La idea de que la historia del conservadorismo se remonta a la Revolución de Mayo y
que tiene por cabeza visible a Cornelio Saavedra, es una interpretación
antojadiza.
Dentro del cuadro típicamente colonial que se vivía en 1810, el
pensamiento de Mariano Moreno expuesto en la “Representación de los
Hacendados”, cuyos fundamentos condenaban a muerte a un monopolio que ya no podía
sostenerse ante el progreso alcanzado por la fuerzas productivas y la irrupción
del comercio británico, constituía una concepción revolucionaria y jacobina que
cerraba todo intento de restauración monárquica.
Frente a semejante pensamiento las ideas moderadas del jefe del
Regimiento de Patricios importaban una suerte de conservadorismo del orden jurídico
establecido por España, pero en realidad las cosas no eran así de sencillas.
Inglaterra cuya influencia se manifestaba cada vez más en el Río de la Plata tenía en hombres como
Moreno y Rivadavia a los mejores proyectistas de sus planes comerciales
expansionistas.
El capitalismo europeo atravesaba la débil y atrasada estructura de la
sociedad argentina, pero los intentos británicos no conseguían -en un comienzo, por supuesto- encajar
definitivamente por la hostil intransigencia de Saavedra, el que no tardó en
ser derrocado y virtualmente expulsado del país.
Rosas conservador
Si alguien encaja –mejor que Saavedra- dentro del esquema conservador, es
Juan Manuel de Rosas, a quien sus detractores liberales lo consideraban defensor
de los interese ganaderos, terratenientes de la provincia de Buenos Aires. Pero
Rosas, por el contrario, era la más fiel expresión de la realidad social de la época
y representaba la única posibilidad de orden en la convulsionada y caótica
sociedad post revolucionaria.
Pero debemos tener en cuenta que nunca la realidad social es fija y
eterna, ni igual a si misma, ni los gobernantes son estatuas.
En 1850, Rosas había sido superado por nuevas fuerzas sociales generadas
durante su gobierno, pero es justo reconocer que si el país pudo organizarse y
darse una Constitución, ésto de debió a que don Juan Manuel de Rosas había
logrado –mal que les pese a sus detractores- consolidar la siempre ansiada Unidad
Nacional.
Los políticos posteriores a Caseros (Alberdi, Sarmiento, Urquiiza,
Mitre) estaban convencidos de que el auto desarrollo absoluto era imposible y
que la Argentina
no podía alcanzar por si misma su organización y su unidad como Nación.
La clave de la política aplicada por los “organizadores” de la Republica post-rosista
fue lograr la introducción de “una vida civilizada” que sólo sirvió para el
enriquecimiento de capitales importados.
Volviendo a los albores del conservadorismo, todavía se divulga desde los
medios de comunicación, la cátedra y el libro, distintos mitos acerca del
origen de los partidos políticos en nuestro país, pero en realidad, esta
historia que involucra a los partidos es apenas un momento en la vida de los Estado,
pues de hecho, los verdaderos partidos datan de hace apenas un siglo.
En 1850 ningún país del mundo (con excepción de los Estados Unidos) conocía
a los partidos políticos. En el sentido moderno de la palabra: había tendencia
de opiniones, clubes populares, asociaciones
de pensamiento, grupos parlamentarios, pero no partidos propiamente dichos. Por
lo que hay que dejar bien en claro que no debe confundirse “partido” con “secta”,
si bien hay sectas que se transforman en partidos y partidos que perduran mas allá
de su muerte en forma de sectas, como hay sectas que vegetan mucho tiempo, nada
más que como sectas.
De los Partidos Políticos
De lo que antecede se deduce que la historia de los partidos forman un
capitulo de la historia general del país, en un doble sentido: porque nacen y
mueren y la sociedad matriz es anterior y posterior a ellos y porque la
política no se explica por si misma, sino en función de causas socioeconómicas
profundas que se manifiestan en una permanente lucha de diversos sectores de la
sociedad.
El conservadorismo, cuyo ultimo gobernante a la usanza antigua fue Don
Marcelino Ugarte, que manejó la provincia de Buenos Aires con mano férrea,
desapareció virtualmente como gran partido en 1933 y fue como consecuencia de
una disidencia en el seno del Comité Demócrata Nacional (Conservador) de la Capital Federal que ocasionó la
renuncia de Robustiano Patrón Costas.
El hecho tuvo tremenda repercusión, y la prueba mas dura la
experimentaron los conservadores de la provincia de Buenos Aires.
El grupo interno que lideraba Vicente Solano Lima –entonces residía en
San Nicolás- luchó para modificar los métodos de la agrupación y dar otra fisonomía
a un partido que estaba totalmente agotado y ese grupo que se llamo Núcleo Liberal y Democrático logró
desplazar de la conducción a Fresco y Barceló, inyectando al tradicional partido,
nueva vida.
La figura clave fue Rodolfo Moreno: “con Rodolfo Moreno, queríamos terminar con el fraude, quitarle las
bases de sustentación a los factores disolventes –recordaba Solano Lima un año
antes de su muerte- auspiciando leyes a
favor del desarrollo industrial que alarmaba a los conservadores ganaderos,
propiciar un ordenamiento económico más equitativo, para satisfacer las
necesidades del progreso social; considerábamos una aberración que en un país
rico existiesen niños que no podían ir a la escuela, que los hospitales no
tuviesen cama para los enfermos, que no se pagara un salario justo y que la
familia obrera no tuviese acceso a una digna canasta familiar”.
Semejante programa colocaba a Lima y sus seguidores en las antípodas de
los Patrón Costas, Matías Sánchez Sorondo, Barceló, Fresco y Martines de Hoz.
Era como extenderle la partida de defunción al viejo tronco conservador que
marchaba a contrapelo de la realidad nacional.
En la gris mañana del 4 de junio de 1943 el Presidente Ramón S.
Castillo, expresión acabada del conservadorismo de elite, que propiciaba la
candidatura presidencial de Robustiano Patrón Costa, se embarcaba en el
rastreador “Drummond” y ordenaba resistir a las tropas que marchaban a la Capital Federal desde Campo de
Mayo. Un nuevo orden se preparaba en la Argentina.
En 1945 tras la histórica jornada del 17 de octubre, Perón irrumpía en
la arena política con fuerza avasalladora.
Vicente Solano Lima tenía con él una relación personal que databa desde
el año 1932, cuando el líder justicialista era Capitán y Secretario del
Ministro de Guerra General Manuel Rodríguez.
Perón jamás olvidó a Solano Lima que en 1955 fundó el Partido Conservador Popular. El
caudillo conservador no mantuvo contactos con Perón durante los 10 años del
gobierno justicialista, pero no adhirió a la Unión Democrática ,
ese engendro anti popular que adquirió características de Frente pro
imperialista sostenido por el embajador de la plutocracia norte americana
Spruille Braden y Victorio Codovilla, Presidente del Partido Comunista.
Muchas eran las coincidencias entre Vicente Solano Lima y Juan Perón y
la creación del conservadorismo popular
obedeció a la necesidad de llamar a las fuerzas conservadoras a lograr la
creación de un frente común para luchar contra la reacción de los
“libertadores” de 1955 empeñados en hacer tabla rasa de todas las conquistas
sociales que había conseguido el pueblo argentino.
El partido era por sobre todas las cosas “popular” y no “social”, a pesar
de que lo que se proponía era una política social determinada que agilizara al
partido conservador; que le inculcara nuevas ideas acorde con el espíritu de
modificación del estado de las masas. Sin
embargo –y en eso tuvo espacial cuidado- no perdía la línea conservadora. Y aun
no la ha perdido.
Un partido totalmente remozado, con nuevas ideas y propuestas, pone en
marcha ahora el mecanismo que exige el momento por el que atraviesa el país.
Atrás quedó un pasado que constituyó una rémora, liberado de viejas ataduras
que lo ligaban a intereses internacionales y sobre todo a sus “amigos
ingleses”.
Por ello Vicente Solano Lima le hizo dar un salto hacia un porvenir
revolucionario, diferente, acorde a los tiempos en que debía desenvolverse.
Todo el mundo quiere cambios y las “fuerzas revolucionarias” no quieren
modificar el status. Solano Lima lo expresó claramente cuando dijo: -con gran
espanto de los “viejos” conservadores – “hay
que optar entre el tiempo y la sangre, Yo opto por el tiempo; la revolución se
va a producir en un proceso de tiempo, pero no habrá que derramar sangre”.
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