Despues de soportar una cruel
enfermedad en horas de la madrugada dejó de existir en su domicilio de “Puerta
de Hierro” en Valle Viejo, Pcia de Catamarca, el ex diputado nacional Ángel
Arturo Luque, quien no pudo superar un cuadro crítico de diabetes, producto
del cual un paro cardíaco lo llevó a no despertar del último sueño.
Lo conocí en el despacho del
Jefe de la bancada justicialista, cuando se desempeñaba como Asesor mayor del
entonces senador nacional Vicente
Leónides Saadi, con quien tuvo en vida una estrecha y filial relación.
El “gordo” como
amistosamente lo llamábamos, tenía un espíritu jovial y generoso. Presumía de
forjar un culto de la amistad y no exageraba en su decir. Su casa bautizada
como “Puerta de Hierro” en alusión a la mansión que habitó el General Juan
Perón durante su exilio en España, estuvo siempre abierta para sus amigos y
“compañeros” de lucha en la militancia justicialista.
Fue un luchador a ultranza
en las filas del partido y nunca abandonó la corriente que inspirara
su padrino político, el legendario varias veces gobernador de Catamarca,
Vicente Saadi.
En 1989 su pueblo natal lo
votó para que fuese diputado de la nación por lo que debió radicarse en la
Capital Federal. Allí dos años después se produjo un hecho desgraciado, casualmente
de idénticas características al que ocurriera en Santiago del Estero años más
tarde; el asesinato de una joven en extrañas circunstancias, que desencadenó
una historia de tintes novelescos en donde la intriga y la confusión subsisten
todavía.
Se decía que el hecho estaba
asociado con llamados “hijos del poder” - de la misma manera que sucedió en
nuestra provincia- lo que desencadenó
luego de idas y venidas, una intervención federal a los tres poderes
provinciales.
Uno de los acusados de estos
hechos, resultó ser su hijo Guillermo
Luque quien fue condenado a 21 años de prisión como autor material de la
violación y el asesinato de María
Soledad Morales, mientras que Luis
Tula –supuesto cómplice- fue sentenciado a nueve años de prisión como
partícipe secundario, dado que por entonces era pareja de la víctima y habría
actuado como entregador.
Tuve - estando en su casa de
visita- la oportunidad de leer casi 20 cuerpos del sumario de esa causa judicial, sin que
advirtiera la participación de su hijo en el hecho. Vagos indicios, dimes y
diretes, escasa documental fehaciente y un sinfín de falsos testimonios, daban
cuenta de un procedimiento torpe y burdo que de manera alguna alcanzaba para
una simple imputación.
A mitad de juicio se cambió
la caratula de la causa, ordenada por un tribunal constituido sin ningún tipo
de garantías –entre ellos un santiagueño del que prefiero -por ahora- abstener comentarios-
que arribó a una condena entre gallos y medianoches, la que finalmente fue a dormir
a posterior, en los depósitos de la Corte de Justicia. Queda dicho todo.
El “Gordo” no pudo terminar
su mandato en la Cámara, por decir públicamente lo que todos pensábamos y
callamos, por ese entonces. Y se volvió a vivir como antes en su pueblo natal y a cargar el peso
de una condena judicial y social, inmerecida e impropia, que soportó hasta el último de sus
suspiros.
Estaba casado con Edith
Pretti, una mujer excepcional de una infinita bondad y comprensión,
también ex diputada provincial por el
peronismo, a quien le envío un fuerte abrazo y plenas condolencia por la
pérdida de un amigo, todo terreno.
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