Una vez más se presentó
inoportuna, sorpresiva y lacerante. Impiadosa,
adelantándose en el camino de los sueños inconclusos de un artista del
trazo y el tablero. Claro, que duele su presencia, que nada suele justificarla,
que nadie la entiende, ni aprueba sus razones porque no pertenecen a la Vida,
por más que forme parte de ella.
Así es la muerte. Una herida que
nunca cicatriza, que se estanca en el paisaje y se vuelve reiterativa a fuerza
del dolor que nunca cesa. No hay tiempo, ni distancia previsible que evite su
presencia, ella siempre te encuentra, y no sabe de esperas.
Ayer se fue con Carlos,
dejándonos a cambio una orfandad sin límites. Se llevó la alegría y la juventud
de un talentoso proyectista de esperanzas, que no dejaba de anhelar un mundo en
donde el acuerdo reflejase el rostro de la felicidad. Amigo, generoso y cabal,
infatigable andador de distancias, buceador de misterios.
Ya no está el Pelado, se fue sin
quererlo, sin saberlo. No podremos ya concretar la siembra imaginada, ni
analizaremos el impacto del viento sobre el jardín de otoño. No volverá a la
cancha, ni volveré al café de las mañanas mustias.
Extrañaré los sábados del
cabernet urgente, de la sonrisa plena y el dialogo cansino, pausado y
coincidente.
Ahora que de pronto descubro
que la Vida va al galope, me cuesta
acostumbrarme a tanta ausencia. Me asombran las nostalgias. Me exceden
los recuerdos.
Los dos sabíamos que alguna vez
llegaría a golpear nuestras puertas, pero no tan temprano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario