Hace unos días, se presentó una vecina pidiendo hablar conmigo, porque traía un regalo que encontró dentro de la caja de recuerdos, esos que se atesoran en todos los hogares. Lamentablemente no estaba en Santiago, pero el obsequio fue recibido y agradecido por mi asistente, quien me comunicó la novedad, desconociendo, como es lógico, el significado de ese gesto generoso.
Se trata de una fotografía revelada
allá por los años setenta, tomada en la puerta de mi casa
solariega, en donde compartimos infinidad de reuniones, con mi amigo José
Antonio Uñates.
Obvio, que me desbordaron los recuerdos, aflorando
una nostalgia que vengo conteniendo desde hace largo tiempo. Sin duda que la
vida es la suma de momentos compartidos, y en ciertas ocasiones son tantos, que
no encuentro la manera de reunirlos a todos dentro de un solo pensamiento.
Con “Tuky” compartí
infinidad de situaciones que se fueron aferrando al altar de una amistad plena,
sincera, seria, diáfana a la que podría agregar cientos de calificativos, sin poder
terminar de destacarla.
Desde aquella congoja
asumida el día en que murió su madre, pasando por tantos acontecimientos, hasta
el último día de su vida, que nunca supe descifrar, lo digo porque lo vi sufrir
su enfermedad, la que supo asumir con estoicismo, negándose siempre a aceptar las modernas
variantes medicinales que le ofrecí, que se encontraban en otro país.
Estudiamos juntos casi toda
la carrera, nunca dejamos de celebrar ningún acontecimiento cercano. Estuvo al
frente de mi defensa, cuando los foráneos-delincuentes llegados de Córdoba, asolaron la provincia mediante
la Intervención Federal gestada por la
dupla Menen-Cavallo.
Después fue designado en el Ministerio Publico Fiscal, en donde
fue implacable, cargo que lo llevó a ejercer la Magistratura en el fuero penal.
Antes y después realizó una carrera brillante en la policía provincial, retirándose
con la máxima jerarquía.
Estuve presente cuando juró
como Director de Defensa Civil. Nunca nos separamos, es decir anduvimos
recorriendo el mismo camino y cuando me radique fuera de la provincia, por algunos
años, nunca dejamos de visitarnos mutuamente.
Fuimos parte de un nutrido grupo que
se dedicó a fortalecer y honrar la amistad. Quizá por ello es que jamas tomamos decisiones importantes, sin previamente consultarnos.
Pero el destino, que no
entiende estas virtudes, se encargó de ponerle fecha de adiós a los aconteceres
de la vida. Así se fueron marchando, encolumnados, en silencio, hacia otra latitud indefinida,
sin comprender que me estaban dejando solo en el camino.
En fin… recién pude ver la
foto que comparto con este inolvidable amigo y antes de quebrarme en llanto,
preferí escribir estas líneas, al barrer… como diría Guiraldes, porque la
espontaneidad está asociada a la franqueza. Y con eso justifico este recuerdo.
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