viernes, 1 de abril de 2016

ADIÓS AL POETA a Marcos J. Figueroa, In memorian.


       

                                          Se apagó una voz que estaba enraizada en la profunda claridad del día, en la copa ancestral de los quebrachos, en el quejido largo de esas tardes sudorosas y ardientes de mi tierra.

Pero hoy, no importa que hálito espiritual trajo a Marcos J. Figueroa, ni cuándo. Solo sentimos prendida en nuestro acervo la gran obra cultural que nos legara, en símbolo de herencia testimonial, en ofrenda de júbilo y de paz, de amor y de amistad, de lucha y de clamor.

Había nacido allá por 1882, cuando casi agonizaba el siglo de la libertad y la independencia. Desde muy joven se caracterizó por su brillantez en la palabra y en el verso, era ese poeta que habría de cantar con profundo sentimiento la exclusividad de las cosas nuestras, era como aquel raro centauro dotado de una extraña habilidad para manejar el cincel victorioso de la idea, de la forma, del ensueño.

 Fue el único, quizás, que aún mantenía una imagen señorial, con algo de patriarca, muy a pesar de ese montón de años gastados que llevaba ufanoso en las alforjas de sus tantos sueños, el mismo que soñó con la heredad de un pueblo legendario, virginal y heroico: amplio, lleno de fuerza y de poesía.

                     “El quebrachal se estremece
                      rico de savia y verdores.
                      En los cardones las flores
                      Blancas estrellas parecen”

   Siempre la buena imagen de su tierra, casi clavada en sus pupilas, sentía el autor de “Registro Rural” (1966). Recuerdo que siendo apenas un niño, miraba pasar a don Marcos en la lentitud de un paso fantasioso, débil, melena al viento, poncho sobre sus hombros, lucido todavía, muy a pesar de sus casi 80 años de pura lucha, de auténtico sacrificio, de incomparable abnegación.

   Algunas veces solíamos encontrarnos en el kiosco de costumbre, de Rivadavia y Tucumán, para comentar las nuevas publicaciones  que se conocían de nuestros escritores, o para que me hablase con cierto entusiasmo, de la entrañable amistad que lo unió a don Andrés Chazarreta.

- No hay que abandonar el verso- me decía- el pueblo nos exige escribir, mire que Yo a la edad que tengo, sigo escribiendo todavía. Siga Miguel, siga muchacho.  Y se alejaba sin decir palabra.

                  “Senderito de la tierra
                    que al pronto desapareces
                    como habla del santiagueño
                    vas arrastrando las eses”.

  Así fue la expresión del poeta reflejada en: “Senderos Santiagueños” (1968) Ya desde que me obsequiara sus conocidos: “Sonetos”, solo lo veía en los días cálidos de otoño, o en las tardes de los veranos, cuando el sol se recostaba en el ocaso. Caminaba por las calles de Santiago, a paso lento y con la mirada fija, como si no quisiera interrumpir sus meditaciones, que seguro habrían de navegar no sé en qué velero poético o paseando tal vez en alguna carreta por caminos de antaño, y  por qué no,  pensando en lo que pudo ser, pero no fue…

                   “Y es que el niño alado, el de la flecha
                    La dirigió artera y tan derecha
                    Que el corazón sin par me ha traspasado”.

   Quizá fueron éstas las ansias de Don Marcos recopiladas en sus “Sonetos” (1970), lo último que nos entregara.

   Y quiso marcharse solo, sin avisarle a sus hermanos los poetas, que se iba en busca de un nuevo poema, de una antigua vidala… solo una reminiscencia del triste jazmín o de la “santa Rita” lo acompañaron. Se fue Don Marcos, sin que pudiéramos decirle nuestro adiós.



Publicado en el diario El Liberal, julio de 1973

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