N os
conocimos en la Biblioteca
9 de julio de Santiago del Estero, cuando la presentación de mi libro: “Poemas
con Neurosis”, al arranque de los años setenta. Recuerdo que me dijo que lo
había motivado el titulo del poemario, le pareció que había cruzado la barrera
de la sensatez y quería saber hasta dónde.
Por
ese tiempo me comentó que elaboraba un trabajo en el que mezclaría algunas
vivencias propias, con un poco de historia argentina y ciertas reflexiones que
vinculaban al cristianismo con el liberalismo, el existencialismo y el
marxismo, así de simple y así de profundo.
En
agosto de 1975, nos sorprendió con su libro: “Versos y Reversos”, la síntesis
de aquel comentario, la suma de esos
conceptos que manejaba a la perfección, ello en base a su formación intelectual
en el campo de la filosofía y la lógica, adquirida en la Universidad Nacional
de Tucumán, donde se destacó como alumno brillante.
El
prologo de Arturo Ponsati, nos confirmó lo señalado, al expresar que: “Tito Lobo ha dedicado una parte importante
de su vida a servir una causa que, para él, para mí, para muchos, se confunde
hoy con la causa del hombre mismo. Personalista y comunitaria es su definición.
Humanismo enraizado allí donde el hombre tiene sus raíces en la trascendencia.”
Y
por ese rumbo transitó su existencia de “rumiador” de ideas y pensador
silencioso, que elaboraba constantemente el mensaje esclarecido de sus
conceptos entre su Yo interactivo y el devenir constante, al sentir de
Heráclito.
Buceador
permanente en obras viejas y nuevas. Nunca dejó se sorprendernos con la lectura
de algún párrafo que había descubierto entre sus infatigables textos en horas
tardías.
-Este autor me atrapó de entrada - me decía- Y no me dejó dormir en toda la noche.
Desde
cualquier mesa del “Barquito bar” vimos más de una vez, llevar a rastras los
brotes de la democracia y de esos actos despóticos, aprendimos el valor de
nuestras instituciones, las que cada uno, a su manera, interpretó después y divulgó
en la renovación de tertulias cotidianas.
Una generosidad sin par, los
buenos modales, el hablar pausado, meditado y la permanente defensa de sus
convicciones, fueron los rasgos más
característicos de su personalidad.
Otro
de sus trabajos: “El humanismo integral de Martín Buber” editada en 1979 por el
Museo de Arte Popular José Hernández, que no llegué a conocer, reafirman el
camino por donde transitó el pensador.
Quizá por ello Ponsati dice que: “ Un
amor muy grande está presente. Un amor que vence dificultades y se sobrepone a
la vida misma. Un amor por el hombre, pero no por el individuo abstracto, ni
por la sociedad erigida en categoría. Sino un amor por el hombre cotidiano y
por la circunstancia real y concreta. Un gran amor por el país y por sus temas,
a través del cual es posible descubrir ese mismo aliento universal que reflejan
todos los escritos de Lobo, tanto los de tema argentino, como los otros”.
Pero,
que evidentes y que extraños son los filósofos, que albergan tantos seres
disociados entre si, alimentados y comprendidos sólo por ellos.
Carlos Alberto Tito Lobo
(1937-2008) diseñó una amistad sobre los ejes del respeto y el agradecimiento y
nos dejó un mensaje elemental, que nos condujo al aprendizaje del amor tan vivo
y tan ferviente, en todas las cosas circundantes al Hombre.
Tal
vez por ello eligió una forma distinta de transitar por este mundo.
Sintió
el ciclo profundo por donde se recuestan esos misterios, que marcaron el
territorio de sus días. Por ello optó por la Soledad , esa fiel compañera que no lo abandonó,
ni en la vida, ni en la muerte.
Santiagueña, no me digas
Que me dejas de
querer
(Santiagueña, mejor mátame
Y vélame al
atardecer)
Labios, brazos,
labios.
Me muero por fenecer
En tu cuerpo, tierra fiel.
Publicado 29/12/2008
En tu cuerpo, tierra fiel.
Publicado 29/12/2008
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