Los
Chaqueteros: La Plaga Inmortal de la Política Argentina"
En septiembre de 2008, el
bloguero y analista político español Ramón
Cotarelo publicaba una reflexión incisiva sobre los "chaqueteros",
ese fenómeno de los políticos que cambian de chaqueta ideológica con la
facilidad de quien se ajusta un abrigo viejo. En su nota, Cotarelo se preguntaba: "¿Qué lleva a una persona a cambiar
sus convicciones políticas o, cuando menos, a decir que las ha cambiado? ¿Qué
lleva a alguien a 'cambiar de chaqueta', a ser un 'chaquetero'?"
Nosotros en Barcelona les
llamamos 'chaqueteros' porque
cambian de saco en todo momento", decía Antonio Banderas en un programa de
televisión, refiriéndose a esos personajes sin escrúpulos que niegan a sus
líderes antes de que cante el gallo.
La Real Academia Española lo
define con precisión quirúrgica: "que cambia de opinión o de partido por
conveniencia personal". En Argentina, esta especie no solo abunda, sino
que ha convertido el transfuguismo en un arte, una industria de traiciones que
prospera en el lodazal de la política criolla.
Son los escorpiones de Esopo, incapaces de resistir su
naturaleza venenosa, aun cuando cruzan el río sobre la espalda de la rana
confiada. No tienen norte, no respetan jerarquías, ni siquiera a sí mismos.
Como canta Joan Manuel
Serrat, son "hombres de paja" que ocultan "oscuras
intenciones" bajo la colonia del honor. Recuerdo que en 2008, cuando el conflicto del
campo estremecía al kirchnerismo y la crisis global asomaba, los chaqueteros ya
eran una plaga. ¿Cobos?
Diecisiete años después, en
2025, no solo persisten: se han multiplicado como una pandemia sin antídoto. La
historia política argentina está plagada de anécdotas que ilustran su descaro.
Son los que juran lealtad a un partido, a sus bases, a la Patria y los Santos
Evangelios, para al día siguiente invocar un "impedimento moral" que
justifique su salto al bando opuesto.
Son los que agitan banderas
de una ideología en campaña, convenciendo al electorado de su compromiso, y
tras ganar el voto, renuncian al cargo o traicionan sus promesas por un puñado
de favores. Son, en fin, los que transforman la política en una farsa,
indignando a una ciudadanía que ya no cree en nada.
¿Quiénes son estos
personajes? No son simples oportunistas ni infiltrados torpes. Son
profesionales de la mentira, émulos del dios Jano, con una cara para el pueblo
y otra para el poder. No llegan al poder por error: son hábiles simuladores que
saben cuándo dar el golpe de timón, cuándo cambiar de rumbo para quedarse solos
en su auto proclamada razón.
Juan
Schiaretti: El Rey del
Chaqueteo
Si buscamos un ejemplo vivo, un chaquetero de manual que encarne esta plaga en 2025, Juan Schiaretti se lleva la corona.
Exiliado durante la dictadura, regresó para trepar en el peronismo cordobés junto a José Manuel de la Sota, forjando la Unión por Córdoba (UPC), una coalición que mezclaba peronistas, radicales y vecinalistas para dominar la provincia desde los '90. Schiaretti se agarro de la mano de Domingo Cavallo al asumir como Interventor de Santiago del Estero en 2003.
En 2007, con el respaldo
explícito de Néstor y Cristina Kirchner,
ganó su primera gobernación. Pero el idilio duró poco: en 2008, con el
conflicto de la Resolución 125, Schiaretti
volteó la chaqueta sin pestañear, alineándose con el campo contra el
kirchnerismo que lo había apadrinado.
"Se la jugó por el
campo desde el primer momento", dicen sus defensores, pero el gesto fue un
cálculo frío: Córdoba, anti-K por excelencia, le dio su bendición electoral en
2011, 2015 y 2019.
El chaqueteo de Schiaretti
es un arte de precisión. En 2019, rebautizó su espacio como “Hacemos por
Córdoba”, sumando socialistas, demócrata cristianos y hasta retazos del PRO y
la UCR, logrando un aplastante 57% de los votos.
En 2023, soñando con la
Presidencia, creó “Hacemos por Nuestro País”, una ensalada de peronismo no K
con Randazzo, Urtubey y fuerzas
centristas. Coqueteó con “Juntos por el Cambio”, acercándose a Horacio Rodríguez Larreta, pero cuando Urtubey lo acusó de traidor, Schiaretti no se inmutó: en las PASO
sacó un 3,7% nacional, pero en Córdoba le robó votos clave a JxC, favoreciendo
(¿intencionalmente?) a Sergio Massa.
Derrotado, no se rindió: en
2024, transformó su espacio en “Hacemos por Argentina”, consiguiendo personería
en 14 distritos y pescando en los restos de JxC y el peronismo desencantado.
Para 2025, renunció a la
presidencia del PJ cordobés tras 50 años de militancia, pasándole la posta a Martín Llaryora mientras arma un
"pentágono federal" con gobernadores, olfateando una alianza con el
mileísmo para las legislativas de octubre.
Lo acusan de usar votos
peronistas para aliarse con la derecha, de ser un "entregador" que
hace del federalismo una careta para su ambición. Comparado con Randazzo o Scioli, Schiaretti los
supera: su chaqueteo no es solo táctico, es existencial. De peronista de
izquierda a gobernador anti-K, de aliado de Milei a posible candidato de un
nuevo tercio electoral en 2027, su trayectoria es un catálogo de oportunismo.
Como los "hombres de
paja" de Serrat, el inefable Schiaretti
cambia de colonia según la ocasión, pero el olor a traición no se disimula.
El
Antídoto Pendiente
En estos días la invasión de
chaqueteros crece en progresión geométrica, como una plaga sin freno. El
"camaleón" de Chico Novarro,
el "saltimbanqui" o la "borocotización" ya no alcanzan para
nombrarlos.
Llamarlos
"garcas", es tentador por su
crudeza, pero quizá el término se queda corto ante la magnitud del daño. Estos
autómatas despersonalizados, que traicionan principios y electores con la misma
facilidad con que cambian de saco, requieren un antídoto urgente.
Revisar el Derecho Electoral,
podría ser un camino: sanciones al transfuguismo, límites a las coaliciones
oportunistas o mecanismos que obliguen a los electos a respetar su mandato.
Pero el verdadero remedio está en la ciudadanía: un voto más consciente, que
castigue a los chaqueteros y premie la coherencia.
Juan
Schiaretti, con su medio siglo de piruetas políticas, es la prueba
viviente de que el chaqueteo no solo sobrevive, sino que prospera. En un país
donde la política se ha convertido en un circo de caretas, él es el gran
maestro del volteo de chaqueta.
Como diría tu tía, este
mundo está loco, pero mientras los
Schiaretti sigan en escena, la locura no hará más que crecer.
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