Cuando
la conocí, a principios de los setenta, me asombró su gracia maternal, su gesto
tranquilo, pausado y su mirada clara y elocuente que se acentuaba desde el
contorno de una mujer indiscutidamente bella.
Me preguntó si ejercía como periodista, le dije que
no, pero que me apasiona escribir sobre hechos y personajes de nuestra
historia. Creo que le inspiré confianza, porque en cada oportunidad que la
visitaba, me hablaba de su vida ligada a la política y al peronismo de
entonces, sin ocultar ningún detalle, bajo mi promesa de no revelar nada.
Sabía que me había convertido, desde los años
setenta en un defensor acérrimo de la figura pública de su marido, apenas
evocada en ese tiempo en que fuimos
gobernados de bota en bota, entre el temor y la incertidumbre de nuestros
destinos.
La temática fue recurrente, como obligatoria,
desgranado sobre su azorada juventud y aquellos días acompañando a su ilustre
compañero, que la había obnubilado desde la cátedra de historia argentina en su
paso por la secundaria
Isabel
Susana Pomar, cumplidos diez y nueve años, se casó el 16 de julio de
1946 con Ramón Carrillo, que contaba
por entonces cuarenta años y se encontraba al frente del Ministerio de Salud de
la Nación, la boda se realizó en la vieja casona familiar de la calle French
entre Billinghurst y Sánchez de Bustamante –adquirida por el cónyuge- y fue apadrinada por el Gral. Juan Perón y su esposa Eva
Duarte.
Siempre nos recibió en su casa, una pequeña,
antigua quinta entre Adrogue y Villa Calzada a la que bautizaron con el nombre de
“Villa Antares” (1). Allí fue feliz en su matrimonio y crecieron sus cuatro
hijos, pero también ese solar fue el laboratorio de estudios e investigaciones
de Ramón –que no solo ejercía la medicina, estudiaba los insectos entre otros-
y el sitio obligado de las reuniones políticas, de la familia numerosa y de los
estrepitosos allanamientos y saqueos ordenados por el régimen militar que
derrocó al peronismo en 1955.
Su vida no fue ni simple, ni fácil. Se integró de
inmediato al numeroso ámbito familiar del clan Carrillo y desde que lo conoció
hasta el fin de sus días, secundó a su marido en la buenas y en las malas, más
desde el llano, que en la función pública.
Vivió un destierro involuntario, y soportó con
estoicismo el vituperio y la maledicencia de propios y extraños que no conciben
que sea posible la honradez y el sacrificio en el cargo político. Su
extraordinaria belleza se convirtió en un estigma que no le fue fácil
sobrellevar en tiempos aciagos.
Viuda en plena juventud, vivió tan sólo diez años
de matrimonio, sin recursos y al frente de su familia, se mantuvo incólume
cuando arreciaba una voraz campaña difamatoria en contra de su marido, a quien
nunca le pudieron probar ni una sola de las diatribas que le endilgaron.
Se supo que la canallada estaba inspirada -por un
emulo de Goebbels- (2) el entonces Coronel
Enrique Rotjer, uno de los inspiradores de la Revolución Libertadora, el mismo que emitía comunicados falsos y
mandaba a empapelar la ciudad de Buenos Aires con supuestas investigaciones e
imputaciones de toda índole en contra del ex funcionario muerto..
Pero Susana estaba fortalecida desde el dolor y
aun se recuerda la solicitada publicada en al diario La Prensa, motivada por la
angustia que le provocó el saqueo de su casa cuando estuvo exiliada en el
exterior junto con su marido y sus hijos.
Decía, refiriéndose al militar
aludido: “Se acuerda usted, cuando se tiró en una cama y revolcándose con
las botas puestas, pedía a gritos whisky importado y discos? ¿Se acuerda de que
no hallándose en una garconniere (especie de habitación utilizada para
encuentros amorosos) y sí en una casa de familia, abrió los cajones de las
cómodas, extrayendo las piezas íntimas de mujer y levantándolas en alto como
trofeos de victoria, acusó al nylon y a la seda de ser productos de
contrabando?
¿Sabrá usted decirme qué destino tuvo la colección de corbatas de
mi marido, las lapiceras de oro, las medallas, las condecoraciones, regalos de
sus amigos o pacientes y otros premios otorgados a su valor científico, como la
estrella de oro y esmalte azul, regalo de Francia? ¿De la pistola Brownig, del
tocadiscos Webster, de las dos radios portátiles y del secreto que contenían
cuatro bolsas no identificadas que salieron con usted de mi casa?
¿Sabría usted
decirme de las otras “chucherías” artísticas que yo tenía en mi hogar y que
después de su sonada visita ya a pesar de los focos de luz con que iluminaban
el edificio y del cordón policial que rodeaba la manzana, desaparecieron a
plena luz o cuando usted impartió la orden de que se hiciera sombra? (3)
El 24 de diciembre antes de la medianoche se fue
para siempre, la dueña de los ojos color turquesa que me contó la otra historia
que vivió, muy diferente a la que se conoce.
Se fue tan silenciosa, como vivió. Guardó el
secreto. Yo haré lo mismo.
Referencia:
1- Adquirida por Ramón Carrillo que abonó $
90.000 de contado mas hipoteca por $ 180.000 con BHN a 30 años.
2- Joseph Goebbels: Ministro de propaganda nazi
autor de la frase “miente, miente que algo quedará”
3- Marin Guillermo. Ramón Carrillo: la grandeza y
el exilio.
2 comentarios:
Vivió para ayudar .Médico increíble ,orgullo que sea nuestro .Pero como los grandes hombres no lo supimos cuidar .Humanista .Admirable
¿Por qué guardar silencio de la verdad? La página de El ortiba ya no existe. Una lástima.
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