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Portada de la revista Sucede |
El ingeniero inglés miró la zona con los
ojos de progreso, y dió las directivas necesarias para la ejecución de la
obra. Los durmientes de quebracho –“¡ hay tantos por aquí !”-, para el
sostenimiento del acero.
Las pesadas maquinarias podrán cruzar los montes sin
problemas, después de que los hacheros santiagueños despejen el matorral, dando señales del adelanto en un agónico fin de siglo.
Hoy son otros los tiempos y también las circunstancias,
pero el lugar es el mismo. La diferencia consiste en los cien años
transcurridos. Lo que otrora fue el inicio del progreso, hoy es la prueba
evidente del atraso y del olvido.
Acaso los entusiastas ingleses no fueron previsores al no
advertir que la obra no tiene – cien años después – razón de ser ni de
existir… Pero debemos reconocerles que, lo que hicieron, lo hicieron bien.
Aquí
está la fachada, intacta y desafiante, a los ojos de todos, dando muestras
todavía del esplendor de otros tiempos, del trabajo minucioso y sin retaceos –
no “ahorraron” materiales -, testigo mudo y elocuente de que, cuando hay
criterio y buena voluntad, la obra ha de perdurar al menos cien años.
Lo que se vivió en ese predio alguna vez, hoy es la crónica de los tiempos que se van. No hay
adioses melosos, ni enamorados, ni ansiedades, ni tristeza por la partida. No
está mas el sacudón nervioso de la gran maquinaria que por el solo hecho de un
envión rutinario devoraba caminos, imponiendo distancias entre unos y otros.
No están más la alegría, ni el sueño insospechado del
hombre del regreso y de la mujer que espera. Ya no van más los “changos” a
saquear los “cargueros” después de su llegada; no quedan más pedazos de carbón,
ni restos de bananas, para ganarle al día.
Lo que fue el adelanto, hoy es la postración de la zona.
Éstas paredes, de más de tres hectáreas en pleno centro de nuestra ciudad, que
encierran vías muertas y durmientes podridos, se oponen al progreso y a la
expansión de nuestra población.-
La vieja estación está pidiendo a gritos que venga la
picota de la reforma y transforme –por uno mejor- el lamentable
espectáculo que hoy está consideración
de todos.
Quizá no ha de faltar algún ingenioso que proponga hacer
una plaza, un gigantesco “shopping center”, una cadena de departamentos o lo
que siempre se pensó un arquitecto amigo, el proyectar la casa de gobierno con
todas las dependencias estatales como una forma de centralizar, en un solo
lugar, la enmarañada burocracia que tanto mal le hace a la celeridad de los
pueblos.
Publicado en Revista Tele Imagen, S del E. No. 4, 1993. y Sucede 2014-
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