Una noche de hace algunos años,
mientras me encontraba en un bar de la
calle Roca, se acercó un señor muy respetuoso pidiendo que lo escuchase unos
minutos, previo a disculparse por irrumpir repentinamente. Me dijo: soy
periodista –no sé si me conoce- me llamo
Julián Orozco, trabaje en la casa de gobierno durante muchos años y ahora que
lo veo no pude resistir esta oportunidad para hablar con Ud. y pedirle que me
ayude en la lucha en que me encuentro, tras el asesinato de mi hija.
Lo escuché con atención, me
mostró una carpeta de actuaciones, recortes de diarios, fotocopias de
expedientes mientras me relataba una historia triste repleta de recuerdos, de
dudas e injusticias, mientras desbordaba su necesidad de dialogo. Unas mesas
más al fondo lo aguardaba su mujer, quien se acercó vacilante, con lágrimas
recién secadas con el borde de sus manos.
Desde que los despedí, no he
dejado de pensar en ellos. Me conmovieron muy fuerte con sus relatos, con la
imagen que traslucían sus rostros, con sus gestos desesperados y con sus voces
en un hilo de angustia e impotencia.
Estoy lejos de la función
pública, les dije, lejos del poder. Lo sabemos, contestaron al unísono. Solo
pedimos que conozca el motivo de nuestra lucha, que la tenga presente, porque
nunca se sabe si el Señor le tiene reservado un nuevo sitial para que se haga
justicia.
Al día siguiente Julián Orozco se
registró en mi foro y comenzó a publicar sus diarias penurias, sus frustradas
entrevistas, las invitaciones a las marchas del silencio, sus opiniones, sobre
todo lo que se publicaba en este sitio y sus reproches a la marcha judicial de
su expediente.
Los sucesivos cambios de foro,
-más de cinco- borraron su nombre, pero quedaron sus mensajes como una señal de
su paso por la lucha, la militancia y el compromiso en pro de la búsqueda de la
verdad. No dejó sitio sin hacer conocer su peregrinaje infatigable. No podía
ser ignorado.
El tiempo transcurrió sin
novedades y un día Julián dejó este mundo sin que nadie lo advirtiera, ni un
comentario, ni una sola línea recordando su lucha se registró en los medios
informativos que operan en el medio. Y
de inmediato, su mujer, María Inés Salomón levantó la bandera y se encaminó
tras sus pasos, con el mismo ímpetu, con la misma fuerza y todos sus sentidos
puestos en movimiento en la misma causa.
Los Orozco, no pedían nada del
otro mundo. Solo querían saber sobre la muerte de su hija que en extrañas
circunstancias un día tormentoso, la encontraron en su casa sin vida, en un
escenario poco convencional, como para pensar en un suicidio o en la figura de
la muerte natural.
Ayer también se fue repentinamente María Inés,
quizá buscando a su marido, con la idea de seguir juntos en esa lucha amarga y silenciosa, golpeando los portales de una justicia, no solo ciega, también sorda y muda.
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