Resulta
común en la esfera política, el envío indiscriminado por cualquier medio, de lo
que se conoce como información subliminal, que se realiza con el solo propósito
de captar adhesiones, imponer ideologías o atributos personales, sin que a
menudo importe el destino del anuncio, como tampoco su procedencia.
Estos
viejos, malos hábitos, que vulgarmente se asimilan al recurso del llamado
“doble mensaje”, que vendría a ser lo mismo, sostener que algo es blanco,
cuando en realidad se sabe que no lo es, parece ser la tendencia impresa que se
está imponiendo en estos tiempos.
A
ello se debe consignar que los protagonistas, de ésta novedosa forma de ocultar
o confundir, realizan sus propuestas a sabiendas del fuerte impacto que
producirán en el tejido social, sin que se interesen demasiado por el resultado
o la percusión del resultado, pues un discurso ambiguo, como una aclaración
engorrosa, seguramente dará motivo a diversas interpretaciones y de ahí en mas,
el propósito empeñado, estará cumplido, pues pareciera que lo que se busca es
la confusión colectiva.
LA POLÍTICA DE LA ANTÍTESIS
Esta
extraña practica, que se viene reiterando en casi todos los campos del
pensamiento político, como de la realidad social, es una muestra elocuente de
que en la actualidad se ha generalizado una especie de malformación del
ejercicio de las acciones y derechos que - por su naturaleza - debieran ser
simples y transparentes.
Así,
como en el juego del gran bonete, nadie quiere hacerse cargo de sus
propios errores o desviaciones, ni de los posibles y desafortunados defectos
que quedarán al descubierto a causa de su mal obrar.
La
mayoría, prefiere mirar para otra parte, cuando es descubierto en falta u
omisión, porque la exigencia de lograr la perfección, que le imponen estos
tiempos exitistas, obligan necesariamente al protagonista, a
esconder el producto o resultado de sus actos de la misma forma con que
naturalmente lo hace el avestruz.
Esta
contrariedad podría denominarse como la política de la antítesis o la mejor
manera de “… tirar la piedra y esconder la mano” porque, a enmendar una mala
gestión, reconocer un hecho desafortunado, o asumir en plenitud el
calificativo de irresponsabilidad que puede serle propio, nadie parece estar
dispuesto.
Asimismo, el acto virtuoso de saber pedir perdón, ante las consecuencias de una
falta cualquiera, resulta hoy demasiado mezquino ante circunstancias en que
imperan los efectos de una moral ligh, en donde todo está desnaturalizado,
hasta los márgenes de la propia conciencia, lo que nos lleva a preguntarnos por
el rumbo futuro que ha de asumir nuestra sociedad de cara al comienzo de este
nuevo milenio.
¿Servirá a los fines del Estado el ejercicio de la política, conocida
vulgarmente como el juego del “todo vale”, donde el hombre ya dejó de ser
el fin para transformarse en un simple medio...?
EL HOMBRE ESTÁ MUTANDO
Los
cambios bruscos, sin duda, alteran los efectos rutinarios que por siglos
caracterizaron las costumbres y actitudes del hombre. Pero no siempre esas
transformaciones contribuyen a hacer realidad las anheladas soluciones que con
impaciencia se procuran.
El
hombre está mutando sobre la suerte ignota de un comienzo de siglo, en que las
asechanzas y las inseguridades son como moneda corriente en el transcurrir
cotidiano y es quizá por ello, que se siente rebasado ante la sensación
de tener que purgar una condena de ante mano, prefiriendo asumir la negación y
el ocultamiento, antes que salir a defender a cara descubierta, el
fundamento de su propio obrar que - bueno o malo - asumió con anterioridad.
¿Dónde
va el hombre, sin ocultar la búsqueda de un perfeccionismo sin límites, ni
controles? Quizá lejos del debido reconocimiento de saberse
condicionado y que resulta mas que factible que pueda equivocarse una y mil
veces, por el solo hecho de su propia condición, porque debe admitir, que por
naturaleza, es constante actividad y creación.
Graves
acusaciones sin elementos probatorios, aseveraciones calumniosas sobre hechos
falsos, verdaderas condenas sociales, sin juicio previo, la búsqueda de
urgentes presunciones de culpabilidad ante el estado de inocencia, cobardes
anónimos, y hasta sentencias complacientes, se invierten, - como el rostro del
dios Jano - en el ámbito de una sociedad que mira absorta y siempre con
desconfianza, tanto a lo actual como al porvenir.
El
siempre inconciente prejuzgamiento, la sensación permanente de inseguridad, la
cotidiana impunidad, el descontrol, la agresión gratuita y la irreverencia,
navegan juntas por el mismo río, sin dejar de asimilarse a esa especie de
concepción discepoliana que vaticinó con precisión las similitudes que
caracterizaron al siglo pasado y a este que recién comienza.
Hoy
casi sin darnos cuenta, estamos ingresando al tiempo de las “relaciones
impropias” - esa graciosa definición pergeñada del ex Presidente Clinton cuando
fue sorprendido en una confusa situación de índole privada - , que viene a
sintetizar esa presunción, que fluye en casi todos los ambientes, es decir la
vuelta al oscurantismo, porque, en este mundo heredado con la globalización
incluida, nadie parece estar dispuesto a reconocer y asumir sus propias
equivocaciones y mucho menos a poner la otra mejilla.
Publicado 18-2-2007
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