Sin lugar a dudas Jesús llegó enviado
por el Padre con un mensaje superador tendiente a contribuir a un
esclarecimiento generalizado en esos tiempos aciagos, imperantes durante su
existencia terrena. Los misterios de su vida pública, interpretados desde distintos ángulos desde la cristología, reflejan una orientación inequívoca
conducente a la instauración del valor Justicia,
que es precisamente los que la humanidad anhela desde que existe el hombre.
Era necesario un cambio que erradicara
estructuras patriarcales que sustentaban criterios de desigualdad en una
sociedad sin norte. ¿Y cuál era la actitud de Jesús que deambulaba entre las
multitudes con una prédica simple, repleta de sabiduría, ante un pueblo
ignorante, sometido por la fuerza de un numeroso ejercito de soldados, también
sometidos, a un poder omnímodo, ejercido por los jeques romanos que se
consideraban dioses?
La misión significaba un cambio que
sacudiese las férreas estructuras que regían el comportamiento de entonces y
así se conocieron los exorcismos, las resurrecciones, las sanaciones a
distancia, las comidas grupales y los sermoneos permanentes para hacer conocer
la palabra sagrada, y los códigos de vida tendientes a transformar el orden
establecido.
Pero, la tarea encomendada no le fue
fácil al Hijo del Padre. La sumisión permanente de un pueblo descreído y
sometido desde su concepción hasta el último de sus días, ofrecía un panorama
muy poco edificante, en donde debía germinar la semilla de una vida nueva en donde
habría de instaurarse la realeza del hombre.
¿Qué es la justicia? ¿Qué es lo justo?
Y de ahí en más establecer los cimientos de una nueva sistematización, que
tenga en cuenta a la persona como elemento generador de vida y pilar de la
sociedad, en donde reine la armonía, la paz, el trabajo, el sentimiento de amor
hacia el Supremo Creador y el ámbito necesario para el reparto justo en que exista un pie de igualdad
en donde cada uno pueda obtener lo suyo.
No puede haber Justicia sin Libertad. Jesús predicó con libertad absoluta, sin
restricciones y por sobre todo, sin miedos, porque en su interior soplaba la
fuerza del Espíritu Santo que le generaba seguridad absoluta y claridad de
pensamiento. Su actuación desde el ejercicio de la palabra tuvo la fuerza
suficiente para desencadenar un conflicto de intereses que logró dividir al
judaísmo y con ello ofrendar su propia vida.
Llegó después la prédica escatológica a
través de sus discípulos que, sin el valor exhibido por el líder crucificado,
supieron transmitir desde la sencillez de sus condiciones, las epístolas
católicas, los hechos vividos, las interpretaciones y sus hábitos de vida, que constituyen los Evangelios sinópticos.
Muchos vieron en Jesús a un militante,
portador de buenas nuevas, procurando una original revolución en las relaciones
sociales, persuadiendo desde la palabra, un nuevo orden con signos de marcada
convulsión, pues nadie interpretaba la ética basada en el amor a los que
estaban enemistados, el fin de las estructuras de los patriarcas y el perdón de
las deudas, como blasón de una alianza nueva y eterna.
¿Cómo instaurar el valor Justicia en el ámbito de estas premisas?
¿Cómo evitar que sus propios discípulos se mirasen a sí mismos, cuando era otro
el estilo de vida que cargaban desde ab-initio
y que de aquí en más, debían renunciar a sus lazos familiares, a la arraigada
autodefensa, a poner la otra mejilla a la hora de la contienda y a perdonar
como ejemplo de caridad?
¿Quién lo sabía? ¿Quién podía comprender
todo lo sucedido en apenas tres décadas de la existencia de Cristo sobre la tierra?
¿Acaso se conocía que hay una mano que escribe, unos ojos que miran y oídos que
escuchan?
Casi mil años antes -935 aC- alguien
buscó el sentido de la vida en las cosas humanas y temporales, aconsejando
enfocarse en Dios eterno, en lugar de los placeres temporales. Para Eclesiastés la respuesta siempre fue
Cristo. De ahí su mirada sobre el valor Justicia:
“Aun más vi debajo del sol: en el sitial
del derecho, sentada a la maldad y en el lugar de la justicia sentada la
iniquidad “ (3:16), para acto seguido confirmar “Dios
juzga al justo y al injusto” (3:17)… “y
los justos son solo aquellos que están en Cristo” (2-Corintios 5:21)
El hombre siempre estuvo sometido a
poderes adversos en donde el despotismo fue moneda corriente, sin que le favorezca el menor atisbo de justicia y,
que le asista en los momentos tormentosos por donde transitó su existencia.
¿Cómo se habría llegado al conocimiento de la virtud sin que se conozca el obrar
de Cristo sobre la tierra? ¿Qué destino habrían albergado a las naciones del
mundo sin la existencia de los pactos, los tratados y las sociedades
comunitarias inspiradas en el bien común y el sentimiento de la justicia colectiva?
Solo Dios podría ser garante de una
convivencia en paz, y constituirse en el juzgador universal de toda la
humanidad, sin distinción de credos, ni de razas de ninguna especie. “Si ves en una provincia la opresión del
pobre y la violación del derecho y de la justicia, no te sorprendan tales
cosas. Otro (mas) alto vela sobre el que es alto; y sobre ellos hay quienes son
más altos todavía” (5: 7)
El valor Justicia sin duda alguna es una aproximación al deber ser, no se
trata de un valor absoluto, que pueda brindar seguridad plena al justiciable, es una virtud en la escala
de los valores que busca en sí mismo su espacio de contención, ello es su
realización en plenitud.
Eclesiastés reflexiona sobre su
experiencia y conoce ese vacío desesperante que apremia a aquellos que
desconocen a Dios pues al carecer de la fe salvadora en Cristo su existencia
será vana e irrelevante.
El hombre y su circunstancia están expuestos
permanentemente a padecer apremios y todo tipo de penurias sin que le sean imputables
los hechos que se le atribuyen. Nada es perfecto en un mundo imperfecto. “Todo lo he visto en los días de mi vanidad;
el justo que perece en medio de su justicia y el malvado, que vive largo tiempo
en medio de sus iniquidades” (7: 16) y de allí nace muchas veces la
rebeldía, que descontrola al hombre que nace con el sentimiento arraigado de lo
justo, siente que se le está agraviando,
que se lo hiere sin razón y sin motivo, porque ya está en su esencia, la conciencia de que Dios existe y es quien
le proporcionó ese sentimiento. Es por ello que la enseñanza advierte que “No
quieras ser demasiado justo, ni demasiado sabio… te perderás” (7:17).
A miles de años continuamos en la misma
búsqueda y no cesamos de reclamar Justicia,
tal vez, porque no conocemos la palabra de Cristo que nos ensenó su
esencia, ni acudimos a la sabiduría de Eclesiastés, pues “Lo torcido no puede enderezarse, y es imposible contar las cosas que
faltan” ( I:15). Es que tenemos que entender que la Justicia solo proviene de Dios, “He visto todo cuanto se hace bajo el sol, y he aquí que todo es vanidad
y correr tras el viento” (I14).-
Publicado 24/10/2014
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