Nota Editorial del 6 de enero de 2008.-
“La mayoría
de los dirigentes políticos y en especial los provincianos, explicaba,
se disputan un lugar en las listas de legisladores nacionales pensando
que desde la Capital Federal realizaran un gran salto que los coloque en
una posición superior en la carrera política.
Pero nada más equivocado. Solo muy pocas excepciones conozco que se les
haya cumplido el sueño que trajeron. En éstas Cámaras se oscurece el más
iluminado. Y con el tiempo suelen descubrir que aquí, no son nadie….”
Desde que los
argentinos comenzamos a reconstruir una nueva democracia, fenecido el
genocida golpe del 76, en Santiago del Estero Carlos Arturo Juárez,
retomó una vez más las riendas del poder que se le había arrebatado
precisamente, en esa alzada militar de aquellos años, que abrieron
tantas heridas en el tejido social y que aun treinta años después, no
terminan de cicatrizar.
Gestor de una
aplastante mayoría tras el resultado electoral sobre la Unión Cívica
Radical, el Partido Justicialista y sus aliados históricos retornaban a
fines de octubre de 1982 al cetro del poder político, para ejercer una
supremacía a ultranza, acaparando los puestos estratégicos en casi todo
el territorio provincial, salvo una que otra excepción.
El denominado
“juarismo”, como lo hizo siempre, se alzó con los dos tercios de los
legisladores provinciales, más los dos Senadores Nacionales –de aquel
entonces- y la mitad mas uno de los Diputados de la Nación.
Y así
sucesivamente el partido del General Perón, a veces con el rostro de
Iturre, Mujica, Díaz o Aragonés, reservaron entre sus filas a la mayoría
de legisladores nacionales y provinciales, dejando a la oposición
totalmente desguarnecida, sin que pudiese lograr, la aprobación de un
solo proyecto ante la mayoría exultante del gobierno de turno.
No obstante
las últimas dos Intervenciones federales que soportó nuestra provincia,
dispuestas desde el poder central durante estos años de nueva gestación
democrática, en las Cámaras nacionales Carlos Juárez, per se o por
otro, siempre estuvo presente.
Resulta
paradójico ese interés desmedido del caudillo por acaparar las bancas
nacionales, pues ningún buen resultado, ni político, ni económico,
recibió de ellos a lo largo de estos más de 20 años de hegemonía
personal en su feudo, al que gobernó con tinte autocrático desde la
conocida soledad del poder de la que nunca pudo escapar.
Sus largas
meditaciones previo a la confección de los “listados sabanas” antes de
cada disputa electoral daban la sensación de que se encontraba inmerso
en una búsqueda intrincada para arribar a una prolija elección de
quienes serían los candidatos a legislar, en beneficio de la provincia y
de un país mejor. Pero, nunca existió nada mas alejado de esa realidad.
Ante cada
acto electoral Juárez siempre “escondió bajo siete llaves” la nomina de
quienes serían sus candidatos, las que mandaba a presentar al cierre del
vencimiento de los plazos procesales, no como estrategia electoral en
busca del factor sorpresa, sino como una manera de detener una segura
estampida de la “la tropa” –solía decir- cuando se enteren que no
formaban parte de los elegidos.
Nunca le
interesó ni la calidad cultural, ni el prestigio personal de los
postulantes que colocó en el parlamento, tampoco la cantidad de votos posibles que esos nominados podían
aportarle.
TRISTE, SOLITARIO Y FINAL
Las resultas
de éstas maniobras están ampliamente publicadas mediante datos
históricos y reiteradas estadísticas que forman parte de la memoria
parlamentaria nacional y provincial.
Sirva como
mero ejemplo ilustrativo, que la provincia de Santiago del Estero
encabezó en varios periodos de sesiones ordinarias las nominas jocosas
de los llamados “diputados mudos” (los que nunca hicieron conocer su voz
en el recinto) para vergüenza ajena de los santiagueños.
También su
señora esposa Marina Mercedes Aragonés de Juárez, ex gobernadora de la
provincia, cuando resultó ungida Diputada Nacional, no escapó a la
observación de los memoriosos cronistas especializados del “Semanario
Parlamentario” y es recordada dentro de las crónicas insólitas, pues
jamás asistió a ninguna las sesiones ordinarias de la Cámara, mientras
duró su mandato, salvo el día de su incorporación.
A tanto llegó
el desprecio por nuestras instituciones, que en una oportunidad Carlos
Juárez llegó a negociar una banca de Senador Nacional, mandando a votar a
sus acólitos por un extraño y foráneo personaje que no conocía ni el
mapa de la provincia, que sin embargo llegó a representarla, sin aportar
absolutamente nada para destacar, ante el Honorable Senado de la Nación.
No podemos
decir que la “era Juárez” en las Cámaras de Diputados y Senadores nos
legó algún párrafo para insertar en las páginas de las glorias
conseguidas al servicio de la Patria. Nada más lejano que esa
posibilidad.
Hoy ya no
queda un solo vestigio de lo que fuera el juarismo, ni en las Cámaras
legislativas de la provincia, como tampoco en Asamblea Nacional.
De aquí en
más corre otro tiempo de la democracia y otros son los elegidos, a
quienes podremos observar y analizar con detenimiento cuando llegue la
oportunidad de rendir cuentas.
Ahora ocupamos el rol de anónimos testigos del… ¿ Cómo será, de aquí en más, legislar sin los Juárez..?
Por el momento escuchamos a Peteco:
“Carlos Arturo Juárez
Cincuenta años dominó
No hay nada que agradecerle
Ya olvidémoslo...”
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