Nota editorial del 28 de agosto de 2009
Los
días de la Argentina en medio de un particular invierno, tienen las
mismas características que se le atribuye al mes de agosto, atribulado
por vientos contrarios imprevistos y cambiantes, que no cesan en
contagiarnos su mal humor. Números huecos informa la estadística,
manipulada sin rubor. Nos muestran una pintura, como propia, pero todos
sabemos que no les corresponde, porque el sello pertenece a otro autor.
La
gente está en la calle, azorada y desconcertada por tanto manoseo
institucional. No se comprenden las idas y venidas de un gobierno que
asume las características de un barco que gira sin sentido, sin norte,
ni rumbo cierto que nos lleve a presumir que de igual modo se podrá a
arribar a puerto seguro, sin ningún tipo de contingencias, ni
imprevistos antes de llegar a destino.
Nadie
quiere hablar de la pobreza. Nadie quiere ser pobre. Nadie desde el
poder quiere asumir que la pobreza crece, que nunca bajó sus índices y
que se encuentra en plena propagación. Pero, parece que duele más,
cuando la cachetada se la recibe desde afuera de parte de quien tiene la
autoridad moral suficiente para aplicar medidas correctivas.
El
mundo entero escuchó la predica lanzada desde el Vaticano. ¿Dónde queda
la Argentina? Se preguntaron muchos, sin entender el verdadero
significado de la sentencia papal. Es que: “Benedicto XVI escribió unas
líneas que fueron réplicas de aseveraciones que ya habían hecho, aquí o
en Roma, importantes prelados argentinos.
El "escándalo
de la pobreza" o la "inequidad social" de la Argentina, según los
términos usados por el Pontífice, son palabras que había usado mucho
antes el cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y jefe de
la Iglesia argentina, ante el propio Papa en una visita ad limina a Roma
(a los umbrales de los Apóstoles), al frente de una delegación de
obispos argentinos.
Hace
pocas semanas, el obispo de San Isidro y titular de la influyente
Pastoral Social, Jorge Casaretto, denunció que la pobreza afectaba en la
Argentina al 40 por ciento de la población. ” (1)
Fue
una noticia que no se pudo esconder, ni distorsionar, ni manipulear. El
mundo entero se informó por boca del Santo Padre que los índices de
pobreza en nuestro país, son alarmantes. Claro, no quedó otra que
reconocer que hay pobres en la Argentina, pero… no en la magnitud de la
denuncia impetrada por la Iglesia Católica.
La
respuesta – a tanta sinceridad- de parte de los que nos gobiernan, no
se hizo esperar. De inmediato se destinaron 600 millones de pesos para
que los partidos de futbol sean televisados por canales de aire. Y al
día siguiente, a la hora del desayuno, se daba a conocer el incremento
patrimonial en millones de pesos del matrimonio gobernante. ¿Qué tal?
Por algo en el exterior nos miran con ojos extraños.
Si
el escándalo del hambre se hubiera situado en países del África o en
medios de algunas “republiquetas” que no justifican su razón de ser, el
impacto de la noticia no habría desconcertado al mundo, pero la
Republica Argentina –otrora granero del mundo- nunca debió atarse a una
caída libre hacia un submundo al que nunca perteneció y al que los
argentinos no queremos pertenecer.
Nadie
se explica las causas por las que: “La pobreza, en un país que tiene
toda la posibilidad de no ser pobre, además de estar ligada al negocio
esencial de una vasta dirigencia, corre también el riesgo de pasar a ser
una categoría mental de aceptación colectiva, como ha sido el caso de
la corrupción.
Es
asombroso el umbral de admisión que hemos desarrollado frente a esta
última. No es que la corrupción no sea combatida porque no hay
suficientes mecanismos institucionales para hacerlo. La evidencia
funciona al revés: si no hay mecanismos institucionales de control
efectivo es porque la sociedad sigue siendo indiferente al fenómeno. Lo
más importante, teniendo en cuenta este antecedente, es que la pobreza
no corra la misma suerte. Si la pobreza es funcional a la política, la
pregunta que es necesario hacer es, después de tantos años de
frustración, si estos políticos no son secretamente funcionales a
nosotros, el resto de la población. Porque ese sería finalmente el más
poderoso circuito integrado, el mayor impedimento para la modificación
de la realidad. (2)
¿Cómo
es posible denunciar la existencia de una abrumadora pobreza en el seno
de un país inmensamente rico? ¿Y que justamente quienes gobiernan ese
país declaren públicamente un incremento patrimonial que raya en lo
escandaloso? “Si es lícito y es legal, tal vez no sea ético, ni moral,
ejercer funciones impropias para el beneficio del propio sustento de los
que solamente debieran gobernar, sin ejercer ninguna otra actividad”
(3)
Y
sin embargo parece que a pocos les interesa el estado de abandono e
indiferencia en que se encuentran nuestras áreas de producción.
Debemos
recordar que no hace mucho se tuvo que dejar de lado un desmedido
“tarifazo”, impuesto por decreto a todos los argentinos. No lo hicieron
por advertidos, ni porque se dieron cuenta que estaban cometiendo un
grave error al confiscar los bolsillos de los más necesitados.
Pusieron la marcha atrás, cuando escucharon los primeros golpes de cacerolas, justo al frente de la residencia presidencial.
Fuente:
1- Un termómetro fiel de la situación social, por Joaquín Morales Sola, La Nación, 7/08/2009.-
2- El riesgo de aceptar la pobreza, por Enrique Valiente Noailles, La Nación 9/08/2008.
3- Ricos y Famosos: http://www.brevettarodriguez.com/politica.html#ricosfamosos
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