martes, 27 de agosto de 2024

C E N T E N A R I O

 A mi padre.


                        

 Cuentan que mis abuelos, como tantos otros pioneros italianos que cruzaron el Atlántico en busca de un horizonte prometedor, abordaron el SS Principessa Mafalda a mediados de 1914. Esta imponente nave de la Navigazione Generale Italiana (NGI), lanzada al agua en 1908 y bautizada en honor a la princesa Mafalda de Saboya —hija del rey Víctor Manuel III y la reina Elena—, representaba el pináculo de la ingeniería naval de su época.

Con una eslora de 153 metros y capacidad para más de 2.000 pasajeros, era la única embarcación capaz de unir Génova con Buenos Aires en apenas catorce días, surcando el océano a 18 nudos gracias a sus turbinas de vapor. Aquel viaje no solo simbolizaba la audacia de la migración masiva italiana —que entre 1900 y 1914 aportó el 50% de los inmigrantes a Argentina, con oleadas que revitalizaron el noroeste, incluyendo Santiago del Estero, donde los italianos representaron una porción significativa de los 15.000 extranjeros radicados según el censo de 1914—, sino que se enmarcaba en el contexto prebélico de Europa, donde la inestabilidad política y económica impulsaba a miles de familias del sur de Italia, como la de mis abuelos, hacia las áridas pero prometedoras pampas santiagueñas.

Recuerdo la anécdota porque mi padre pudo haber nacido en ese barco, que, trágicamente, naufragó en 1927 frente a las costas de Brasil por la falla de su hélice derecha, cobrándose 314 vidas en lo que se conoció como el "Titanic italiano", la mayor catástrofe marítima italiana en tiempos de paz. Pero, afortunadamente, nació en estas tierras el 28 de agosto de 1914, en medio de un mundo que, apenas dos semanas después, estallaría en la Gran Guerra, alterando para siempre las rutas de la diáspora y el flujo de mercancías que tanto beneficiaría al comercio local en la "Madre de Ciudades".

Mi padre fue el tercero de los cinco hijos nacidos del matrimonio entre don Miguel Brevetta y Lucía Falcione, dos almas forjadas en la tenacidad italiana que, como el 40% de los extranjeros en Santiago del Estero según el censo de 1914, se integraron rápidamente a una provincia en efervescente formación económica, impulsada por la llegada de oleadas europeas que transformaron el agro y el comercio local en una región donde la inmigración italiana, aunque menor que en Buenos Aires o Santa Fe, dejó huella en el sector alimenticio y textil.

Junto a su padre y hermanos, sus vidas transcurrieron como eslabones de una cadena de negocios alimenticios, especializados en productos importados —aceites de oliva, quesos parmesanos, pastas secas, sardinas españolas, bacalao noruego— que evocaban los sabores de la vieja patria y se volvieron sinónimos de calidad en la Santiago del Estero de los años veinte y treinta, una ciudad que, fundada en 1553 como el primer asentamiento español en el actual territorio argentino, bullía con el auge de posguerra.

Estos comercios, muy acreditados en la época, se ubicaron estratégicamente sobre la histórica calle Tucumán, arteria comercial del centro santiagueño que, desde fines del siglo XIX, albergaba tiendas de ramos generales y ferreterías impulsadas por el ferrocarril, conectando la provincia con los puertos bonaerenses.

La astuta visión comercial de mi abuelo, los posicionó en la entrada y salida del Mercado Armonía —un emporio de abastecimiento inaugurado el 15 de febrero de 1936 bajo el diseño del arquitecto húngaro Jorge Kálnay, con hormigón armado y estética moderna que lo convirtió en el centro comercial más grande del noroeste argentino, vital para el intercambio de bienes en una ciudad que crecía al ritmo de la inmigración y el boom del quebracho—, allá por 1937, en pleno gobierno conservador de Ramón S. Castro, cuando la economía provincial se expandía con la construcción de ferrocarriles y el auge de la exportación de maderas y granos.

Otro local floreció a mediados de los treinta, entre las calles Pellegrini y Salta, en el corazón del microcentro donde convergían carruajes y peatones en una sinfonía urbana; y el tercero, frente al icónico Pasaje Castro —un túnel peatonal emblemático del centro capitalino, testigo de la transformación comercial de los años veinte—, donde un famoso cine de principios de siglo proyectaba las primeras comedias mudas antes de transformarse en una estación de servicio, reflejo del paso del automóvil Ford T a los elegantes Chevrolet de la posguerra.

No recuerdo mucho que pueda destacarse de aquellos tiempos, salvo que mi padre y su familia encarnaban el arquetipo del inmigrante laborioso, forjado por progenitores con la mentalidad europea de la ética católica italiana que veían en el trabajo la redención de la pobreza sureña.

Arribaron como colonizadores a una Santiago del Estero en proceso de forja: fundada en 1553 por Juan Núñez de Prado y trasladada por Francisco de Aguirre, la provincia había pasado de ser un bastión jesuítico en el siglo XVII a un polo agroindustrial en el XX, con la llegada de italianos que revitalizaron el comercio en colonias como Bandera o Añatuya, fusionando tradiciones quichuas con un emprendimiento lombardo.

Levantaron su vivienda principal a dos cuadras del Ferrocarril General Bartolomé Mitre —esa red arterial que, inaugurada en 1891 en la capital santiagueña tras conectar desde Rosario en 1884, unía Santiago con Buenos Aires y facilitaba el flujo de mercancías como el quebracho colorado, clave para la economía provincial hasta la Gran Depresión—, y de espaldas al Río Dulce — en su tramo superior, arteria vital de 1.100 km que atraviesa la provincia de noreste a suroeste, regando las huertas y simbolizando el renacer de la tierra prometida en una región semiárida donde su caudal variable ha moldeado la agricultura desde tiempos prehispánicos—.

Esta ubicación estratégica minimizaba los costos de distancias en una era donde el tren era rey, permitiendo importar directamente de los puertos italianos sin los gravosos fletes terrestres.  Mi casa solariega, erigida con materiales traídos en los holds de aquellos transatlánticos —ladrillos rosados de Génova, portones y puertas de hierro cincelado a mano por artesanos lombardos, tirantes de pinotea, traída del Atlántico Norte, y vidrios biselados que capturaban la luz como prismas renacentistas—, resiste el paso del tiempo casi dos centenarios después, un relicto de la Belle Époque argentina que fusiona el neoclasicismo italiano con el criollismo santiagueño.

Rescato en mi memoria haber sostenido en mis manos el pasaporte de mi abuelo, firmado por Umberto I di Savoia —rey de Italia desde 1878 hasta su asesinato en 1900 por el anarquista Gaetano Bresci, en un reinado marcado por la expansión colonial africana y la Triple Alianza con Alemania y Austria-Hungría, que tensó las fibras de la unificación italiana post-Risorgimento—.

Ese documento, reliquia de un monarca conservador odiado por los radicales pero admirado por la burguesía emigrante, evocaba las remembranzas de un viejo mundo. Y junto a él, los retratos al óleo de sus padres, enmarcados en dorados barrocos, colgaban en la sala comedor —espacio sagrado donde convergían las anécdotas familiares, perfumadas por el aroma de ragú y algarrobo, y donde los niños aprendíamos que la historia no era un libro, sino un tapiz tejido con exilios y triunfos.

Por años mi abuela se conservó sus botines, el pantalón y la camiseta de fútbol que lució mi padre en su adolescencia, cuando integró el plantel del Club Principiante Unidos, fundado oficialmente el 29 de marzo de 1932 en Santiago del Estero —un modesto equipo de barrio que, fusionado poco después con Comercio Central, encarnaba el fervor futbolero de una provincia donde el deporte rey, impulsado por inmigrantes, forjaba identidades en potreros polvorientos, al compás de la Liga Santiagueña naciente en 1912 y rompiendo la hegemonía del club Atlético Mitre en los treinta.

El boxeo fue otra de sus pasiones, un bálsamo para el espíritu combativo heredado de las pampas. Admirador ferviente de Luis Ángel Firpo (1894-1960), el coloso argentino apodado "El Toro Salvaje de las Pampas" por el cronista Damon Runyon, pionero del heavy weight latinoamericano que en 1923 desafió a Jack Dempsey en el "Combate del Siglo" ante 90.000 almas en el Polo Grounds de Nueva York, mandando al campeón fuera del ring en un round épico que inmortalizó el grabado de George Bellows y elevó el boxeo argentino a la gloria mundial.

Contó mi abuela que mi padre viajó a Buenos Aires a mediados de los treinta —en plena era de oro del automovilismo local, cuando las rutas pavimentadas apenas empezaban a ramificarse desde la capital— para comprar un auto deportivo y, de paso, y asistir de paso a la despedida del ring de su ídolo.

Casualmente, Firpo había asumido la representación de los automóviles Stutz en Argentina, la lujosa marca estadounidense de Indianapolis que, desde 1911, seducía a la élite con sus modelos Bearcat y Series BB —vehículos de bajo centro de gravedad y transmisiones innovadoras como el "Noback", que evitaba retrocesos en pendientes—, importados en los dorados veinte antes de sucumbir a la Gran Depresión de 1929.

Una semana después, un telegrama lacónico pidió auxilio: el deslumbramiento por las luces de la Buenos Aires cosmopolita —con su Obelisco erigido en 1936 y sus avenidas art déco— lo habían dejado sin un centavo. Obvio que volvió sin su Stutz, pero con una anécdota que olía a aventura y a la efervescencia porteña de Gardel y Libertad Lamarque.

Tanguero destacado, me enseñó algunos secretos del 2x4 en las tertulias familiares, donde el bandoneón lloraba como un exiliado. Me narró la anécdota de cuando improvisó de productor artístico y contrató a Osvaldo Fresedo —el "Pibe de La Paternal" (1897-1984), violinista y director de orquesta con la carrera tanguera más longeva de la historia, autor de más de 1.250 grabaciones desde 1920 hasta 1980, y creador de himnos como "Vida mía" e "Isla de Capri" que definieron la elegancia melancólica del tango romántico de los treinta—, para que se presentara en el Parque Aguirre de Santiago del Estero, un vasto predio de diversiones al aire libre a orillas del Río Dulce, inspirado en los parques sarmientinos y diseñado con fuentes artificiales donde, en los cuarenta, convergían bailongos y ferias bajo las estrellas, apenas a unas cinco cuadras de la Plaza Libertad y a unos ocho de su domicilio.

Pero una lluvia despiadada —de esas tormentas subtropicales que azotan el chaco santiagueño— arruinó la gala, suspendió el evento y lo dejó pagando en silencio el alto costo de esa efímera incursión en el mundo de los grandes escenarios, un recordatorio de que hasta los sueños porteños se doblegan ante el capricho del cielo santiagueño.

Desde niño vi frecuentar a sus amigos: Sebastián Abal García, Raúl Elli, Víctor Zain, Emilio Fernández, Manuel Barthe, Antonio Gel, Adolfo Cortina, Pity Llugdar, Pedro Silva, Víctor Cinquigrani, Tito Coria, Negro Elías, Morocho Martin, Rodolfo Scilia, Luis Anglade, Julio Barraza, Agustin Chazarreta, Leopoldo y Mario Corbalán, Polo Zarbá, Tedy Bur, Atilio y el flaco Orieta, Dalmiro Coronel Lugones, Marcos J. Figueroa, Maico Díaz, Rubén Yema, Rubio Focci, Tigre Infante, Vidal Ceballos, Mocchi, Reinoso, Pedro Vidarte, Tulio Pavon Pereyra… fueron tantos que me resulta imposible nominarlos a todos, pero continuaré la lista en la medida en que desentierre mayor información de esos archivos polvorientos del ayer.

Se casó con Laura Zulema Rodríguez Bustos, mi madre, el 8 de abril de 1949, en una ceremonia que siempre se recordó con ironía histórica: ese mismo día estaba programado el casamiento de Carlos Arturo Juárez —el caudillo justicialista que gobernó Santiago del Estero de 1949  hasta nuestros días, bajo el ala de Perón, impulsando obras públicas en el Plan Quinquenal y consolidando el peronismo provincial, en un mandato que marcaría el ascenso del peronismo en el interior profundo— con Luz Máques, amiga de mi madre.  Pero esa boda fue postergada por la inminente asunción de Juárez como gobernador el 21 de mayo, en un Santiago efervescente por las elecciones de 1948 que alteraron el mapa político de la provincia.

Siempre se pregonó independiente, ajeno al partidismo rampante de la posguerra —cuando el peronismo dividía lealtades y la Guerra Fría ensombrecía el cono sur—, pero su ejercicio comercial tejió notables vinculaciones que le abrieron puertas a información privilegiada.  Ello valió que evitase que me "levantaran" a fines de marzo de 1976, en los prolegómenos del golpe que derrocaría a Isabel Perón: sus amigos del poder le soplaron que figuraba en un listado negro proveniente de Buenos Aires, aquellos infames "archivos" de la Triple A.

Tras una gestión discreta, visitó a sus amigos del poder local, y no me tocaron, aunque me volvieron prescindible en mi puesto como Delegado Jefe del PAMI —inaugurado en 1974 en la calle Salta Nº 85, epicentro de la asistencia social en un Santiago golpeado por la inflación galopante y el éxodo rural.

Valga la paradoja de los 28 de agosto, fechas de fiesta y celebración en mi casa, hasta el correspondiente a 1977, cuando la muerte lo sorprendió exactamente a los 63 años, en un año marcado por el Mundial de Fútbol que Argentina organizó bajo la sombra de la dictadura, y por las Madres de Plaza de Mayo que empezaban a marchar en silencio.

Hoy, en el centenario de su natalicio, lo recuerdo con el cariño intacto de siempre, agradecido por sobre todas las cosas de ser su hijo: un puente vivo entre el viejo mundo de los Saboya y este suelo criollo donde, como él, plantamos raíces que perduran en la tierra más antigua de la Argentina.


P    A    D    R   E
(a don Miguel Brevetta, con afecto.)

Quien no comprende padre tu siembra
Tus sacrificios fiel luchador
Tú que la vida la das por todos
Sin pedir nada tan solo amor…!

Eres el árbol de la familia
El buen amigo y el redentor.
El noble esposo y el compañero
Que brinda puro su corazón

Eres el firme recto cimiento.
Del hogar digno, tu gran pasión
El fuego en cuyo torno tus hijos
Buscan amparo tibio calor.

Todo lo puedes con tu palabra:
El buen consejo, la paz, la unión
Por eso canto tu esfuerzo y ruego
Que te bendiga por siempre Dios…!

Dalmiro Coronel Lugones,
Santiago del Estero, 28 de agosto de 1969

 

 





sábado, 24 de agosto de 2024

CINCUENTA AÑOS DE CULTURA...


Jura en casa de gobierno: Juan Jiménez Domínguez, René Gómez Álvarez, Guillermo Abregú Mitelbach, diputado Infante y otros
Hoy hace cincuenta años que asumí en el cargo de Director General de Cultura de la Provincia de Santiago del Estero, jurando también en esa oportunidad como Secretario General del N.O.A. Cultural.

También juré el cargo de Director General del Teatro 25 de Mayo que por aquel entonces formaba parte del "paquete" de actividades, que necesitaban de una reforma integral. De inmediato me avoqué a la formulación de un plan cultural para que la función fuera dotada de un presupuesto acurde a sus necesidades y debo reconocer que fue el último en su género, ya que nunca se conoció estrategia alguna, para ejercer esa función.

Había cumplido 23 años. Recuerdo que fue un agosto atípico, veraniego,  pues ese día –asado de por medio-  fui sorprendido por la noticia de mi designación, cuando la radio LV11 anunciaba una serie de asunciones en la casa de gobierno, encontrándome entre quienes conformarían el flamante elenco gubernamental.

En esa oportunidad la provincia se encontraba intervenida por el P.E.N. y el Profesor Juan Jiménez Domínguez ya había asumido como Interventor. En verdad, nada sabía al respecto, solo me habían sugerido si deseaba participar en la gestión, a lo que respondí de manera negativa.

Conocí al Interventor en Buenos Aires,  el mismo día que lo designaron, cuando llamó a la casa del Ing. Belisario Carrillo –hermano de Ramón- en donde me encontraba almorzando con su familia. Se presentó para pedirle a su amigo “Mocho” que lo acompañase como Ministro de Obras Publicas en un proceso incierto que no tenia fecha de vencimiento, conforme a los sucesos de índole político que se desarrollaban en la provincia, entre las fracciones justicialistas López Bustos- Juárez.

- Me gustaría que haya un Carrillo entre mis ministros, anunció  el Interventor al llegar. Gesto que fue largamente agradecido por el anfitrión, quien declinó el ofrecimiento por razones de salud. Mientras se desarrollaba la charla el visitante advirtió por la tonada, mi identidad santiagueña, y de inmediato lo interioricé de las causas que habían motivado su presencia en la vieja casona del barrio de Belgrano. 

Me pidió si podía redactarle el discurso de asunción, pues esa misma tarde debía asumir en el cargo. También me solicitó si podía acompañarlo en el viaje, a lo que me negué, ya que eran otras las razones que motivaban mi presencia fuera de Santiago.

Más tarde el Ing. Carrillo se comunicó por teléfono diciéndome que se había comprometido con el Interventor para que lo acompañase en su gestión durante su permanencia en Santiago. Al día siguiente se presentó el piloto afectado a la casa de gobierno con “orden” de trasladarme a Santiago y de paso experimentar mi “vuelo bautismal”.

Arribé a la provincia, en compañía de Ramón “Tito” Castillo Carrillo, y de inmediato fuimos trasladados a la casa gubernamental. Nunca olvidaré el gesto generoso del Interventor, cuando nos entregó el listado de cargos, y nos dijo: “Menos el Ministerio de Gobierno, el de Economía y la Secretaria General de la Gobernación, elijan el lugar que quieran.”. Yo no acepté el ofrecimiento. Al otro día Castillo Carrillo asumía como Presidente de la entonces Corporación del Rio Dulce.

En verdad, no sabía que mi designación ya estaba pergeñada por el propio Interventor,  quizá por ello la noche de las asunciones el Director del Ceremonial,  Jorge Bruhn Gauna me perseguía por las escaleras, decreto en mano, porque no conocía el numero de mi documento de identidad, para formalizar la asunción.

Aun recuerdo el salón de acuerdos de la casa de gobierno, totalmente colmado. El Interventor cuando me vio llegar, me pidió que dijera unas palabras, hecho inusual ante lo sencillo del cargo.  Lo demás... es historia conocida, sin duda que ocurrieron tantos episodios que ya son parte del anecdotario político local, lo que me hace suponer que cincuenta años… no es nada.


jueves, 15 de agosto de 2024

RAMÓN CARRILLO: CIENCIA Y CONCIENCIA


                               La historia esa grande y memoriosa, suele muchas veces dejar de lado hechos y figuras prominentes que muy pocas veces llegamos a conocer y ello se debe en la mayoría de los casos a la jerarquía de la importancia, cuando no, al ocultamiento internacional de los publicistas de turno quienes en nombre de un supuesto beneficio a la comunidad, escogen con natural subjetividad, los sucesos y sus protagonistas que han de perdurar en los recuerdos -con rotulo de por medio- de los argentinos del futuro.

Quizá ese empeño desfigurativo de la verdad real fue lo que provoco estériles enfrentamiento entre provincianos y portuarios o unitarios y federales sin advertirse previamente que se estaban echando raíces en el principio de la división de un mismo e idéntico pueblo. 
Estas circunstancias nos privaron del conocimiento objetivo de nuestros grandes hombres sobre quienes hoy, un manto de olvido y mezquindad se cierne sobre sus memorias. Ramón Carrillo es nuestro mejor ejemplo y si bien hoy se pretende reivindicarlo, lejos se esta del conocimiento profundo y sistemático de sus obras, como de su personalidad.

TAN SOLO EL ANECDOTARIO

Hace unos días- por iniciativa del actual ministro de acción social- se televisó por un canal de capital federal, con gran despliegue de publicidad de por medio, un especial titulado “Carrillo historia de una pasión” en donde se entrevistó a familiares del científico-político y se reseñó su paso por el primer ministro de salud pública que tuvo el país. 
Como novedad, destacamos que en las películas que se conservan - obvio en blanco y negro- no se registró la voz de Carrillo ¿o fue borrada? 
Durante el transcurso del programa fue doblado por un actor del medio, lo demás solo fue referencia aislada de su copiosa labor, sin que se aportasen detalles a lo que ya conocido.

UN PERFIL DOCTRINARIO

Quizá su provincia natal Santiago del Estero poco sabe de él, por haber partido desde muy joven en busca de su destino. Lejos quedó su medalla al mérito como el mejor graduado en su promoción de bachiller, e igual lauro en la facultad de medicina en Buenos Aires, su pasión por los clásicos de la filosofía, de las letras,  lo llevo a conformar una de las bibliotecas mas completas de la especialidad que aun se conserva en capital federal.

Fue un destacado dirigente del partido Demócrata Nacional -con el mismo dijera- impulsado por convicciones, sentimientos, simpatía y por propia tradición familiar.

De haber aceptado la senaduría por la capital federal que le ofreciera el coronel Perón en enero de 1946, quizá otra habría sido la historia de Carrillo claro, que desde el parlamento no habría podido desplegar su notable condición de sanitarista, hoy evidenciadas en todo el territorio nacional.

Pero el entonces partido laborista insistió en asignarle un lugar a este conservador provinciano dotado- sin lugar a dudas- de las tan necesarias soluciones que el área de la salud exigía en su momento y la obra se hizo.

DEL PROGRESO AL RETROCESO

Para interpretar la magnitud de sus obras, para aquilatarla en su justa medida, es necesario saber cual era la realidad sanitaria del país antes de la creación del ministerio de salud pública, con Carrillo como ministro, y cual era después de su paso por el ministerio.
Transcurrieron  casi 40 años y no hay indicio de avances en relación con esa área. Los índices con mortalidad infantil, desnutrición, sub alimentación, número de camas en los hospitales, etc., han crecido considerablemente, tanto es así que en la política sanitaria, las referencias se establecen entre: “antes y después de Carrillo”.

Largo sería de destacar otros aspectos de la personalidad de este insigne santiagueño. Sus obras sobre la especialidad y sus descubrimientos son hoy fuente de consulta en el mundo entero.

En algún momento usted transitará por lo extenso de nuestro territorio y seguramente en el lugar mas inhóspito, descubrirá un imponente hospital de estilo colonial, galerías criollas y rojos en la techumbres - no lo dude - porque esa, es una obra de Carrillo.


Publicado, diario El Liberal 19 de marzo 1985

sábado, 3 de agosto de 2024

RAMÓN CARRILLO: CASI SESENTA AÑOS DESPUÉS...


                                           Asomaba el fin del año 1956, la crónica reflejada los días duros de la llamada “Revolución Libertadora”, la Argentina vivía otra interrupción en la legalidad institucional, pese a que el fragor de la lucha política no estaba ausente y se hacia sentir con Ricardo Balbín por un lado y por el otro Arturo Frondizi, preparando su lanzamiento con el apoyo de la estructura justicialista -que por entonces estaba proscripta- la que mas tarde, lo llevaría a la Presidencia de la Nación.

En Buenos Aires, la obra de José Sánchez Silva, “Marcelino, pan y vino”, llevaba cuatro meses en cartelera reseñando el éxito plasmado simultáneamente en el interior del país. Los caballos “Mangangá” y “Tatán” hacían las delicias del Carlos Pellegrini, para regocijo de los burreros en ese entonces, mientras el cuarteto de Aníbal Troilo con Roberto Grela desplazaba a la numerosa orquesta típica de costosos presupuestos.

Fuera del país, en el nórdico pueblo de Belén, capital del Estado do Pará en la República del Brasil, otra era la historia. Fallecía víctima de una hemorragia cerebral un santiagueño que años atrás había revolucionado las viejas estructuras del sanitarismo argentino. 
Era Ramón Carrillo, el primer ministro de Salud Publica que tuviera la Nación. Muchas veces el destino, al igual que la suerte, suelen desconocer el sentido de la justicia, y para el caso Carrillo, ni el destino, ni la suerte, ni la justicia han sabido corresponderle a este insigne científico que adquirió desde muy joven nombradía en el mundo entero, merced a la gigantesca obra que le debemos y que lamentablemente aun no se ha dado a conocer en su magnitud.

EL PRIMER PAISAJE: SANTIAGO.

Su infancia y su juventud lo vieron transitar el paisaje santiagueño, en donde adquirió una sólida formación cultural, moral, y cristiana, empapado de las enseñanzas de su padre – otro ilustre santiagueño con el mismo nombre – de quien asimiló un bagaje de conocimientos que él mismo reconociera posteriormente.

Con su medalla de oro al mejor egresado de su promoción en nuestro Colegio Nacional, algunos ensayos literarios de su autoría y una profunda pasión por las ciencias medicas, arribo a la Capital Federal a buscar seis años después una nueva e idéntica medalla otorgada esta vez por la Facultad de Medicina de Buenos Aires, al medico sobresaliente de la promoción de 1929.

Corría el año 1930, la inestabilidad política y social lo hacia todo mas difícil. Uriburu derrocaba al gobierno constitucional de Yrigoyen y la Universidad Nacional de Buenos Aires –mediante concurso de por medio- distingue a Carrillo con una beca por tres años para proseguir sus estudios en el extranjero. “Anatomía y clínica nerviosa” con el profesor Brouwer en la Universidad de Amsterdam, “Anatomía General del Sistema Nervioso” con Ariens Kappers, en Berlín y “Clínica del Sistema Nervioso” con Guillain en París, sientan las bases de una meritoria formación, para integrarse a su regreso al país al Instituto de Cirugía que dirigía por ese entonces el profesor José Arce.

Atrás quedó el viejo mundo que le sirvió para el ejercicio profundo de su pasión científica, las vinculaciones con eminentes y reconocidos investigadores de la especialidad que mas adelante testimoniaran las condiciones especiales con las que estaban dotado el medico santiagueño.

Era 1933, Carrillo volvía a su tierra, mientras que en Europa, Adolfo Hitler, abandonaba la Liga de las Naciones y se retiraba de la Conferencia del Desarme.

Ese mismo año se celebraba al pacto Roca- Runciman, que somete a nuestro país a los arbitrios de Inglaterra, mientras que Carlos Gardel grababa la obra de Cadícamo:

“Al mundo le falta un tornillo,
         si habrá crisis, bronca, y hambre/
                 que el que compra un cacho´e fiambre/
   hoy se morfa hasta el piolín...”

En 1937, Carrillo se adjudica del premio Facultad de Ciencias Medicas, por su trabajo “Diagnostico de los tumores infratentoriales”, un año mas tarde, le está reservado el Premio Nacional de Ciencias, por su obra mayor “Yodoventriculografia” (fosa posterior), impresa ese mismo año en ediciones “El Ateneo”, exponiendo en mas de seiscientas paginas el producto de su estudio que lo consagrara definitivamente como el maestro de la cirugía cerebral.

Las artes, la historia, la literatura y la filosofía, no eran extrañas para Carrillo, una gran cantidad de ensayos sobre las disciplina mencionadas y que aun permanecen inéditas, así lo acreditan. Estaba dotado sin duda de una personalidad polifacética. Su incesante labor profesional que alternaba con la investigación en la cátedra universitaria, no le impedían militancia política, quizá por ello nunca se desprovincializó, departiendo su fama entre Buenos Aires, el mundo y Santiago del Estero.

Fue reconocido entre los mas destacados dirigentes del partido Demócrata Nacional: “…entiendo que el conservadorismo -cuya esencia es el sentimiento de respeto a la tradición - es una fuerza doctrinaria capaz de neutralizar el efecto inicialmente perturbador de las corrientes foráneas, los cambios violentos en el país y los modos de vida importados con las olas inmigratorias. 
Me enrolé en esa organización política, impulsado por convicciones, sentimientos, simpatías y por mi propia tradición familiar...” (1)

CARRILLO, PERÓN Y LA SALUD PUBLICA.

Los cafetines de Buenos Aires lo vieron a Carrillo departir con otro santiagueño de sobrados méritos artísticos: Homero Manzi.

Corría el año 1940 y hasta el año 1945 declinó a los ofrecimientos para ser Director Nacional de la Salud Publica, de Asistencia Publica y del Hospital Churruca: “…no quiero alejarme de mis tareas como profesor universitario y cirujano especializado” - comentaba a  sus amigos- Estaba dedicado profundamente a la tarea de investigación, ello muestra la razón del porque un medico de la fama de Carrillo nunca abrió un consultorio particular, ni lucró en forma individual con sus conocimientos.

Carrillo no ocultaba su amistad con el entonces Coronel Perón, el mismo que le ofreció la candidatura a Senador Nacional por la Capital Federal, bajo la sigla, del partido Laborista y la coalición de otras expresiones políticas, que más adelante lo llevarían a la Presidencia de la Nación.

La humildad del medico santiagueño se reflejó una vez mas en su respuesta a tan caro ofrecimiento. En carta de fecha 11/1/46 expresaba: “…mi estimado coronel y amigo; en la convicción de mi experiencia para la tarea parlamentaria, me veo obligado a renunciar indeclinablemente al alto honor que me ha conferido al consagrarme candidato a Senador Nacional...” (2)

Ignoramos las razones del cambio de actitud, ¿o pudo más la amistad o el deseo de servir mejor a los intereses de la patria?, porque once meses después de conocida su renuncia, aparece el Plan Analítico de Salud Publica, editado en diciembre de 1946 y preparado por Carrillo en cuatro gruesos tomos. Fue éste el primer Plan Oficial elaborado en nuestro país. Se trataba de la ampliación de los proyectos de ley que daban contenido al Primer Plan Quinquenal de Gobierno, es decir las leyes básicas de Sanidad Nacional.

Al asumir la Presidencia Constitucional el Coronel Juan D. Perón, la Secretaria de Salud Publica se transformó en Ministerio y Carrillo era el ministro. Era otra etapa que comenzaba a transitar la vida de nuestro personaje, de no haber sido así, solamente habría descollado en el ámbito científico y nunca tal vez, se abría encarado esa gigantesca obra publica en materia hospitalaria que hoy cuenta con el reconocimiento de todos los argentinos.

A él le debemos todos los adelantos logrados en materia sanitaria. Eran los tiempos de la Tuberculosis, el Paludismo, Chagas, la Fiebre amarilla, que asolaban nuestro territorio, sin que fueran encaradas a través de un programa serio y eficaz. La mortalidad infantil registraba índices idénticos a los países en guerra, era el momento de encarar campañas sanitarias en serio y Carrillo estaba al frente.

“Todo estaba por hacerse en materia tan grave, tan fundamental para la Nación. Nunca ni en ella ni en ninguna otra parte se había planificado nada. El propio General Perón, cuando tuvo que afrontar su primer periodo de gobierno hizo buscar antecedentes en ese sentido que pudieran servirle de guía, de orientación. No se encontró nada. Hemos buscado, General, le dijeron sus colaboradores, hemos llegado hasta Cornelio Saavedra y no encontramos nada. Todo lo demás es obra de Carrillo.” (3)

LOS AÑOS DIFÍCILES.

Corría el año 1954, y un sugestivo malestar campeaba el ambiente económico-social de la Argentina, pese al reciente triunfo del gobierno justicialista que promovió la reelección de Perón por un nuevo periodo. Asume la presidencia del partido Alberto Teisaire, quien no tiene mejores relaciones con Carrillo, pues le había criticado la conducción de algunos engranajes del gobierno, que hacían presumir un seguro enfrentamiento con la Iglesia.

Ya un extraño mal -que el también conocía- progresivamente había minado su salud, flaquearon sus fuerzas y no le quedaba otro camino que el alejamiento de la función publica. Lo sucederá en su cargo el Dr. Raúl Bevacqua. Aceptando una beca en Estados Unidos - y en busca de alivio a su quebrantada salud- se embarca en el buque “Río Tunuyan”, perteneciente a nuestra Marina Mercante, junto con su esposa e hijos.

A su arribo se aloja en el 82 Street West, barrio portorriqueño, a dos cuadras del Central Park, un lugar modesto por no decir bastante pobre; elegido éste conforme a su precaria situación económica. En septiembre de 1955, sus predicciones se cumplían: caía el gobierno de Juan Perón. La familia Carrillo vivió consternada ese singular episodio, recordando quizá las causas de la renuncia al ministerio y sus advertencias a su amigo General, las razones de esa actitud.

Carrillo entendió muy pronto que no era verdad el lema: “ni vencedores ni vencidos”. Se dictó orden de captura en su contra. Fue acusado de “malversación”. Su casa fue saqueada y parte de su obra destruida. Había llegado la hora de la revancha, aunque nunca entendió el porque. No tenía los medios disponibles para el regreso a su patria, aunque de todas maneras, fue advertido por su hermano Belisario, que miembros de su familia eran arrestados sin causas y que se había desatado una ola de persecución.

El senador norteamericano Mc Carty lo vinculó con la compañía “Hanna Mineralización” que partía hacia el Amazonas en un viaje de exploración y fue contratado como medico de campamento. A esa altura de los hechos su enfermedad había hecho crisis y su suerte estaba echada. Sabía que sus días estaban contados.

Lejos de su gente y de sus cosas amadas, enfermo y vencido, recibía estoicamente las noticias de la campaña difamatoria que se había gestado en su contra. Pero supo sobrevivir y trabajó hasta el fin de sus días. Nunca recibió ayuda económica de persona alguna que no fuera su familia; murió con la plenitud de una lucidez asombrosa que no lo abandono nunca, junto a ella se extinguió su vida un 26 de diciembre de 1956 a la edad de cincuenta años.

Su condición de hombre de profunda raigambre católica y humanitaria, sin dobleces, sin rencores, ni empequeñecimiento marcaban un perdón tácito para sus detractores. Así se evidencia en la carta mandada a su amigo Poncio Godoy, catorce días antes de su muerte: “…vivo en la mayor de las pobrezas de la que nadie puede imaginar... por orgullo no puedo exhibir mi miseria a nadie, ni a mi familia, mi capacidad de trabajo es muy reducida, poco a poco se me han cerrado todas las puertas y no pasa un día en que no reciba un golpe. No tengo odios y he juzgado y tratado a los hombres siempre por su lado bueno, buscando el rincón en que cada uno de nosotros alberga el soplo divino...” (4)

En oportunidad de editarse su “Teoría del Hospital”, en 1951, obra ésta en donde se encuentra reseñada la capacidad del autor, el General Perón decía en el prologo: “La acción del  Ministro de Salud Publica de la Nación a tenido, pues, que ser extensa e intensa. De ella da noticia solo en parte, esta publicación, pero no dice nada, como es lógico, de los desvelos, contratiempos y cavilaciones que le han costado al Dr. Carrillo llevar adelante un plan sanitario, partiendo, puede decirse, de la nada, o peor que de la nada, de lo malo, y mal inspirado, que era lo que antes había”.

Treinta años después...Carrillo descansa en su tierra natal. Pareciera que en tres décadas nada ha cambiado en nuestro país, pero sabemos que no es así. Habrá que esperar el día en que aprendamos a comprender y valorar su obra. Mientras tanto la Nación Argentina le está debiendo un reconocimiento a su memoria.

BIBLIOGRAFÍA:


*1) Carta de Ramón Carrillo al Presidente del Partido Demócrata Nacional, distrito Santiago del Estero
    2) Carta de Ramón Carrillo a Juan Perón 11/01/46.
  *3) Revista Dinamis No. 47 agosto 1972.
  *4) Revista Todo es Historia, No. 117 febrero 1977, Pág. 26.-


Publicado en el Diario El Liberal, el 28 de diciembre de 1986, en oportunidad de cumplirse 30 años de la muerte de Carrillo.-