Mil
novecientos, comienzo de un siglo que sería para la Argentina un
“envión” adecuado a la extensión del progreso, a la creación de nuevas
pautas y modernas costumbres.
Una nueva era daba sus primeros pasos, se
inauguraba un siglo que mas adelante estaría aparejado de in
justificativos conflictos, producto - para muchos- del tiempo que se
vivía, convulsiones y enredos, viejas estructuras derrumbadas, contorno
de cosas que comienzan a ser historia.
Era la segunda presidencia del general Roca,
cuando toda Europa, quería “hacer la América” llegándose a la Argentina,
en donde se decía que el dinero estaba tirado por las calles.
Así con esos sueños largos y azarosos se
vinieron los Manzione a sentar reales en un Buenos Aires que prometía lo
que el viejo mundo no pudo otorgarles.
SAN JUAN Y BOEDO ANTIGUO
El barrio de Boedo era el sitial en donde don
Luís Manzione se afincaría desde el comienzo en el nuevo país. Allí
junto a su compañera Ángela Presttera, uruguaya, proyectarían sus tantas
ilusiones.
Sus ambiciones de recién llegados y las tremendas ansias de cumplir con su cometido; vivir de otra manera.
Después vino la idea de caminar distancias,
seguramente el matrimonio se interrogó con la mirada cuando se habló de
Santiago del Estero, aun mas, cuando había que llegarse hasta Añatuya,
un pequeño pueblito próximo al departamento Matará, situado cerca de las
márgenes del Salado.
Y hasta allí se llegaron don Luís con su hermano
Carmelo, ávidos de progreso, deseosos por trabajar el suelo de esa
nueva ciudad: Santiago del Estero.
AÑATUYA ES...AÑA MIA
Añatuya era un sueño alado de don Luís Manzione y
su hermano, pero la realidad le advirtió que tampoco ese era el camino
de la quimera, a través de las largas luchas en procura de las
transformaciones de las áridas tierras santiagueñas.
Allí todavía está la vieja casona llamada “El 13”, cercana a las vías del ferrocarril, hoy convertida en una precaria escuela.
Allí nacen santiagueños: Luís; Esther, Dora, Román, Raúl, Homero, Nicolás, Guillermo, e Hilda.
Es en Santiago del Estero, precisamente el
pueblo de Añatuya un primero de noviembre de 1907 cuando Homero Nicolás
Manzione abre sus ojos a la realidad lugareña, a la sequedad de los
campos, al dolor del obraje, al altar de la miseria de los que trabajan
sin descanso dando la espalda a un sol que sabe hacerse sentir cuando la
se hace la siesta:
“Tras un verde ventanal
junto al mismo algarrobal
conocí la luz del día”.
Así cuenta Homero su nacimiento, en su poema “Añatuya” al que no se le conoce su música.
Cortos días de infancia pocos, por no decir nada, vivió Homero en Añatuya.
No se trataba de decidir un camino, ni una
ubicación, había que seguir el rumbo que el destino había dispuesto para
un autentico poeta de las cosas cotidianas. El no podía quedarse en su
tierra natal, tenia que seguir la marcha de los acontecimientos a los
que estaban sujetos sus padres.
Otra vez Buenos Aires, porque el cordón que
ligaba a don Luís no estaba cortado en definitiva como lo hizo su
hermano Carmelo, al casarse con doña María Isabel Gómez Alcorta,
perteneciente a tradicionales familias santiagueñas, y afincándose
definitivamente en la provincia.
ESA PUERTA SE ABRIÓ PARA SU PASO
Homero pudo haber nacido en cualquier parte,
pero el destino quiso que sea santiagueño y aun mas “añatuyense” como
para demostrar mas aun, su condición de provinciano que a fuerza de ver y
sentir las injusticias, se hacen poetas cuando no nacen artistas, quizá
de haber vivido su juventud en contacto con la naturaleza de su tierra,
hubiese sido distinto su camino al igual que su verso y su pasión.
Quizá hubiese preferido ser “hombre de letras”
que haber elegido ser un “creador de letras para los hombres”. Pero todo
fue distinto, casual, le llamaría, a su nacimiento en Santiago y su
permanencia en Buenos Aires. Allí vivió su juventud y su niñez iniciada
en su tierra natal, allí se hizo hombre y poeta.
Lo importante es que siempre se reconoció
santiagueño, e hizo gala de su condición de provinciano como que afirmó
que se sentía: “un provinciano otario que quedaba con la boca abierta,
ante un tranvía”.
Veintidós años habían pasado desde que los
Manzione estaban en la Argentina, quince años cumplía Homero y las
primeras letras ya estaban en el:
“Dame un beso
te dije ferviente
y un beso sin fuego
pusiste en mi frente”.
“Era el vals “¿Por qué no me besas?”, con
evidentes influencias de rezagado modernismo, justificables si pensamos
en la juventud de Manzi. Era su primera letras de acuerdo con las reglas
establecidas por el gusto sensiblero, tan en boga.” (Homero Manzi:
antología. Selección de prologo de Horacio Salas).
Publicado en el diario La Hora, el 11 de marzo de 1975.-
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