martes, 27 de agosto de 2024

C E N T E N A R I O

 A mi padre.


                        

 Cuentan que mis abuelos, como tantos otros pioneros italianos que cruzaron el Atlántico en busca de un horizonte prometedor, abordaron el SS Principessa Mafalda a mediados de 1914. Esta imponente nave de la Navigazione Generale Italiana (NGI), lanzada al agua en 1908 y bautizada en honor a la princesa Mafalda de Saboya —hija del rey Víctor Manuel III y la reina Elena—, representaba el pináculo de la ingeniería naval de su época.

Con una eslora de 153 metros y capacidad para más de 2.000 pasajeros, era la única embarcación capaz de unir Génova con Buenos Aires en apenas catorce días, surcando el océano a 18 nudos gracias a sus turbinas de vapor. Aquel viaje no solo simbolizaba la audacia de la migración masiva italiana —que entre 1900 y 1914 aportó el 50% de los inmigrantes a Argentina, con oleadas que revitalizaron el noroeste, incluyendo Santiago del Estero, donde los italianos representaron una porción significativa de los 15.000 extranjeros radicados según el censo de 1914—, sino que se enmarcaba en el contexto prebélico de Europa, donde la inestabilidad política y económica impulsaba a miles de familias del sur de Italia, como la de mis abuelos, hacia las áridas pero prometedoras pampas santiagueñas.

Recuerdo la anécdota porque mi padre pudo haber nacido en ese barco, que, trágicamente, naufragó en 1927 frente a las costas de Brasil por la falla de su hélice derecha, cobrándose 314 vidas en lo que se conoció como el "Titanic italiano", la mayor catástrofe marítima italiana en tiempos de paz. Pero, afortunadamente, nació en estas tierras el 28 de agosto de 1914, en medio de un mundo que, apenas dos semanas después, estallaría en la Gran Guerra, alterando para siempre las rutas de la diáspora y el flujo de mercancías que tanto beneficiaría al comercio local en la "Madre de Ciudades".

Mi padre fue el tercero de los cinco hijos nacidos del matrimonio entre don Miguel Brevetta y Lucía Falcione, dos almas forjadas en la tenacidad italiana que, como el 40% de los extranjeros en Santiago del Estero según el censo de 1914, se integraron rápidamente a una provincia en efervescente formación económica, impulsada por la llegada de oleadas europeas que transformaron el agro y el comercio local en una región donde la inmigración italiana, aunque menor que en Buenos Aires o Santa Fe, dejó huella en el sector alimenticio y textil.

Junto a su padre y hermanos, sus vidas transcurrieron como eslabones de una cadena de negocios alimenticios, especializados en productos importados —aceites de oliva, quesos parmesanos, pastas secas, sardinas españolas, bacalao noruego— que evocaban los sabores de la vieja patria y se volvieron sinónimos de calidad en la Santiago del Estero de los años veinte y treinta, una ciudad que, fundada en 1553 como el primer asentamiento español en el actual territorio argentino, bullía con el auge de posguerra.

Estos comercios, muy acreditados en la época, se ubicaron estratégicamente sobre la histórica calle Tucumán, arteria comercial del centro santiagueño que, desde fines del siglo XIX, albergaba tiendas de ramos generales y ferreterías impulsadas por el ferrocarril, conectando la provincia con los puertos bonaerenses.

La astuta visión comercial de mi abuelo, los posicionó en la entrada y salida del Mercado Armonía —un emporio de abastecimiento inaugurado el 15 de febrero de 1936 bajo el diseño del arquitecto húngaro Jorge Kálnay, con hormigón armado y estética moderna que lo convirtió en el centro comercial más grande del noroeste argentino, vital para el intercambio de bienes en una ciudad que crecía al ritmo de la inmigración y el boom del quebracho—, allá por 1937, en pleno gobierno conservador de Ramón S. Castro, cuando la economía provincial se expandía con la construcción de ferrocarriles y el auge de la exportación de maderas y granos.

Otro local floreció a mediados de los treinta, entre las calles Pellegrini y Salta, en el corazón del microcentro donde convergían carruajes y peatones en una sinfonía urbana; y el tercero, frente al icónico Pasaje Castro —un túnel peatonal emblemático del centro capitalino, testigo de la transformación comercial de los años veinte—, donde un famoso cine de principios de siglo proyectaba las primeras comedias mudas antes de transformarse en una estación de servicio, reflejo del paso del automóvil Ford T a los elegantes Chevrolet de la posguerra.

No recuerdo mucho que pueda destacarse de aquellos tiempos, salvo que mi padre y su familia encarnaban el arquetipo del inmigrante laborioso, forjado por progenitores con la mentalidad europea de la ética católica italiana que veían en el trabajo la redención de la pobreza sureña.

Arribaron como colonizadores a una Santiago del Estero en proceso de forja: fundada en 1553 por Juan Núñez de Prado y trasladada por Francisco de Aguirre, la provincia había pasado de ser un bastión jesuítico en el siglo XVII a un polo agroindustrial en el XX, con la llegada de italianos que revitalizaron el comercio en colonias como Bandera o Añatuya, fusionando tradiciones quichuas con un emprendimiento lombardo.

Levantaron su vivienda principal a dos cuadras del Ferrocarril General Bartolomé Mitre —esa red arterial que, inaugurada en 1891 en la capital santiagueña tras conectar desde Rosario en 1884, unía Santiago con Buenos Aires y facilitaba el flujo de mercancías como el quebracho colorado, clave para la economía provincial hasta la Gran Depresión—, y de espaldas al Río Dulce — en su tramo superior, arteria vital de 1.100 km que atraviesa la provincia de noreste a suroeste, regando las huertas y simbolizando el renacer de la tierra prometida en una región semiárida donde su caudal variable ha moldeado la agricultura desde tiempos prehispánicos—.

Esta ubicación estratégica minimizaba los costos de distancias en una era donde el tren era rey, permitiendo importar directamente de los puertos italianos sin los gravosos fletes terrestres.  Mi casa solariega, erigida con materiales traídos en los holds de aquellos transatlánticos —ladrillos rosados de Génova, portones y puertas de hierro cincelado a mano por artesanos lombardos, tirantes de pinotea, traída del Atlántico Norte, y vidrios biselados que capturaban la luz como prismas renacentistas—, resiste el paso del tiempo casi dos centenarios después, un relicto de la Belle Époque argentina que fusiona el neoclasicismo italiano con el criollismo santiagueño.

Rescato en mi memoria haber sostenido en mis manos el pasaporte de mi abuelo, firmado por Umberto I di Savoia —rey de Italia desde 1878 hasta su asesinato en 1900 por el anarquista Gaetano Bresci, en un reinado marcado por la expansión colonial africana y la Triple Alianza con Alemania y Austria-Hungría, que tensó las fibras de la unificación italiana post-Risorgimento—.

Ese documento, reliquia de un monarca conservador odiado por los radicales pero admirado por la burguesía emigrante, evocaba las remembranzas de un viejo mundo. Y junto a él, los retratos al óleo de sus padres, enmarcados en dorados barrocos, colgaban en la sala comedor —espacio sagrado donde convergían las anécdotas familiares, perfumadas por el aroma de ragú y algarrobo, y donde los niños aprendíamos que la historia no era un libro, sino un tapiz tejido con exilios y triunfos.

Por años mi abuela se conservó sus botines, el pantalón y la camiseta de fútbol que lució mi padre en su adolescencia, cuando integró el plantel del Club Principiante Unidos, fundado oficialmente el 29 de marzo de 1932 en Santiago del Estero —un modesto equipo de barrio que, fusionado poco después con Comercio Central, encarnaba el fervor futbolero de una provincia donde el deporte rey, impulsado por inmigrantes, forjaba identidades en potreros polvorientos, al compás de la Liga Santiagueña naciente en 1912 y rompiendo la hegemonía del club Atlético Mitre en los treinta.

El boxeo fue otra de sus pasiones, un bálsamo para el espíritu combativo heredado de las pampas. Admirador ferviente de Luis Ángel Firpo (1894-1960), el coloso argentino apodado "El Toro Salvaje de las Pampas" por el cronista Damon Runyon, pionero del heavy weight latinoamericano que en 1923 desafió a Jack Dempsey en el "Combate del Siglo" ante 90.000 almas en el Polo Grounds de Nueva York, mandando al campeón fuera del ring en un round épico que inmortalizó el grabado de George Bellows y elevó el boxeo argentino a la gloria mundial.

Contó mi abuela que mi padre viajó a Buenos Aires a mediados de los treinta —en plena era de oro del automovilismo local, cuando las rutas pavimentadas apenas empezaban a ramificarse desde la capital— para comprar un auto deportivo y, de paso, y asistir de paso a la despedida del ring de su ídolo.

Casualmente, Firpo había asumido la representación de los automóviles Stutz en Argentina, la lujosa marca estadounidense de Indianapolis que, desde 1911, seducía a la élite con sus modelos Bearcat y Series BB —vehículos de bajo centro de gravedad y transmisiones innovadoras como el "Noback", que evitaba retrocesos en pendientes—, importados en los dorados veinte antes de sucumbir a la Gran Depresión de 1929.

Una semana después, un telegrama lacónico pidió auxilio: el deslumbramiento por las luces de la Buenos Aires cosmopolita —con su Obelisco erigido en 1936 y sus avenidas art déco— lo habían dejado sin un centavo. Obvio que volvió sin su Stutz, pero con una anécdota que olía a aventura y a la efervescencia porteña de Gardel y Libertad Lamarque.

Tanguero destacado, me enseñó algunos secretos del 2x4 en las tertulias familiares, donde el bandoneón lloraba como un exiliado. Me narró la anécdota de cuando improvisó de productor artístico y contrató a Osvaldo Fresedo —el "Pibe de La Paternal" (1897-1984), violinista y director de orquesta con la carrera tanguera más longeva de la historia, autor de más de 1.250 grabaciones desde 1920 hasta 1980, y creador de himnos como "Vida mía" e "Isla de Capri" que definieron la elegancia melancólica del tango romántico de los treinta—, para que se presentara en el Parque Aguirre de Santiago del Estero, un vasto predio de diversiones al aire libre a orillas del Río Dulce, inspirado en los parques sarmientinos y diseñado con fuentes artificiales donde, en los cuarenta, convergían bailongos y ferias bajo las estrellas, apenas a unas cinco cuadras de la Plaza Libertad y a unos ocho de su domicilio.

Pero una lluvia despiadada —de esas tormentas subtropicales que azotan el chaco santiagueño— arruinó la gala, suspendió el evento y lo dejó pagando en silencio el alto costo de esa efímera incursión en el mundo de los grandes escenarios, un recordatorio de que hasta los sueños porteños se doblegan ante el capricho del cielo santiagueño.

Desde niño vi frecuentar a sus amigos: Sebastián Abal García, Raúl Elli, Víctor Zain, Emilio Fernández, Manuel Barthe, Antonio Gel, Adolfo Cortina, Pity Llugdar, Pedro Silva, Víctor Cinquigrani, Tito Coria, Negro Elías, Morocho Martin, Rodolfo Scilia, Luis Anglade, Julio Barraza, Agustin Chazarreta, Leopoldo y Mario Corbalán, Polo Zarbá, Tedy Bur, Atilio y el flaco Orieta, Dalmiro Coronel Lugones, Marcos J. Figueroa, Maico Díaz, Rubén Yema, Rubio Focci, Tigre Infante, Vidal Ceballos, Mocchi, Reinoso, Pedro Vidarte, Tulio Pavon Pereyra… fueron tantos que me resulta imposible nominarlos a todos, pero continuaré la lista en la medida en que desentierre mayor información de esos archivos polvorientos del ayer.

Se casó con Laura Zulema Rodríguez Bustos, mi madre, el 8 de abril de 1949, en una ceremonia que siempre se recordó con ironía histórica: ese mismo día estaba programado el casamiento de Carlos Arturo Juárez —el caudillo justicialista que gobernó Santiago del Estero de 1949  hasta nuestros días, bajo el ala de Perón, impulsando obras públicas en el Plan Quinquenal y consolidando el peronismo provincial, en un mandato que marcaría el ascenso del peronismo en el interior profundo— con Luz Máques, amiga de mi madre.  Pero esa boda fue postergada por la inminente asunción de Juárez como gobernador el 21 de mayo, en un Santiago efervescente por las elecciones de 1948 que alteraron el mapa político de la provincia.

Siempre se pregonó independiente, ajeno al partidismo rampante de la posguerra —cuando el peronismo dividía lealtades y la Guerra Fría ensombrecía el cono sur—, pero su ejercicio comercial tejió notables vinculaciones que le abrieron puertas a información privilegiada.  Ello valió que evitase que me "levantaran" a fines de marzo de 1976, en los prolegómenos del golpe que derrocaría a Isabel Perón: sus amigos del poder le soplaron que figuraba en un listado negro proveniente de Buenos Aires, aquellos infames "archivos" de la Triple A.

Tras una gestión discreta, visitó a sus amigos del poder local, y no me tocaron, aunque me volvieron prescindible en mi puesto como Delegado Jefe del PAMI —inaugurado en 1974 en la calle Salta Nº 85, epicentro de la asistencia social en un Santiago golpeado por la inflación galopante y el éxodo rural.

Valga la paradoja de los 28 de agosto, fechas de fiesta y celebración en mi casa, hasta el correspondiente a 1977, cuando la muerte lo sorprendió exactamente a los 63 años, en un año marcado por el Mundial de Fútbol que Argentina organizó bajo la sombra de la dictadura, y por las Madres de Plaza de Mayo que empezaban a marchar en silencio.

Hoy, en el centenario de su natalicio, lo recuerdo con el cariño intacto de siempre, agradecido por sobre todas las cosas de ser su hijo: un puente vivo entre el viejo mundo de los Saboya y este suelo criollo donde, como él, plantamos raíces que perduran en la tierra más antigua de la Argentina.


P    A    D    R   E
(a don Miguel Brevetta, con afecto.)

Quien no comprende padre tu siembra
Tus sacrificios fiel luchador
Tú que la vida la das por todos
Sin pedir nada tan solo amor…!

Eres el árbol de la familia
El buen amigo y el redentor.
El noble esposo y el compañero
Que brinda puro su corazón

Eres el firme recto cimiento.
Del hogar digno, tu gran pasión
El fuego en cuyo torno tus hijos
Buscan amparo tibio calor.

Todo lo puedes con tu palabra:
El buen consejo, la paz, la unión
Por eso canto tu esfuerzo y ruego
Que te bendiga por siempre Dios…!

Dalmiro Coronel Lugones,
Santiago del Estero, 28 de agosto de 1969

 

 





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