domingo, 5 de junio de 2016

Y UN DÍA SE FUE EDGARDO ESPERON UN CLÁSICO DE LOS 70.



                      Se acercó a la ronda en el café como si nos conociera de toda una vida. Se presentó porteño, tanguero, abstemio y militante de aquellos tiempos en que se daba la vida por Perón. Un personaje simpático, serio, educado, noble y sencillo fue aceptado por todos y como pocos fue querido y reconocido por su don de caballero y su aire gentil.

Se arraigó entre nosotros y se declaró santiagueño para siempre. Vivió las más osadas peripecias de entonces, desde deambular sin rumbo cierto, hasta encontrar casa y cobijar a un ciego que no tenia en claro donde estaba.

Pucho en mano y mate semi amargo, siempre presentes, ilustraban la escena cotidiana, mientras se sucedían los amigos de la entonces bohemia de fines del setenta.

Marcelo Adorni, el fabuloso, Pocho Dittamo, el gordo Borras, Mario Candó, Cacho Lora, Balo Badajoz, Miguel Angel Estatello, Nano Neme, Sapo Jerez, Cacho Hoffman y tantos otros que alguna vez protagonizamos un espacio cultural que aun no termina de completarse.

Erudito en materia del dos por cuatro, asombró con sus conocimientos sobre la belle epoque porteña y su trascendencia hasta nuestros días. Su incontenible verborragia daba cuenta en las trasnoches de la en la vieja LV11, que existió un mundo diferente en Buenos Aires, cuando nuestro Homero Manzione escribía sus primeras letras.

África Boîte, el viejo cabaret de la zona de Huaico Hondo, lo tuvo como presentador oficial en sus comienzos, cuando una copiosa publicidad anunciaba a la cantante Alex el torbellino del Caribe, una rubia espectacular de raíces mendocinas que paraba en el viejo Savoy Hotel.

“Hay que erradicar las adicciones y los malos hábitos –decía- y para ello mostrarnos solidarios”. Compartía nuestras jornadas de pesca, las interminables sobremesas, los extenuantes desvelos, siempre con su mate amargo y un cigarrillo encendido.

Una mañana me confesó que había conocido una mujer extraordinaria y que con ella tenía pensado abordar una nueva vida, lejos de los excesos, de las repetidas rondas de café y de los tantos malos ratos sometidos a los vaivenes políticos de entonces.

Ya no lo volví a ver. Salvo algunos mensajes y saludos cruzados,  a veces daban cuenta de nuestras vidas. Supe que consiguió conformar la familia que tanto anheló y que fue muy feliz con hijos y nietos.

Lo recordé siempre, en la escasa distancia de vivir en este pueblo y en verdad me dolió su partida,  pues no fue fácil conocer a un bohemio-clásico, y tenerlo de amigo durante tanto tiempo.


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