Cuando la vi por primera vez cursando mi adolescencia, allá por los sesenta, su belleza singular y salvaje me deslumbró.
Fue una imagen que se grabó en mi memoria, de esas que parecen no tener origen ni destino, pero que se aferran al alma con una fuerza inexplicable.
Ella fue una figura inolvidable insertada en el paisaje
santiagueño.
Parecía que se movía por las calles de mi pueblo como una brisa fresca, altiva y armoniosa, capturando miradas y dejando susurros de admiración a su paso.
Su presencia semejaba un destello de luz, una chispa que iluminaba el entorno adornado con su simpatía clara y transparente, con esa mirada frágil y gentil que desarmaba a cualquiera.
Con los años, la seguí recordando y fue la vida quien me regaló el privilegio de acercarme a su ámbito a través de sus hijas. Y tuve entonces la oportunidad de confesarle algo que llevaba guardado en mi corazón.
Un día a solas, tuve la ocasión de expresarle que la conocí desde
hace un tiempo largo y que su belleza, y el garbo de su esencia, la habían convertido
en una especie de leyenda en Santiago
del Estero.
Sentí que debía decírselo, sin dudar, que para muchos fue una de las mujeres más bellas, que nuestra tierra puede destacar
Me miró un tanto sorprendida –quizá un tanto incrédula- y fue en ese instante, que sus ojos se nublaron deslizando alguna lágrima, hasta su mirada se perdió en un horizonte de júbilo, gratitud y sentidos recuerdos.
Aquella conversación me permitió descubrir a una mujer extraordinaria: franca, cordial, humana, generosa, con un amor de madre que lo abarcaba todo por eso no tarde tardé en sentirla y quererla como un hijo más, y ella, con su calidez, me acogió como tal.
Hablamos mucho, la escuché aún más, y en sus silencios prolongados hallé la síntesis de una vida plena, vivida con intensidad más allá del paso del tiempo.
Hoy, a un año de su partida, sé que no soy el único que la
recuerda.
Su memoria perdura como el eco de ese tango tan sentido y testimonial “Confesión” de Discépolo y Amadori que parece escrito para ella:
Ibas linda como un sol...
¡Se paraban pa' mirarte!
Stella Gladys Lucatelli de Azar, la llamaban: Lilicha
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