Desglosar
la poesía de nuestro querido y definitivo Homero Manzi, es algo así
como penetrar en el corazón mismo de aquel Buenos Aires de antaño,
cobijado al amparo de una nostalgia santiagueña que vierte sobre sí su
ardiente realidad.
Analizar la totalidad de su obra para
conocimiento de los argentinos de hoy, lo entiendo como un patriótico
servicio puesto de manifiesto al alcance de todos, pero desde este medio
resulta un tanto difícil pues llenaría columnas y columnas, y el
propósito se desnaturalizaría, pues no tiene otro objetivo que tributar
el homenaje por cierto y merecido a un preclaro hombre del pensamiento
nacional.
Es por esa razón que es preciso
concluir, después de esta serie de artículos publicados, con una
definición acerca de nuestro poeta, felizmente rescatado por su pueblo,
quien lo palpita y lo siente atreves su prolifera obra de la que nos
sentimos agradecidos y orgullosos.
ES TAN TRISTE VIVIR ENTRE RECUERDOS...
Indudablemente la tristeza - que
siempre se asoma silenciosa- nos vuelve casi por rutina, hacia un
presente crudo, feroz, sin piedad le llamaría si temer a equivocarme.
Y esa tristeza está precisamente ahora,
en este momento, cuando estoy finalizando este homenaje al recordado
Homero, a quien lo siento cerca, diría, a mi lado reprochándome esta
decisión a la que no puedo cambiar.
Quizá si hubiese preferido contar la
historia de Manzi cronológicamente todo habría tomado un cariz
diferente, porqué su historial no es corto, si no al contrario, es
demasiado largo de narrar. Pero ya lo dije: preferí hablar de un Homero
distinto, de un poeta neutral como yo lo hubiese querido conocer, es
decir un Homero visto a mi manera, a mi gusto, a mi forma de ver las
cosas, en una palabra, como a mi me gusta evocar a las poetas.
Es por ésta razón y por la tremenda
necesidad de estar con mis cosas y con mi pueblo que voy a cerrar este
homenaje recordando la amistad que unió a Manzi con uno de los grandes
científicos que tuvo la argentina y también hijo dilecto de esta tierra;
me refiero al Dr. Ramón Carrillo, nervio y tensión de la medicina y el
sanitarismo de nuestro país.
COPA A COPA, PENA A PENA, TANGO A TANGO.
Corría el año1920. Buenos Aires, es la
cita obligada de todos los bohemios, de todos los artistas, de aquellos
que se van por un destino mejor, dejando a cambio largos años de estudio
y de dolor.
Uno de ellos fue Ramón Carrillo,
destacado santiagueño que no tardó en alcanzar notoriedad en el campo
científico a poco de haber obtenido su titulo de medico neurocirujano.
La vieja casona de la calle Azcuenagua
al 100 en la Capital Federal, era la cita obligada de todos nuestros
comprovincianos que pasaban por la gran urbe y aun de aquello que se
habían afincado definitivamente en esa maravillosa ciudad.
En esa casa vivía Ramón Carrillo y a
esa casa concurría asiduamente el poeta del tango. Largas veladas de
versos y política hablaban de una hermandad fortalecida, lejos de la
“patria chica”, lejos del Santiago querido que por ese momento estaba
casi al costado del olvido.
Cierta noche -en una de las tantas
reuniones convocadas en la vivienda- se cuenta que en ruedas de amigos,
Ramón Carrillo dialogaba con el entonces coronel Perón, además de otros
tantos que formaban el grupo mas tarde tomaría el nombre de
justicialismo.
En la ocasión Ramón recordó que había recibido la
vista de un santiagueño que dejaba vislumbrar un “gran talento creador” y
que había tomado el seudónimo de Homero Manzi, a lo que Perón acotó
-“..tuve la oportunidad de conocer una de sus letras, pues le puso letra
a un tango que se esta escuchando mucho”.
-“Lastima - acoto Carrillo – que se dedicase solamente a escribir letras de tango, pues sus condiciones dan para mucho mas...”
Evidentemente el talento del poeta, daba para
mucho mas, pero él mismo ya había preferido, tal como lo expuse en notas
anteriores, convertirse antes que en un : “hombre de letras” , ser un
creador de: “letras para los hombres”.
Y EL TANGO ES EL DESTINO QUE MARCA SU FINAL.
Pero hay mas para contar de la amistad
de Manzi con Carrillo pues a la vuelta de la gira por Europa de esta
ultimo, las reuniones continuaron como continuó la amistad que había
nacido hace ya un tiempo largo.
En los últimos momentos de la vida de
nuestro poeta, Ramón Carrillo ocupaba el Ministerio de Salud Publica de
la Nación y era Presidente de los argentinos el general Juan Perón, con
quien Manzi ya había departido amistosamente y le había profesado su
admiración.
Alguien se llegó al Ministerio y
enteró a su titular, del grave mal que aquejaba a Homero, a lo que
Carrillo no pudo permanecer indiferente, tanto es así que ordenó la
pronta internación del amigo en el conocido sanatorio Costa Buero y no
precisamente en una sala común, pues mando a preparar una habitación –
que mas que sala de hospital - parecía la suit del mejor hotel de la
época .
Otras de las recomendaciones del
Ministro fue la instalación de un teléfono en la habitación, cuando en
aquel tiempo solo era privilegio para algunos elegidos.
Carrillo conocía bien los gustos de
Homero y no podía desamparar a su amigo y comprovinciano, pues ¿qué
podría ofrecerse a un enfermo que tenía poco tiempo de vida? ¿Y para
colmo del grave mal, de estar consciente de ello?
Cosas que pasaron simplemente y que
fueron así, llanas y limpias, desinteresadas, son estos episodios
memorables para quienes conocieron el desenlace de los acontecimientos
que hoy los evoco, en un intento, por demostrar hasta donde pude llegar
la amistad y por donde va su aliado... el agradecimiento!
Publicado en el Diario La Hora 19 de marzo de 1975.-
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