Cuando la conocí al pasar en plena adolescencia, allá por los sesenta, me impresionó su belleza singular y salvaje, tanto que la recordé siempre, así como se cuelgan de nosotros, imágenes genuinas que parecieran no tener procedencia, ni destino.
Fue una notoria y singular figura que por décadas, formó parte del
paisaje santiagueño, cuando se desplazaba como una brisa fresca, altiva y
armoniosa por las calles de mi pueblo.
Su existencia transcurrió apacible y fue querida y admirada por
quienes la frecuentaron en el trato cotidiano, cosechó amigos por doquier por
culpa de una simpatía clara y trasparente que se desprendía de su mirada frágil
y gentil.
Con
los años, la vida me acercó a su
presencia, a través de sus hijas.
Y tuve la oportunidad de hacerle conocer esa suerte de “confesión”,
que había crecido conmigo durante tantos años. Por ello y sin dudarlo, no
vacilé en decirle que se había convertido en una suerte de leyenda.
Que se la consideró por décadas, una referente permanente de la
belleza santiagueña. Que fue: “una de las
mujeres más bellas con que contó Santiago del Estero”.

Y no tardé en descubrir a una mujer entera y franca. Cordial,
humana, afectuosa y generosa hasta el amor de madre. Por ello es que aprendí a
quererla como un hijo más.
Hablamos mucho, la escuché mucho y sé que también mucho esperó
de mi. Creo que no la defraudé y que llegó a comprenderme, tanto que en sus
prolongados silencios se encontraba la síntesis de haber vivido una vida plena,
más allá del efecto de los años.
Hoy hace un año que abandonó este mundo y estoy seguro que no son
pocos los que todavía la recuerdan, como aquella “Confesión”, el incomparable tango
de Discepolo y Amadori;
Ibas linda como un sol...
¡Se paraban pa' mirarte!
¡Se paraban pa' mirarte!
Stella Gladys Lucatelli de Azar, la llamaban: Lilicha
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