viernes, 20 de mayo de 2016

CARLOS MUGICA ENTRE EL MISTICISMO Y LA AUSTERIDAD



   Se fue Cacho, silencioso como fue su vida, solitario y meduloso de lo propio y lo ajeno. Quienes lo conocimos de verdad lo sentimos profundamente, ante la irremediable partida, reconociendo su mística y su extraña manera de sentir el duro compromiso de existir.

De la nada, como el mismo lo recordaba, transitó un camino de pétalos y espinas. Observó la pobreza con ojos de niño y el sacrificio que exige el merito en la formación profesional y de vuelta a los renunciamientos y a las privaciones, tan sólo por haber escogido el rumbo de la sencillez como estilo de vida.

Sus férreas convicciones y los conocimientos que le dio la profesion, acompañados de una personalidad tranquila y austera influyeron sin duda, para que asumiese serios compromisos en el ámbito de la arena política. A todos se negó en un principio, pero cedió ante la insistencia, porque acostumbraba a “rumiar”  previamente aquello que le exigiera una profunda decisión.

Cargaba consigo un intenso y arraigado misticismo que lo llevó a relacionar el derrotero de su vida con el designio del Creador. Es que la Fe logra, sin que parezca extraño, que afloren esos sentimientos, cuando se deben asumir posiciones, que más que honores, arrastran consigo cargas abrumadoras que se imponen como un tributo obligatorio, sin otorgar nada a cambio.

Compartí con el veinte meses de una gestión intrincada y turbulenta durante su mandato gubernamental, sin feriados, ni reloj. Días intensos de aprietes, conciliábulos y forcejeos que golpearon sin cesar sobre la imagen de un hombre que asumió con todo y se retiró sin nada.

Fue gobernador por mandato de la infausta “ley de Lemas” que todos los candidatos que participaron de esa eleccion la aceptaron, pero en la noche del escrutinio definitivo, la desconocieron, cuando los resultados les fueron adversos. Gritaban “fraude”, tiraban piedras y escondían las manos y en consecuencia, vimos surgir una especie de “cultura caballar“que nos recordó a Calígula y a su “senador” Incitatus.

De inmediato le colgaron el estigma de la ilegitimidad, cuando en realidad había triunfado en la elección, de conformidad con las reglas del juego que todos habían consentido, sin impugnarlas en su momento, ni revelarse ante la convocatoria. Y como si ello no fuera un mal perverso, gestionó con un poder legislativo totalmente atomizado, que no hizo otra cosa que confrontar por espacios de poder, hasta que terminaron pidiéndole el juicio político, días antes de su renuncia al mando.

Carlos Mujica fue la victima silenciosa de sórdidas conjuras, absurdas mezquindades, y vanas ambiciones de sus propios partidarios internos y externos. Tanto él como su antecesor fueron los únicos que gobernaron esta provincia, en los últimos cincuenta años, sin la suma del poder público, ni facultades extraordinarias. Es decir, disminuidos, sin un factor real de poder que les posibilitara un mandato a conciencia y libertad.

Fue el “globo de ensayo” de los cruentos ajustes del Ministro Cavallo y de las ambiciones políticas desmedidas del ex Jefe de Gabinete Eduardo Bauza, quien mandó a fragmentar los fondos de la coparticipación federal, hasta tanto se promoviera el co-gobierno con su entonces amigo Carlos Arturo Juárez.

La maledicencia encarnada en la calumnia, la infamia y todo tipo falsedades, hicieron recaer sobre su persona y colaboradores, hasta que con la complicidad y los rastreros servicios de un ignoto juez del crimen - que al afecto actuó de oficio - le adosaron un sumario (1) y con una fotocopia simple como base probatoria pidieron su captura internacional y posterior detención junto a todo su gabinete, como si se tratase de un asesino serial, para que años después, una Cámara del Crimen resolviese que nunca existió delito.

A tanto llegó el vituperio que en ocasión en que asistí a una diplomatura en la UCSE sobre aspectos provinciales, un participante se refirió a la “inmensa corrupción” existente en la gestión de Mujica. Obvio que interrumpí la clase y le exigí al disertante que exhibiera como prueba de sus afirmaciones, al menos dos o tres hechos que identifiquen el "estado de corrupción" al que se refería. Y sonó el silencio, ante la mirada expectante e incrédula de todos los asistentes.

Con Cacho, se fue un amigo cabal, serio y honrado. Un gobernante que desde su concepción del humanismo cristiano se resistió a dar pelea, ni siquiera en defensa propia.

Nunca contestó agravios. Gobernó en un tiempo, que al decir de Bertold Brecht: se sabía muy poco y se creía demasiado

Fuente:
1- ver “El contrato de publicidad”, Brevetta Rodríguez, Miguel. (inédito)



lunes, 9 de mayo de 2016

SUSANA POMAR LA ESPOSA DEL SILENCIO

Cuando la conocí, a principios de los setenta, me asombró su gracia maternal, su gesto tranquilo, pausado y su mirada clara y elocuente que se acentuaba desde el contorno de una mujer indiscutidamente bella.

Me preguntó si ejercía como periodista, le dije que no, pero que me apasiona escribir sobre hechos y personajes de nuestra historia. Creo que le inspiré confianza, porque en cada oportunidad que la visitaba, me hablaba de su vida ligada a la política y al peronismo de entonces, sin ocultar ningún detalle, bajo mi promesa de no revelar nada.

Sabía que me había convertido, desde los años setenta en un defensor acérrimo de la figura pública de su marido, apenas evocada  en ese tiempo en que fuimos gobernados de bota en bota, entre el temor y la incertidumbre de nuestros destinos.

La temática fue recurrente, como obligatoria, desgranado sobre su azorada juventud y aquellos días acompañando a su ilustre compañero, que la había obnubilado desde la cátedra de historia argentina en su paso por la secundaria

Isabel Susana Pomar, cumplidos diez y nueve años, se casó  el 16 de julio de 1946 con Ramón Carrillo, que contaba por entonces cuarenta años y se encontraba al frente del Ministerio de Salud de la Nación, la boda se realizó en la vieja casona familiar de la calle French entre Billinghurst y Sánchez de Bustamante –adquirida por el cónyuge-  y fue apadrinada por el Gral. Juan Perón y su esposa Eva Duarte.

Siempre nos recibió en su casa, una pequeña, antigua quinta entre Adrogue y Villa Calzada a la que bautizaron con el nombre de “Villa Antares” (1). Allí fue feliz en su matrimonio y crecieron sus cuatro hijos, pero también ese solar fue el laboratorio de estudios e investigaciones de Ramón –que no solo ejercía la medicina, estudiaba los insectos entre otros- y el sitio obligado de las reuniones políticas, de la familia numerosa y de los estrepitosos allanamientos y saqueos ordenados por el régimen militar que derrocó al peronismo en 1955.

Su vida no fue ni simple, ni fácil. Se integró de inmediato al numeroso ámbito familiar del clan Carrillo y desde que lo conoció hasta el fin de sus días, secundó a su marido en la buenas y en las malas, más desde el llano, que en la función pública.

Vivió un destierro involuntario, y soportó con estoicismo el vituperio y la maledicencia de propios y extraños que no conciben que sea posible la honradez y el sacrificio en el cargo político. Su extraordinaria belleza se convirtió en un estigma que no le fue fácil sobrellevar en tiempos aciagos.

Viuda en plena juventud, vivió tan sólo diez años de matrimonio, sin recursos y al frente de su familia, se mantuvo incólume cuando arreciaba una voraz campaña difamatoria en contra de su marido, a quien nunca le  pudieron probar ni una sola de las diatribas que le endilgaron.

Se supo que la canallada estaba inspirada -por un emulo de Goebbels- (2) el entonces Coronel Enrique Rotjer, uno de los inspiradores de la Revolución Libertadora, el mismo que emitía comunicados falsos y mandaba a empapelar la ciudad de Buenos Aires con supuestas investigaciones e imputaciones de toda índole en contra del ex funcionario muerto..

Pero Susana estaba fortalecida desde el dolor y aun se recuerda la solicitada publicada en al diario La Prensa, motivada por la angustia que le provocó el saqueo de su casa cuando estuvo exiliada en el exterior junto con su marido y sus hijos. Decía, refiriéndose al militar aludido: “Se acuerda usted, cuando se tiró en una cama y revolcándose con las botas puestas, pedía a gritos whisky importado y discos? ¿Se acuerda de que no hallándose en una garconniere (especie de habitación utilizada para encuentros amorosos) y sí en una casa de familia, abrió los cajones de las cómodas, extrayendo las piezas íntimas de mujer y levantándolas en alto como trofeos de victoria, acusó al nylon y a la seda de ser productos de contrabando?¿Sabrá usted decirme qué destino tuvo la colección de corbatas de mi marido, las lapiceras de oro, las medallas, las condecoraciones, regalos de sus amigos o pacientes y otros premios otorgados a su valor científico, como la estrella de oro y esmalte azul, regalo de Francia? ¿De la pistola Brownig, del tocadiscos Webster, de las dos radios portátiles y del secreto que contenían cuatro bolsas no identificadas que salieron con usted de mi casa?¿Sabría usted decirme de las otras “chucherías” artísticas que yo tenía en mi hogar y que después de su sonada visita ya a pesar de los focos de luz con que iluminaban el edificio y del cordón policial que rodeaba la manzana, desaparecieron a plena luz o cuando usted impartió la orden de que se hiciera sombra? (3)

El 24 de diciembre antes de la medianoche se fue para siempre, la dueña de los ojos color turquesa que me contó la otra historia que vivió, muy diferente a la que se conoce.

Se fue tan silenciosa, como vivió. Guardó el secreto. Yo haré lo mismo.

Referencia:
1- Adquirida por Ramón Carrillo que abonó $ 90.000 de contado mas hipoteca por $ 180.000 con BHN a 30 años.
2- Joseph Goebbels: Ministro de propaganda nazi autor de la frase “miente, miente que algo quedará”
3- Marin Guillermo. Ramón Carrillo: la grandeza y el exilio.