Ayer se fue otro amigo: Miguel
Alberto Salvatierra, un notable santiagueño con quien a fines de la década
del 60, nos conocimos compartiendo militancia e ideales en procura del retorno
de la democracia, cuando el mal de la dictadura parecía entronizado para
siempre dentro de nuestras instituciones
Ferviente representante de la resistencia peronista,
nos ilustraba sobre sus peripecias vividas en el campo de las ideas, de las
dificultades sobrevinientes para quienes sostuvieron la doctrina justicialista,
la persecución, el odio, el desprecio por el ser humano, propio de una guerra
fratricida que no dejó margen para el ideal o el crecimiento de sus contemporáneos.
Tuvimos como bunker de reuniones, las mesas a la
intemperie del entonces Barquito Bar que fueron compartidas solamente por
nuestro grupo cerrado, formado por Gaspar Villarreal, Segundo Osorio,
Ernesto Vaccari, Justo José Rojas, Tito Quiroga, el maestro Victoria
y su inefable perro y algún otro contertulio que en este instante no
recuerdo.
Coincidimos con la formación del Frente político que
sostuvo la candidatura de Francisco López Bustos, en las elecciones
73/74 con quien más adelante fundamos el Centro de Estudios Reconquista,
junto con René Gómez Álvarez, Guillermo Abregú Mittelbach, Luis
Alen Lascano, Edmundo Robles Avalos, Arturo Valentín Velarde, Jose Bernardo
Herrera y muchos otros baluartes del pensamiento nacional y popular.
Miguel fue un periodista pensante, cauto, que expresaba su
pensamiento con un decir pausado sin dobleces, ni eufemismos que pudieran
desvirtuar su contenido. Siempre impecable y atento, en consonancia con los
viejos caballeros que anteponían el honor ante cualquier tipo de desatinos.
Siempre desde un tono paternalista me indicó las
ventajas y desventajas de hacer política en el terreno provincial, de los
intereses gubernamentales y de los económicos que, a escondidas, elaboraban
tramas muy difíciles de sortear.
Se apasionó por la historia bien temprano y se
adentró sin pausa en los vientos de aquel revisionismo que le mostraba el
reverso de una misma moneda y así se lo vio: “…Por Irigoyen y en yunta con tu amigo Miguel A. Salvatierra,
los dos hicieron el aprendizaje de la lectura patria desde el segundo
nacionalismo, el de Ricardo Rojas. Se recibieron de “nacionales”,
según el sustantivo que en los 60 tomaba distancia de las versiones
totalitarias. Con esos aprestos, cruzado el pecho por la talega criolla al modo
del zurrón castizo…” (Arena Política: Luis C Alen Lascano por Eduardo
José Maidana 27 de septiembre de 2010)
Recuerdo que el 22 de agosto de 1973, estuvo
presente en la casa de gobierno cuando asumí como Director General de Cultura
de la provincia, coincidiendo que esa misma noche lo hacía también otro
amigo querido: Guillermo Abregú Mittelbach en la Secretaria General de
la Gobernación, el mismo cargo que él había ocupado con anterioridad.
Lejos quedaron esos encuentros señeros cuando la
llegada de Raúl Matera a la provincia, cerrando la campaña del auténtico
peronismo, o el arribo a nuestra tierra de los restos de Ramón Carrillo
desde Belem do Para de Brasil, o aquel humorístico anecdotario del padre Pedro
Badanelli y las travesuras de Alberto Ottalagano, cuando rector de
la Universidad de Buenos Aires.
Esta vida que vivimos día a día, se va poblando de
distancias no queridas, mientras se bifurca en silencio por extraños
laberintos, que sin pensarlo nos van distanciando hasta el límite del cuasi olvido.
Hacía tiempo que nada sabía de este profundo y
generoso amigo que acompañó mis primeros pasos en las lides políticas y en la
vocación cultural.
Pertenecimos a dos generaciones marcadamente
diferentes, pero ello no fue óbice para el surgimiento de una amistad
edificante, que celebro y admiro desde aquí y para siempre.
Resiscat en Pace






