viernes, 19 de abril de 2024

ALBERTO PEDRO ALENDE BRAVO: otro amigo que se fue.

 


Los sesenta y setenta nos abrazaron con la rudeza de los pupitres de madera, gastados por el roce de nuestras juventudes inquietas. Esas aulas del Colegio Nacional, con sus pisos de pinotea que gemían bajo el sol ardiente del verano y el frío cortante del invierno, fueron testigos de nuestras risas insomnes, de los sueños que se colaban por las ventanas abiertas al mundo.
Eran días largos, eternos, donde las siestas se encendían con el chisporroteo de las cervezas derramadas en las carnestolendas del club Estudiantes. Las noches de los sábados nos veían desfilar por la calle San Martín, con el brillo de la gomina en el pelo y el corazón latiendo al ritmo de Charles Aznavour, Raphael y los Iracundos. En la esquina de Entre Ríos, nos deteníamos, fingiendo indiferencia, para lanzar miradas furtivas a las vecinas de mitad de cuadra o de la esquina opuesta, que quizás nunca supieron de nuestros anhelos adolescentes.
 Por esas mismas calles deambulaba el mítico Luis Ambrosio Salvatierra, el Marqués de Canta Rana, un personaje que parecía escapado de un cuento, tejiendo su propia leyenda en el aire santiagueño.
La vida, indiferente, siguió su curso, llevando a cada uno por senderos distintos. Los nombres de entonces —Julio César Montenegro, Arturo “Toty” Sydow, el Zorro Manuel Arce, Carlitos Suárez— se convirtieron en ecos, en destellos de una algarabía que se deshizo entre distancias y ausencias. La juventud, esa chispa rechoncha y vibrante, se fue diluyendo en el itinerario inexorable del tiempo.
Hace no tanto, nos reencontramos en la gramilla del Old Lyons, junto a la costanera. Como en un ritual antiguo, alzamos nuestras copas bajo el sol de la tarde, celebrando a nuestros hijos que corrían tras el óvalo en partidos que parecían eternos. Nos mirábamos desde lejos, caminando junto al río, convencidos de que esas caminatas podían engañar al tiempo y al talle, aunque sabíamos que el brindis generoso siempre nos esperaba al final del día.
Hoy me dicen que te has ido, que cambiaste este mundo por el reino de la luz. Y aquí estoy, Mariscal, atrapado en la marea de la nostalgia, contando madrugadas que se agotan. Nos vamos yendo, uno a uno, por el mismo sendero, dejando tras nosotros el rumor de aquellos días que nunca volverán.Hasta que nos crucemos de nuevo, bajo otro sol, en otro río. Hasta la vista mi Mariscal...

 

No hay comentarios.: