viernes, 13 de diciembre de 2019

LA ÑATA CONTRA EL VIDRIO


Freddy  me vió llegar a la distancia. Clavó sus ojos en mis mocasines, miró el reloj y  mi corbata. No dijo nada... salvo una extraña reverencia que posibilitó la apertura de la puerta y el ingreso al boliche
   
                         Son inimaginables las cosas que nos ocurren en el transito permanente por la vida. Son invariables los hechos que se van sumando hasta formar una colección de recuerdos a los que recurrimos a causa de la asociación permanente de ideas.

Los dorados setenta –como suelo denominar a la década- fueron una constante en donde las sensaciones de asombro y admiración marchaban al mismo ritmo descubriendo las misceláneas de un mundo en constante proyección, que se mezclaban entre culturas de las más diversas fuentes.

En aquel tiempo la Capital Federal nos parecía una lejanía inconmensurable, que se perdía en la magia de lo imposible, no solo por las distancias medidas en kilómetros, sino porque las imposibilidades de acceder a la vorágine de un modus vivendum que se renovaba permanentemente.

ROBERTO CARLOS tocaba en Mau Mau casi todos los veranos de los 70.
Desde allí se reflejaban las luces del gran orbe, en donde se construían expectativas impensadas y a donde arribaban las novedades relacionadas con el cine, la música, la pintura y todas las formas del arte en su más pletórica realización.

La emblemática boite de aquellos años, se llamó Mau-Mau. Esa glamorosa sala musical que recibió el mote de “in” a donde estacionaba el “jet-set” de aquellos años. Por alli pasaron: Liza Minelli, Omar Shariff, Philippe Junot, Cristina Onassis, en donde Roberto Carlos grabó un Log Play en vivo, Charles Aznavour, Alain Delon, Geraldine Chaplin, Antonio Gades, Omar Shariff, Rudolf Nureyev, Ornella Vanoni, Wilson Simonal.

Durante 30 años, Mau Mau fue sinónimo de noche "bien", diversión, moda y vidriera para mostrarse. No era para cualquiera. Para poder ingresar, había que pertenecer a cierta elite

No olvido al estadio del club Central Córdoba, cuando desde la platea “Pucho” (1) alentando a los jugadores exclamaba a viva voz:  “lata liste, lata liste” Eran pocos quienes lo interpretaban al hincha más entusiasta de los aurinegros.  Traducido decía: “baile-baile”.

No sé de cuál sería la fuente de inspiración de los hermanos José y Alberto Lata Liste (1) para bautizar con esa extraña expresión, al lugar elegido por generaciones de argentinos, para deleitarse con la noche porteña. 

En la calle Arroyo, entre Suipacha y Esmeralda, estos hermanos mellizos y oficiaba de socio Federico Fernández Bobadilla, inauguraron el 10 de abril de 1964, ese lujoso boliche para unas 350 personas aproximadamente, con tapizados y pieles de cebra, mesas ratonas y cabezas de animales embalsamadas en las paredes.
Ese lugar se asemejaba a un portensoso estar de un jeque arabe habida cuenta de los elementos que decoraban el lugar.

Como antecedente inmediato, según el nombre,  podemos asegurar que: “Mau Mau fue una organización guerrillera de insurgentes keniatas que luchó contra el Imperio británico durante el periodo 1952-1960. Sus miembros eran fundamentalmente de la tribu kĩkũyũ con algunos elementos Meru y Embu.

Aunque militarmente el levantamiento Mau Mau fracasó, precipitó la independencia keniata y motivó la lucha contra las potencias coloniales en otras regiones africanas. La rebelión no tuvo éxito militarmente, pero ayudó a crear desconfianza entre los colonos blancos y el gobierno de Londres, lo que contribuyó a crear el clima que llevó a la independencia de Kenia en 1963.” (2)

Nunca imaginé que alguna vez podía ingresar por la puerta grande a ese emblemático portal que signó a tantas generaciones de argentinos. Y el sueño se hizo realidad, una noche cálida comenzando los noventa. La pasé a buscar por su casa con la idea de un café y mucho dialogo y sin quererlo nos detuvimos al frente de la discoteca soñada.
En la calle Arroyo, entre Suipacha y Esmeralda, los hermanos mellizos Alberto y José Lata Liste, y su socio Federico Fernández Bobadilla, inauguraron el 10 de abril de 1964, un lujoso boliche para 300 personas, con sillones tapizados con pieles de cebra, mesas ratonas y cabezas de animales embalsamadas en las paredes.
 El lugar simulaba ser el living de un millonario que organizaba fiestas todas las noches.

La musita estaba pergeñada por el famoso disk jockey Exequiel Lanús. Y la atención a cargo del maître ‘El tano’ Fabrizzi, tuteaba a los todos los habitués. En la puerta el Julio Fraga, los hombres sólo con saco y corbata y las mujeres, con vestidos de soirée. 
Nos miramos y sin acuerdo previo nos dirigimos en silencio hasta el boliche. El mítico morocho –que era parte del paisaje y de la casa-  nos dio las buenas noches decidiendo que las puertas se abriesen por intermedio de dos patovicas apostados en el lugar.
  
Después, todo fue  lo imaginado con el lujo de todos los detalles, desde las mesas individuales alumbradas con su velador mortecino, hasta los confortables sillones en los laterales destacando el estilo inconfundible del salón.

Bebí el champan más confortable de mi vida y escuché a mi corazón latir embravecido a causa del encanto, del aroma de una piel que por momentos me incitó a  levitar.
Mau Mau cerró en 1994. José Lata Liste, murió en junio de 2011, cuando tenía 78 años. Su hermano Alberto había muerto unos años antes.
En 1998 el edificio fue demolido y allí se construyeron dos torres. Alli se derrumbaron las noches del glamour, cuando se decia que Isidoro Cañones después de ‘reventar’ la noche allí terminaba, desayunando en La Rambla o en La Biela.


Recién me preguntaron por la suerte de aquel  local que fue venerado como único en su estilo y se me ocurrió contar en estas líneas, que alguna vez pasé por el lugar, y me sentí como si fuera el personaje discepololiano de aquel tango: 

                                    “ De chiquilín te miraba de afuera
                                      como a esas cosas que nunca se alcanzan...
                                      La ñata contra el vidrio,
                                      en un azul de frío,
                                      que sólo fue después viviendo
                                      igual al mío...”  (3)



FUENTE:
1- Los creadores de Mau-Mau
3- Cafetín de Buenos Aires, Tango (1948) autores:  Mores y  Discepolo 





miércoles, 4 de diciembre de 2019

CHAU ELSA...



Elsa Castillo Carrillo de Gimenez

      Seguro que me están sobrando las palabras para decirte adiós, pero no me resulta fácil, simplificar el tiempo compartido durante tanta vida. 
Pasaron sin querer cincuenta años, de andar y desandar nuestros caminos y en el medio aprendimos, entre tantas otras cosas, lo gratificante y sencillo que confiere el valor de la amistad, la grandeza del lazo familiar y el honrar el sentimiento, que la generosidad del Señor, nos mandó a ejercitar.

Qué triste es admitir que sin darnos cuenta, fuimos creciendo juntos y el destino nos fue repartiendo a veces, pesares y alegrías, olvidos y tristezas y un sin fin de entusiastas fantasías que nunca dejaron de asombrarnos. Fueron más las victorias, que las luchas perdidas, que al fin y al cabo se transformó en haber,  a la hora del balance.

Tu vocación por el estudio se plasmó en la enseñanza y fuiste portadora de la fuente, en donde abrevaron un sin fin de generaciones, que desde tu cátedra entendieron el alfa y el omega, la encubierta la raíz del verbo y el arcano que emerge del latín.

Muchos van a extrañar el oui o el mon amour de tu dicción perfecta, la gala tu excelsa simpatía y ese aire perfumado de Paris… aromando el paisaje de Santiago.

Esa elegancia innata que adornó tu franca bizarría, acumuló cadencias tras tus pasos y creció nostalgioso ese glamour pausado, que engalanó el nivel de tu presencia.

Quizá nunca advertiste los nobles sentimientos que dejaste arraigados en el corazón de tus alumnos, ese reconocimiento pleno, trasmitido por décadas, el mismo que seguirá resonando, tras cada evocación de quienes te conocieron.

Vivir es recordar, que duelen las ausencias, aunque quede el consuelo de esta amistad profunda, bordeando el medio siglo que no ha pasado en vano. Los años se nos fueron depreciando tras el alto compromiso de existir.

Ya no estas, no te veremos más, pero intuyo, que fuiste jubilosa a la casa del Padre a ofrendar tu humildad al pasar por el mundo.  Agradezco tu ahínco por advertirme siempre enmendar mis errores, desde la predica del deber y la enseñanza y en el nombre de todos, quienes fuimos tus alumnos, te damos las gracias por tanto… sin dejar de llorar por tu partida.

                  Requiescat in pace