Hoy hace un año que dejó este
mundo Don Raúl Alfonsín, un hombre puro de la democracia argentina, quien desde
su más temprana juventud se aferró a un ideario que no permutó en ningún
momento y que conservó encendido hasta el mismo día de su existencia terrena.
Su adiós profundo, fue un
adiós austero, callado, hasta diría que
cansado de arduas explicaciones sobre las causas y razones de la entrega
anticipada de su mandato. ¿A quién se le ocurriría poner en tela de juicio el cómo, el cuándo y
el porqué de los designios que el destino escoge para cada uno de nosotros y
que debemos aceptar sin replicar?
Lo cierto y evidente es que su deceso caló
profundo en el sentimiento popular y su
ausencia nos dolió a todos, mucho más allá la noticia de su adiós.
Tras estos pocos lustros de
democracia en consolidación, aprendimos a reconocer su trabajo y su fervor por
la vida en democracia. Sus frases, las síntesis de sus discursos, su apego al
ideario partidario, sus consignas y vaticinios esperanzadores, hoy se recuerdan
como música en el tiempo en que los argentinos, volvíamos a transitar por el
camino del derecho y de las garantías que nos brinda nuestra Constitución
Nacional.
Había fervor en su oratoria y
fuego en sus palabras. El fue el
presidente de todos, después del horror que arrancó en el 76. Él fue quien se
acercó sin revanchismos, ni venganzas, el que hablaba de consolidar la
democracia –cuando muchos pensábamos que ya no hacía falta- simplemente porque
enemigo pequeño no se encuentra en la tierra.
Fue un eje fundamental para los
partidos políticos, sin que le interesase nunca el caudal electoral que
acompañó a cada libre expresión doctrinaria. Entendió que la democracia,
necesita de más democracia y que las libertades, en especial las del
pensamiento, no deben ser conculcadas sobre los intereses y conveniencias de
los mandatos de turno.
Hoy, aquí y ahora, esa premisa
está visible y latente entre los que sostenemos la vigencia del pluripartidismo
como esencia de la democracia americana y somos conscientes que, quien lo
sucedió en el poder lo primero que hizo fue suprimir los aportes partidarios,
elementales para el manteniendo de los distritos provinciales, y ahora por
medio de una ley votada contra reloj y a fuerza de un apriete inconcebible por
parte de un gobierno que ya perdió su hegemonía, persigue el fin de las
ideologías, con el pretexto de la conveniencia de un bipartidismo, ajeno y
extraño a nuestra naturaleza política.
No fui su correligionario.
Tampoco lo voté nunca. Es más, puedo decir que estoy lejos de su ideario
radical, pero ello no justifica que deba omitir reconocer las virtudes del
hombre público que nos gobernó en tiempos difíciles, ni que analice sus
aciertos, como así los errores que no
pueden estar ausentes en la naturaleza y el obrar del hombre.
Cuando la balanza se inclina
hacia el deber ser, todo se justifica y le asiste razón de existencia. Este
tribuno, nos indicó un camino, como argentino bien intencionado. En fin, hace
un año, nos dejó un hombre de la arena
política, al que supimos reconocer y respetar, antes y después de muerto.
Nobleza obliga este sencillo recordatorio -que
muchas veces llega tarde- pero que
amerita los mismos sentimientos de agradecimiento y comprensión que nos
inspiran, cuando recordamos a un hombre de bien.
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