Solía
contar mi abuelo que en sus tiempos –cuándo había que llenar varios
requisitos para poder ser diputado provincial- las dietas apenas cubrían
los gastos y gestiones que lógicamente demandaban tan loable misión.
Aquellos eran los tiempos en que la actividad
política se confundía con el caro anhelo por legislar y ordenar todo lo
que no existía por ese entonces –que a no dudarlo, era mucho- y ellos
los diputados provinciales no se desilusionaban cuando al final de cada
mandato, el balance les resultaba negativo, pues habían invertido en su
trabajo, mucho mas que lo que las provincia les había asignado como
única remuneración.
Sin duda aquellos años fueron los de la siembra
fecunda, en donde se sembraban ideales y afloraba el mejor espíritu
patriótico impreso en cada accionar de esos legendarios legisladores que
le brindaban ha aquella democracia de antaño, la necesaria cuota de fe
y esperanza en la Patria, que estaba creciendo.
Salvo encendidas oratorias y retóricas posturas,
no se conocieron mayores diferencias entre los integrantes del cuerpo
legislativo. No eran los tiempos de las traiciones, ni de las agresiones
gratuitas, no se conocía al mentado vedetismo, solo sobresalía el
conjunto, no el individualismo. Mas allá del servilismo obsecuente
transitaban los diputados ad-honorem –que por cierto no eran mudos-
pretendiendo hacer de nuestra tierra un ejemplo de amor de paz y de
trabajo.
Las primeras pautas
Fueron ellos los que legislaron las primeras
pautas para una Seguridad Social. Son los primeros que advirtieron las
contingencias que acontecen con todas las personas y así gestaron la
previsión, pero sin entenderla como individual, es decir que se
olvidaron de ellos mismos y de sus familias en lo estrictamente
personal, no fueron previsores, claro, pues no era digno de un diputado
de entonces regularse sus propias dietas, llevándolas a escalas
siderales, entendían que el “deber ser” y esa función publica, era
incompatible con el enriquecimiento. Nunca legislaron para ellos,
siempre para los demás.
De haber vivido mi abuelo habría festejado el
centenario de su natalicio junto con sus compañeros de ruta, entre ellos
Ricardo Rojas, Ramón Carrillo, Tristan Argañaras y muchos otros
ilustres santiagueños que hoy los memoriosos recuerdan y veneran en
nombre del ejemplo y la dignidad, que impusieron a sus vidas publicas. Y
digo que se ocuparon de la previsión y que no fueron previsores por que
entendieron al deber, en función social, así se murieron en silencio,
pobres y orgullosos, quizá porque entendieron al final de camino, que la
vida les había brindado una oportunidad a la que sin duda supieron
aprovechar.
Los gratos recuerdos
Hoy solo han quedado los gratos recuerdos y
algunas viudas a quienes el Estado provincial pretende amparar dentro de
la ley No. 2201, modificatoria de la Ley No. 1613, sancionada por la
Honorable Cámara de Diputados de la Provincia, con fecha 27/9/50, por
la cual se les asigna una pensión graciable (ex legisladores) cuyo monto
en la actualidad inspira el titulo de esta nota.
No pretendo reseñar, en este caso, un olvido
inmerecido, sino tratar de que sirva como antecedente para los que hoy
legislan en la provincia, las dos caras de la moneda, lo que fue ayer y
lo que vivimos hoy.
Constituye una burla desconocer la historia,
permitiéndose el avance de los privilegios que tanto daño le están
haciendo a la Seguridad Social, no pueden partes, con iguales derechos e
idénticos estados percibir importantes haberes en contraposición con el
dinero envilecido que en recompensa a idéntica función, se otorgan a
las ancianas amparadas por la ley mencionada.
Solo una ironía
No es más que una ironía que se pregone la
justicia social y con ese lema se levante una bandera de lucha, cuando
se permite con silencio, olvido u omisión, que estoicas mujeres
–ancianas y enfermas- realicen angustiosas travesías en las cajas
pertinentes para cobrar propinas oprobiosas en atención a los
patrióticos y sacrificados servicios que cumplieron sus maridos,
aquellos legisladores de otrora.
Ayer cuando llevaba a mi abuela a cobrar su
pensión, pensé todo el trayecto en mi país, en mi provincia y en ésta
democracia floreciente. Cobró exactamente $a 700 (setecientos) justo lo
que marcaba el taxímetro, para llevarla cada treinta días al lugar de la
burla e ironía
Publicado en el Diario el Liberal, 30 de noviembre de 1984.-
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