Nota editorial del 6 de septiembre de 2008
-"Nosotros
en Barcelona les llamamos "chaqueteros" porque cambian de saco en todo
momento" Comentaba el actor Antonio Banderas en un programa de
televisión refriéndose a esos personajes sin escrúpulos, ni dignidad,
que no trepidan en negar a sus jefes antes de que cante el gallo.
En verdad, así lo enuncia el diccionario de la
Real Academia española: "que cambia de opinión o de partido por
conveniencia personal".
Aquí en Argentina contamos con una prospera
fábrica de "chaqueteros" que transformaron en un habito, sus conductas
repetitivas, tan materiales y prosaicas que en cada una de sus
intervenciones en la arena política, no dejan de evidenciar una
naturaleza servil al favor de sus propios y mezquinos intereses.
Cargan con la misma naturaleza del escorpión, de
igual manera que los grafica Esopo en sus celebres Fabulas. No tienen
norte. No conocen escalas, ni jerarquías, ni autoridad, ni respeto por
ellos mismos.
No resulta aventurado ensayar un estudio
profundo de las razones por la que estos individuos le dan la espalda al
deber ser, arremetiendo en contra de toda norma o pauta establecida,
para quienes adecuan sus procederes en el marco de la ética y del buen
propósito, que mejor se entiende como virtud.
La historia política de nuestro país, cuenta con
numerosas anécdotas que nos ilustran acabadamente sobre los histéricos
cambios que experimentan algunos actores que suelen advertirse en el
área gubernamental. Responden a características bien definidas. Son
atípicos. No son de los más simpáticos. Son émulos del dios Jano, y es
obvio que son también profesionales de la mentira.
No es lógico pensar que llegan a los umbrales
del poder portando la careta del hábil simulador, o que no son otra cosa
que simples infiltrados en las filas enemigas, a la espera de un golpe
de timón, que los coloque en posición de cambio de rumbo, para así darse
la razón en soledad, pensando que han logrado su propósito.
Claro que están lejos de la lógica, pero…
existen, están -con permiso de Dios- omnipresentes, son tantos que no
parecen de este mundo, pero como lo afirma mi tía, este mundo esta loco.
¿A todos aquellos -que son muchos- y que alguna
vez se postularon para un cargo electivo, hicieron verdaderas campañas
convenciendo al electorado que desde ese puesto de lucha prestarían
mejores servicios a la ciudadanía y después que el voto los proclamara
electos, se dieron media vuelta, renunciaron al derecho de asunción en
beneficio del suplente y retomaron su antiguo cargo, como debemos
llamarlos?
¿A los que asumen un cargo publico, jurando
lealtad a su partido, a las bases de acción política, a la declaración
de principios, a la diáfana ideología, por Dios, la Patria y los Santos
Evangelios, y al día siguiente dicen que existe un "impedimento moral"
para justificar una actitud, contraria a las razones de su permanencia
en funciones, como debemos llamarlos?
¿A los que asumen portando los estandartes de
una corriente de pensamiento o ideal perfectamente diferenciado y que
sin mediar palabra se pasan para el bando contario, que ni siquiera es
una línea interna de su partido, sino todo lo contrario, como debemos
llamarlos?
"Hombres de paja/ que usan la colonia y el
honor/ para ocultar oscuras intenciones /tienen doble vida, son sicarios
del mal. Entre esos tipos y Yo hay algo personal" dice Joan Manuel
Serrat compatriota de Antonio Banderas.
Una invasión de "chaqueteros" se viene
desplazando en el campo político, como si fuera una plaga en proyección
geométrica, con tendencia al contagio masivo. Por eso es importante
encontrar un antídoto para la pandemia, revisando dispositivos del
Derecho Electoral que ya se encuentran en desuso.
Pero a pesar de todo lo dicho, estos autómatas
despersonalizados representantes insistentes de lo que no debe ser, en
la vida política argentina, no encuadran en una sola denominación.
El "camaleón" de Chico Novarro (que cambia de
colores según la ocasión) ya está como demodé, como "el saltimbanqui" o
"el tumba cabeza o vuelta carnero", al igual que el masivo apelativo a
la "borocotizacion" en homenaje al diputado díscolo que se cambió el
caballo en la mitad del río.
Por ahora les cabe un apelativo, vamos a llamarlos: garcas.
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