodista y docente santiagueño.
2- Epígrafe en portada del
semanario santiagueño: Sonoridades.
3-Alfredo Germignani. Revista
Cuna, Año 2, No. 5, 2007, Chaco.