El
ejercicio de la abogacía en la Argentina, como en el resto del mundo, está demandando
un cambio sustancial sobre las férreas
estructuras en donde se encuentra encorsetado, digamos desde siempre. Nadie
puede ignorar que la evolución del mundo impone pautas de adaptación, que
exigen per se, la revisión de los elementos y las
herramientas con que se debe contar en cada situación en que se materializa el
Derecho.
El
Ilustre Colegio de Abogados de Madrid impulsó la sugestiva campaña “Al
primer síntoma, consulta a tu abogado”, metodología que se está
popularizando en los principales países de habla hispana. Dicha campaña ha
tomado como base fundamental, el argumento que caracteriza el rol de la
medicina en el planeta, ello es la “prevención” que siempre es más
beneficiosa que la función de curar.
Así
tenemos que resulta elemental, se concientice a la población de que cuando no
se actúa con la celeridad que requiere
el caso, este se convierte en más gravoso. Por ello se está orientando al
justiciable sobre la necesidad de consultar a un abogado en el momento que advierta
cualquier amenaza que pudiere afectar sus intereses.
Esta
novedosa campaña publicitaria tiende a asociar las figuras del médico
con el abogado, dos profesiones tradicionales que llegan a
complementarse entre sí. Desde siempre se escuchó decir que una familia cuanta
obligadamente con su médico y un abogado de cabecera, que es lo mismo que
decir, no podrás escapar a ningún pleito, ni enfermedad, durante tu existencia.
La
acrecida constante de la litigiosidad, los juzgados abarrotados en todos los
fueros, la falta de profesionalidad de quienes tienen a su cargo el despacho
diario en los tribunales, ciertos litigios que sin causa alguna, se convierten
en interminables, los plazos que nadie cumple, la deficiente atención en los
mostradores, la cantidad de días, semanas y meses que se tarda en proveer un
simple escrito, y tantos otros desatinos, pareciera ser una constante arraigada
en el ejercicio de la profesión, que desde siglos pasados se mantiene incólume. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la
insolencia de los empleados…” (1)
A
esta altura de la cuestión: ¿Qué sería lo más conveniente: prevenir o
enjuiciar? ¿Cuánto cuesta un juicio y éste cuánto dura? A manera de ejemplo
observamos que: “En un universo tan complicado y judicializado por preferentes,
cláusulas suelo, separaciones familiares y otras cuestiones que han entrado en
la vida de las personas, el abogado ha dejado de ser el profesional que
acompaña a éstas en un interminable juicio, para tener otro papel más activo de
búsqueda de soluciones menos gravosas y complicadas.
En
esta situación, los datos corroboran la iniciativa del ICAM, según el
propio Consejo de Europa sobre los sistemas judiciales señala que
el plazo medio para resolver una demanda civil ante un tribunal español de
primera instancia fue en el 2008 de 296 días, sólo superado por Portugal (430)
e Italia (533). Con apelación se puede superar el año y suponer un coste
económico importante para el litigante.” (2)
Sin
duda que transitamos el tiempo en que se debe conceder a la “prevención” un
lugar de privilegio en cuanto al mantenimiento y conservación de nuestros
intereses. Dejando de lado esa repetida costumbre de abordar al letrado, en
cualquier parte, para rapiñarle una consulta sin abonar el correspondiente
honorario, pues se corre el riesgo del mal asesoramiento, que a posterior se
habrá de lamentar.
Vamos
camino a un cambio radical de mentalidad tanto de parte del abogado, como de su
cliente. Ambos están conminados a la modernización que impone el mundo
globalizado y sus paradigmas colectivos que se dispersan por el mundo.
El
abogado de hoy debe necesariamente crear condiciones óptimas para que su
desempeño aporte soluciones a lo imbricando del sistema en donde se
desenvuelve, lo que se logra con eficiencia, estudio diario y consulta
permanente.
La
herencia de las malas costumbres, de los subterfugios y los “chicaneos” deben
ir cediendo en la medida de que se arribe a mejores logros en base al esfuerzo,
la ética personal y la ambición por realizar un buen servicio.
Teniendo
en cuenta que un justiciable posee los mismos sentimientos que un paciente en
tratamiento médico, se debe colocarlo en idéntico sitial, posibilitándole optar
por las opciones que pueden ofrecerse en cada caso particular. Así el ejercicio
de la abogacía preventiva se irá posesionando en el sitio idóneo
en donde le sea menos gravoso, menos tedioso y ágil al interés que se gestiona.
No
creo que las instituciones en donde de apoyan los cimientos del derecho, logren
aggiornarse por el mero transcurso
del tiempo, si el abogado se mantiene al margen del cambio. Tampoco se puede
esperar que sea el Estado quien tome la iniciativa de adecuar el sistema, ni de brindar las herramientas que posibiliten
el logro.
Con
la llegada de la informática, se abrieron las puertas de un mundo nuevo al
servicio de quienes quieran terminar con el atraso, el inconformismo, el
malestar colectivo y la injusticia de no poder hacer justicia.
Fuente
1.- Hamlet: William Shakespeare, pag. 74
2.- Luis Javier Sánchez: “Abogacía
Preventiva: El cambio cultural llega a los despachos” (Confilegal)
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