domingo, 23 de enero de 2022

P I N G U Y

 

Lo conocí sentado en un banco improvisado,  bajo la sombra de un frondoso  paraíso que cubría íntegramente el frente de su casa. A su alrededor, dos de sus serviciales hermanas –Niña y Pastora- , más otros tres – Mandrake, Mocho y Pichón- conformaban su sequito familiar.

A esa postal reiterada, la recuerdo asomando los años sesenta. Todos en la vereda, en completo silencio, despuntando la tarde, viendo pasar la vida.

Aquella aparente calma traducida en rutina, se replicaba puntualmente entre la víspera de la navidad y el último día del mes siguiente.

Así fue como Pinguy comenzaba sus vacaciones brindando con sus hermanos, sin detener el festejo ni un solo día, hasta el fin de enero.

Fue sin dudas, el menor de todo ese tronco familiar que lo circundaba y el único de la casa, que trabajaba en la dura tarea de la albañilería. Eso, con seguridad, lo convirtió en el señor del dominio ya que por intermedio de sus hermanas, aportaba la comida para todos los integrantes de la familia Juárez.

Adusto, observador, serio, siempre callado, partía como de costumbre al filo de la madrugada cargando una escalera sobre la parrilla de su bicicleta, regresando al caer la tarde, para esperar la noche, en la puerta de su casa bajo el entorno del mítico paraíso.

Así recuerdo la historia de su vida, sin ningún matiz que se contraponga, a ese rito del trabajo diario, interrumpido, solo una vez al año, coincidente con la hora de los brindis.

Al grito de: Yo soy Serafín Juárez, solía manifestarse a viva voz, lo que fue la única expresión que se le conoció a lo largo de su vida. Tal vez el propietario de un record, consistente en beber durante un mes y diez días ininterrumpidos, durante todos los años que signaron su existencia y finalizar ese periplo, con la vuelta al trabajo y volver a empezar.

Recién redescubrí esta vieja fotografía que me supo regalar el mítico periodista Pedro Vozza Sola y recordé estas anécdotas del tiempo de mi niñez, este domingo de un fin de enero, en tiempo de pandemia.

 

 

 


martes, 4 de enero de 2022

S A P O

 


 La vereda del Barquito Bar y las reiteradas sangrias del verano. Un clasico para esa mesa

   Inexorable caminante de las veredas del centro, quizá porque su casa familiar de Perú casi Jujuy se encontraba  situada a pocas cuadras de la legendaria  y adoquinada calle Tucumán, ruta directa a la plaza Libertad.

   Tranquilo, cauto, calmo paseaba su silueta coqueta por los pasillos atestados de gente presurosa que lo consultaba, porque a pesar de su juventud, trabajaba en un banco donde no era fácil ingresar en esos tiempos de exigencias y seca.

   Después arremetieron las luces del casino, de bohemia y festejo, de sol y amanecidas. Con las primeras canas se agrandó la figura, una nueva familia, después los desencuentros, pero siempre azotando por las calles del centro.

   El Sapo fue un amigo que tenía respuestas para todas las cosas y andaba entreverado por todos los rincones, que la imaginación conoce. Ciento un mil travesuras, en un rol protagónico, lo pintaban entero.

   Tampoco le fue ajeno el umbral cultural, y lo ganó la fiesta y con su agenda en mano, que tanto valoraba, se avocó al espectáculo y se nutrió de artistas produciendo un espacio que todos conocían. Representaba  artistas, engalanando la noche santiagueña con figuras de relieve, cantantes, bailarines, actores, modelos, e impuso una celebración que fue notoria y tradicional… La fiesta de los estudiantes y la celebración de los 15 años.

Calle Perú casi Jujuy, la casa solariega 

   Cordial, ameno e ingenioso centró sus oficinas en la vereda del Barquito Bar y desde su mesa poblada, de circunstanciales caminantes,  amigos, artistas y bohemios, contrataba, vendía, negociaba y hacía de las suyas, con el asentimiento y complicidad de todos por igual.

   Y los años se fueron multiplicando y aquel antiguo caminante por las calles del centro, dejó de lucir sus  privilegios, ofreciendo otra imagen, muy diferente a la de aquellos tiempos.

   Y no hace mucho, se fue silencioso diciendo: “cada uno con su cirquito” y cerró sus ojos verdes hasta quien sabe cuando.