Se fue Cacho, silencioso como fue su
vida, solitario y meduloso de lo propio y lo ajeno. Quienes lo conocimos de
verdad lo sentimos profundamente, ante la irremediable partida, reconociendo su
mística y su extraña manera de sentir el duro compromiso de existir.
De la nada, como el mismo lo
recordaba, transitó un camino de pétalos y espinas. Observó la pobreza con ojos
de niño y el sacrificio que exige el merito en la formación profesional y de
vuelta a los renunciamientos y a las privaciones, tan sólo por haber escogido
el rumbo de la sencillez como estilo de vida.
Sus férreas convicciones y los conocimientos que le dio la profesion, acompañados de una personalidad tranquila y
austera influyeron sin duda, para que asumiese serios compromisos en el ámbito
de la arena política. A todos se negó en un principio, pero cedió ante la
insistencia, porque acostumbraba a “rumiar” previamente aquello que le exigiera
una profunda decisión.
Cargaba consigo un intenso y
arraigado misticismo que lo llevó a relacionar el derrotero de su vida con el
designio del Creador. Es que la Fe logra, sin que parezca extraño, que afloren
esos sentimientos, cuando se deben asumir posiciones, que más que honores,
arrastran consigo cargas abrumadoras que se imponen como un tributo
obligatorio, sin otorgar nada a cambio.
Compartí con el veinte meses de una
gestión intrincada y turbulenta durante su mandato gubernamental, sin feriados,
ni reloj. Días intensos de aprietes, conciliábulos y forcejeos que golpearon
sin cesar sobre la imagen de un hombre que asumió con todo y se retiró sin
nada.
Fue gobernador por mandato de la
infausta “ley de Lemas” que todos los candidatos que participaron de esa eleccion la aceptaron, pero en la noche del
escrutinio definitivo, la desconocieron, cuando los resultados les fueron
adversos. Gritaban “fraude”, tiraban piedras y escondían las manos y en
consecuencia, vimos surgir una especie de “cultura caballar“que nos recordó a
Calígula y a su “senador” Incitatus.
De inmediato le colgaron el
estigma de la ilegitimidad, cuando en realidad había triunfado en la elección,
de conformidad con las reglas del juego que todos habían consentido, sin
impugnarlas en su momento, ni revelarse ante la convocatoria. Y como si ello no
fuera un mal perverso, gestionó con un poder legislativo totalmente atomizado,
que no hizo otra cosa que confrontar por espacios de poder, hasta que terminaron pidiéndole el juicio político, días antes de su renuncia al mando.
Carlos Mujica fue la victima
silenciosa de sórdidas conjuras, absurdas mezquindades, y vanas ambiciones de
sus propios partidarios internos y externos. Tanto él como su antecesor fueron
los únicos que gobernaron esta provincia, en los últimos cincuenta años, sin la
suma del poder público, ni facultades extraordinarias. Es decir, disminuidos,
sin un factor real de poder que les posibilitara un mandato a conciencia y
libertad.
Fue el “globo de ensayo” de los
cruentos ajustes del Ministro Cavallo y de las ambiciones políticas desmedidas
del ex Jefe de Gabinete Eduardo Bauza, quien mandó a fragmentar los fondos de la
coparticipación federal, hasta tanto se promoviera el co-gobierno con su
entonces amigo Carlos Arturo Juárez.
La maledicencia encarnada en la
calumnia, la infamia y todo tipo falsedades, hicieron recaer sobre su persona y
colaboradores, hasta que con la complicidad y los rastreros servicios de un
ignoto juez del crimen - que al afecto actuó de oficio - le adosaron un sumario
(1) y con una fotocopia simple como base probatoria pidieron su captura
internacional y posterior detención junto a todo su gabinete, como si se
tratase de un asesino serial, para que años después, una Cámara del Crimen
resolviese que nunca existió delito.
A tanto llegó el vituperio que en
ocasión en que asistí a una diplomatura en la UCSE sobre aspectos provinciales, un
participante se refirió a la “inmensa corrupción” existente en la gestión de
Mujica. Obvio que interrumpí la clase y le exigí al disertante que exhibiera como prueba de
sus afirmaciones, al menos dos o tres hechos que identifiquen el "estado de
corrupción" al que se refería. Y sonó el silencio, ante la mirada expectante e
incrédula de todos los asistentes.
Con Cacho, se fue un amigo cabal,
serio y honrado. Un gobernante que desde su concepción del humanismo cristiano
se resistió a dar pelea, ni siquiera en defensa propia.
Nunca contestó agravios. Gobernó
en un tiempo, que al decir de Bertold Brecht: se sabía muy poco y se creía
demasiado
Fuente:
1- ver “El contrato de
publicidad”, Brevetta Rodríguez, Miguel. (inédito)
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