El
6 de junio de 1893 nace en Santiago de Chuco, en los Andes del Perú,
alguien que año tras año se va muriendo lentamente pero que nunca
llegará a ser olvido, quizá porque nació para no morirse nunca, tal vez
porque nació enraizado con la muerte y ella forma parte de su vida y de
su tiempo. Ese ser, extrañamente incierto, es un poeta. Se llama Cesar
Vallejo y es el mismo que anticipara en uno de sus mejores poemas, lo
que fuera su nacimiento:
“Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave...”
Un vate de las cualidades de Vallejo, no tiene precedentes en la
historia de la Literatura, un poeta que cantó a la realidad
personificada en su ser, con un verso claro, limpio y sin
elucubraciones, ni altisonancias, como el peruano lo hacía, no se puede
morir de pura muerte.
Siempre queda algo de lo que se siembra, aunque no se recojan
frutos y la tierra que se emplea sea completamente yerma, aunque en la
hazaña se esfume su ultimo hálito fecundo del paisaje y creación.
Expresa Vallejo:
“Yo te digo:
cuando alguien se va,
únicamente esta solo
de soledad humana,
el lugar por donde ningún
hombre ha pasado”
Esto fue escrito allá por 1957 un año antes de morirse un poco.
Quizá porque fue también un profeta y adivino que quedaría
definitivamente aguijoneado en la hoja señera de algún diccionario, o en
la página blanca de una antología en donde suelen incluirse solo las
buenas realizaciones de los hombres. Vallejo creó un estilo definido,
autentico; un estilo hecho de puro dolor, de pura angustia fue el primer
poeta que evocó a su provincia dejando su originalidad personificada en
muchos escritores, incluso en Neruda.
GLORIA DE UN MOVIMIENTO
La realidad de Vallejo fue adversa con el, el Perú, su cuna y su
morada lo vio marcharse solo, llevándose nada más que sus recuerdos
escondidos, condensados en su primera entrega: “Los heraldos negros”
libro éste que fuera completado cuando tenía 25 años. Y es precisamente
en esa etapa donde aprendió a vivir la soledad, el frío, el hambre,
donde vio dibujada su sonrisa en una mueca de dolor y espanto, donde
mordió los primeros engaños – después desengaños – de su país, que
caprichosamente no le había anticipado.
Tan solo le quedaba su máxima esperanza que fuera aquella gloria
del movimiento indigenista, compuesta de valores no solo de la pluma y
la palabra, sino verdaderos cultores de una nueva formación
revolucionaria, rebeldes con su tiempo y con su causa.
“Trilce” su segunda entrega, fue el ultimo recuerdo que el poeta
dejara a su país. ese amado suelo que no pudo verlo partir en su viaje
de ausencias.
París lo recogió en su regazo luego de su exilio voluntario pero
la actitud insólita a veces y de tanto en tanto comprensible de
Vallejo, fue inmutable, nada lo calmó, nada pudo aliviar el rostro
enajenado de “Los Poemas Humanos”, que nos dejara el Cristo Negro de la
poesía americana, tal como le llamara Antenor Orrego.
En esta muestra extraída de antología se inserta el reflejo vivo
jalonado en el sentimiento de un autentico poeta, pues no es para menos
considerarlo tal a quien se expresa con el corazón y la realidad en sus
manos:
“Haber nacido para vivir
de nuestra muerte...!
Y después de tanta
Historia sucumbimos...”
A veces resulta complicado ajustar una definición acerca de la
obra de un artista de los quilates de Vallejo, pero no es difícil
arriesgar una opinión y considerar sobremanera lo expuesto de parte de
autoridades como: Luís Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea,
Fernando Alegría o la de Vicente Salsilli, que evocó al vate en la
edición del desaparecido diario ”El Mundo” (16-4-67) con acertada
esquematización...
Un viernes de lluvia para ser más exacto, un viernes santo, fue el día clave de Vallejo, precisamente el día en que profetizó:
“Me moriré en París
con aguacero
un día del que tengo
ya el recuerdo”.
Y esto sucedía el 16 de abril de 1933.En la fecha 37 años de
dolor, es decir 37 muertes que al mundo agoniza el grávido poema que
silenció la voz de uno de los poetas máximos de América...”
Publicado en el diario La HORA, el 30 de abril de 1975.-
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