Esta
vieja tierra que nos vio nacer a los argentinos, no se cansa aun de
producir asombro, acunando a preclaros e inteligentes hacedores de una
cultura que siempre está buscando una proyección, que vaya a saber
porque misteriosas razones aun no han logrado el anhelado despegue hacia
el plano universal.
Nosotros somos conscientes de que en nuestro
acervo vernáculo, existe un patrimonio prodigo de vivencias culturales,
que está necesitando la atención suficiente para su definitiva
realización.
Siempre dijimos, que el perdurar en el tiempo
por intermedio de una obra, es un raro privilegio del que muy pocos son
merecedores y ello se debe al hecho circunstancial que surge del talento
creador, que con singular habilidad se va posesionando de la historia,
la misma que en su devenir constante, diagrama fragmentos de un tiempo
transcurrido, pero que muchas veces parece detenido para siempre.
La vida de Homero Manzi, encaja en el argumento,
porque desde su casualidad de santiagueño - en rara mezcla de
provinciano-porteño - ha logrado como pocos, ganarle a la batalla del
olvido, cobrando para sí una vigencia permanente que se sustenta día a
día, cuando la música ciudadana irrumpe de golpe en cualquier escenario
de nuestra vida cotidiana.
Se ha quedado adherido al paisaje que lo vio
nacer, evocado siempre por su pueblo con devoción y nostalgia, al mismo
tiempo que pasó a pertenecer en calidad de definitivo a la estampa de un
Buenos Aires que todavía llora las reminiscencias del “ultimo
organito”, que hace ya bastante tiempo ha silenciado su música de
antaño.
Ya hemos comprendido que no es cierto que sólo
perduran aquellas voces que solo le cantan a las cosas cotidianas,
porque no todos los poetas de entre casa han alcanzado notoriedad
respetable y menos aun en lo que ha tango se refiere, ámbito limitado a
muy pocos poetas.
Homero Manzi impuso u estilo original en la
canción ciudadana, inyectándole al tango una jerarquía hegemónica
colmada de una poesía cálida y sensitiva, ajena a la dureza altisonante y
al llanto sensiblero y desahuciado de su tiempo antecesor.
Las letra de un tango son en su origen la
expresión de una clase social marginada. Los textos primigenios, de
carácter pornográfico, tienen hacia el fines de siglo transmisión oral
de pronto silenciamiento y algunos permanecen como aislados
testimonios”. (1)
La poesía nunca fue un amontonar de versos en
una estructura de contornos rígidos y forzados, no es otra cosa que la
espontaneidad puesta de manifiesto en la actitud de las cosas simples.
Ella tiene la extraña virtud de saberse deslizar en la armonía de un
paisaje, como en la llanura de una flor y adopta un nombre para cada
cosa, pero no cualquier nombre, porqué lo exige exacto y es esa la
cualidad misteriosa de su ausencia:
“Tu piel magnolia que mojo la luna,
Tu voz murmullo que entibió el amor...”
Esa delicada armonía emana de la poesía de
Manzi, identificada con una aureola propia de un talento especial,
logrado quizá en base al contacto directo que tuvo con los elementos que
distinguieron sus versos, de donde emana la cadencia de una época
memoriosa, que a no dudarlo, alguna vez identificó al ser argentino.
Vivió en la búsqueda de un tiempo diferente,
ajeno a la existencia de la gente común y penetró en la música del
pueblo con un idioma nuevo, casi mágico, parecido quizá al estandarte
metafórico de un “olimpo” particularmente dotado de elementos simples,
como la cadencia de su verso, en donde se han adherido, la belleza y el
talento para conformar una geografía estrictamente singular:
“Fui como una lluvia de
Cenizas y fatigas,
En las horas resignadas
De tu vida...”
"Los que lo conocieron nos hablan de una curiosa
sencillez, como la de su tierra natal, siempre aferrada a una singular
bohemia ferviente y trasnochadora, para quizá, no disentir con el
paisaje de aquel Buenos Aires que un día lo recibiera con cara de
asombro a este nuestro “imaginero incesante” como lo llama Ulises Petit
de Murat: “Generaba las constantes de sus cambios temperamentales, de
encendimiento de sus pasiones en muchas zonas al mismo tiempo.
Decimos zonas con el sentido profundo que le
daba Apollinaire. Una tierra de nadie para recibir todos los esfuerzos,
todos los delirios de la creación. Para esto Manzi disponía de una
imaginación fabulosa, una memoria prolija y la dosis de voluntad y
convicción que manifiestan los adeptos a los juegos de azar a los que el
pertenecía en cuerpo y alma...” (2)
“Soy desconfiao en amores
y soy confiao en el juego
donde me invitan me quedo
Y donde sobro también...”
Inquieto emprendedor y talentoso, no le fue
ajeno ni el cine, ni el teatro en donde incursionó con éxito dejándonos
varios títulos, algunos de ellos con relativa vigencia en estos días:
“Huella”(1940) con Hugo Masías (alias) Hugo Mac Dougall; “ Fortín alto”
(1941) con Ulises Petit de Murat; “El Viejo Hucha” y “La Guerra Gaucha”
(1942); “Todo un Hombre” (1943) ; “Su mejor alumno” (1944); “Pampa
Bárbara” y “La novia de arena” (1945); “Donde mueren las palabras” y
“Rosas de América”(1946) “Pobre mi madre querida”(1948); “El ultimo
Payador” y “Escuela de Campeones”; casi todas ellas realizadas con su
entrañable amigo el muy recordado Ulises Petit de Murat.
Un destino de “pueblo” le había sido reservado,
para signar sus días y sus obras, lo testimonian sus canciones
espontáneas y simples como brotantes de un manantial de pureza y
generosidad sin par, su militancia estudiantil contra el régimen
instaurado allá en el 30 , que signara para siempre la irrupción de
sucesivas alteraciones a la legalidad constitucional Argentina, la
militancia “Irigoyenista” sustentada en el fervor juvenil de esos años
tristes para la memoria de la vida nacional, el aporte significativo a
“FORJA” juntamente con otros valiosos y preclaros hombres que no
quisieron una patria dependiente y servil y al final su adhesión a un
nuevo movimiento de incuestionables raigambre popular, surgido a fines
de la década del 40, con cuyo máximo exponente el entonces coronel Perón
trabaría una amistad, procurada merced al acercamiento procurado por
otro ilustre santiagueño, el doctor Ramón Carrillo.
“¡Viejos amigos que
hoy ni recuerdo...
que se habrán hecho,
donde andarán...!”
No creo necesario reseñar que lo he conocido,
como que me atrevo a confesar que desde la profundización de su poesía
-y a pura imaginación lo digo- tal vez lo ví apoyado en esas tapias
viejas y perdidas que sobrevivieron al Buenos Aires de Carriego, cuando
las primeras luces de una luna nueva, de esas tantas mañanas que lo
encontraron caminando solo, decretan salpicar de luz y de color las
calles y los huecos edificados de esa ciudad indiferente y en ocasiones
callada y pensativa.
O es que lo he visto en Santiago, prendido de
las entrañas de un “fuelle” de verano, desgranándole notas al silencio o
hablando de Marías, glicinas y zaguanes, de trenes y palomas vestidas
de percal. No se porqué, quizá por la infinita comprensión de su poesía
es que me parece casi mágico y es cierto que siento que lo veo, porque
ya forma parte del paisaje.
Nunca se desentendió de su tierra natal, sus
profundos ensayos sobre la sequía añatuyense o el drama del chaco
algodonero, constituían unas de sus profundas preocupaciones y no lo
ocultaba porque daba testimonio de ello, desde la mesa del cotidiano
café o desde cualquier tribuna política acompañando sus afirmaciones que
no eran otra cosa que denuncias testimoniales, con una encendida
oratoria y una emoción propia de los apasionados por su tierra y su
ideal.
Los poetas, muchas veces se escapan de la
realidad y plasman sus reacciones sobre el marco de cualquier estructura
que le sirva de contorno exacto para firmar su inspiración.
El uso constante en las profusas producciones,
valga para aclarar aquella frase que dice justificándolo todo: “un poeta
puede decir lo mismo que un pensamiento saltó como una pantera, o que
una pantera saltó como un pensamiento” y es así como surge la duda
cuando del análisis de uno de sus poemas: “barrio de tango” con música
de Aníbal Troilo, se nos representa una pincelada de aquella Añatuya que
la vio nacer.
Aunque todo indica que esta dedicado a “Pompeya”
la que se “durmió al costado del terraplén” todo lo demás coincide
exactamente con la visión del pueblo santiagueño que se conserva
intacto, incluido el “misterio de adiós que siembra el tren”, el mismo
tren que lo signó de niño, al frente de su casa, al que menciona
incansable a lo largo de su obra.
El ha visto desde niño “un farol balanceándose
en la barrera” como una cosa cotidiana de cada uno de sus amaneceres,
“el ladrido de los perros a la luna”, que son los mismo de siempre y
tampoco han cambiado para alegría de los barrios suburbanos que los
conservaban aun, como si se tratase de una continua tradición.
No está ausente la nostalgia evocativa de los
“viejos amigos que hoy ni recuerdo”, ni tampoco las calles lejanas de
pura tierra y sin empedrado, por ellas pregunta “como y dónde estarán”.
Tal vez esa “Juana rubia y amada” (¿?) por la
que sufría pensando en ella y que solo era vista por el recuerdo, haya
formado parte del paisaje lugareño de esas evocaciones tan cargadas de
nostalgia y de cariño. Y los muchachos que todavía se reúnen - no en
cualquier esquina- si no en la más cercana al bar., para hacer escuchar
sus silbos melodiosos a la hora en que todos duermen y que al final
terminan con el “codillo llenando el almacén”.
El paso del tren siempre fue una fiesta en los
pueblos santiagueños, hoy cuando no una anécdota, una curiosidad para
los chicos si reseña a la vecina pálida “que ya nunca salió a mirar el
tren” como que tampoco están “las chatas entrando al corralón” en los
contornos de ese pueblo semi viviente.
Seguramente va a ser difícil aceptar al “Barrio
de Tango” como una reminiscencia del poeta por la tierra que lo vio
nacer, con o sin las licencias poéticas mencionadas y que todo lo hacen
posible. Pero a fuerza de rescate, sólo una acabada prueba de que no es
así, ha de significar un cambio de opinión.
O como entenderemos los versos de “Sur”, otro
nostálgico poema que lleva música de Troilo que parece no encajar dentro
de los contornos de la realidad...? “Ligó a los barrios de Boedo y
Pompeya, contiguos, es cierto pero cada uno con características
edilicias propias, sobre todo en la época presumible de la evocación.
Para comprender semejante enlace de los distritos porteños a los que
separa, según limites municipales, la avenida Caseros convertida, así en
una suerte de frontera o tierra de nadie, ha de acudirse necesariamente
a la niñez de Manzi, puesto que en los primeros años de su vida se
encuentra la clave para entrar en el conocimiento del pequeño, aunque
muy tímido y personal, secreto implícito en la unidad territorial - para
llegar a la sentimental que era su objeto- con que anexó Boedo y
Pompeya o viceversa.
Hay que retrotraerse, por lo tanto a 1915 o 1916
y anotar algunos antecedentes indispensables para entender su licencia
de conferirle continuidad a dos zonas diferenciadas del mapa del
urbanístico...” (3)
Y que podemos decir de Malena, otra de las
piezas antológicas de Homero, que con la música de Lucas Demare,
estrenada en 1941, con la voz de Juan Carlos Miranda y luego grababa por
Troilo con la vos de Fiorentino adquirió un suceso inusitado en el
carnaval del 42. Esa letra cargada de emoción y de reconocimiento
plausible estaba destinada a la cantante argentina María Elena
Tortorello de Salinas (1906-1961)... Todos lo autores que evocaron a
Manzi la dieron como legitima destinataria, pero también se dice que
nuestro autor, en su paso por Brasil en 1941, observó el nombre de
Malena inserto en las marquesinas pero no tuvo trato alguno con la
interprete y tampoco la escucho cantar.
“ Malena le solicitaba continuamente a Demare
certificación de que ella era la destinataria del tango, probablemente
para alabar su trabajo. Pero en verdad los hermosos versos de Manzi, no
se correspondían con la realidad auditiva: Malena no cantaba el tango
como ninguna. Lo hacia mediocremente y así quedó patentizado en los
tangos que grabó, entre ellos: Rencor, Te quiero y Volvé...” (4)
Así las cosas, no creo pecar de aventurado
cuando sugiero a la estampa de Añatuya dentro de la composición de
“Barrio de tango” en donde la mención inicial de “Pompeya” estaría
inserta por una cuestión de ritmo o de cadencia en el verso o bien
porque su nombre representa mejor la tradición arrabalera.
Sea como fuere y porque nuestro pueblo tiene
también las mismas imágenes pintadas por el poeta, hoy quiero – aunque
sea en la imaginación- rescatar el tango para los santiagueños.
“Nostalgia de las cosas
que han pasado
arena que la vida
se llevo...
Todo ha muerto
eso ya lo se...”
Bibliografía: 1: Ulla Noemí, Las letras de tango: Revista Crisis, Bs. As, 1973.-
: Ulises Petit de Murat, El imaginario Incesante, diario El Clarín, Bs.As., 6/5/1976.-
: Boedo y Pompeya un solo barrio. La Nación Revista, 30/06/1974.
: Héctor Hernie: Cantaba como ninguna, diario El Clarín, 26/11/1986.-
Publicado en el diario El Liberal, 1 de febrero de 1987.-
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