La vereda del Barquito Bar y las reiteradas sangrias del verano. Un clasico para esa mesa
Inexorable caminante de las veredas del centro, quizá porque su casa familiar de Perú casi Jujuy se encontraba situada a pocas cuadras de la legendaria y adoquinada calle Tucumán, ruta directa a la plaza Libertad.
Tranquilo, cauto, calmo paseaba
su silueta coqueta por los pasillos atestados de gente presurosa que lo
consultaba, porque a pesar de su juventud, trabajaba en un banco donde no era
fácil ingresar en esos tiempos de exigencias y seca.
Después arremetieron las luces
del casino, de bohemia y festejo, de sol y amanecidas. Con las primeras canas
se agrandó la figura, una nueva familia, después los desencuentros, pero
siempre azotando por las calles del centro.
El Sapo fue un amigo que tenía
respuestas para todas las cosas y andaba entreverado por todos los rincones,
que la imaginación conoce. Ciento un mil travesuras, en un rol protagónico, lo
pintaban entero.
Tampoco le fue ajeno el umbral cultural, y lo ganó la fiesta y con su agenda en mano, que tanto valoraba, se avocó al espectáculo y se nutrió de artistas produciendo un espacio que todos conocían. Representaba artistas, engalanando la noche santiagueña con figuras de relieve, cantantes, bailarines, actores, modelos, e impuso una celebración que fue notoria y tradicional… La fiesta de los estudiantes y la celebración de los 15 años.
Calle Perú casi Jujuy, la casa solariega
Cordial, ameno e ingenioso centró
sus oficinas en la vereda del Barquito Bar y desde su mesa poblada, de
circunstanciales caminantes, amigos,
artistas y bohemios, contrataba, vendía, negociaba y hacía de las suyas, con el
asentimiento y complicidad de todos por igual.
Y los años se fueron
multiplicando y aquel antiguo caminante por las calles del centro, dejó de
lucir sus privilegios, ofreciendo otra
imagen, muy diferente a la de aquellos tiempos.
Y no hace mucho, se fue
silencioso diciendo: “cada uno con su cirquito” y cerró sus ojos verdes hasta
quien sabe cuando.
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