Eran
los años difíciles, el arranque de una década llena de sorpresas. Era
el 3 de mayo de 1951, cuando el general Douglas Mac Arthur expresaba
ante los miembros de las Fuerzas Armadas e integrantes del cuerpo de
Relaciones Exteriores del Senado, una suerte de exhortación a los
Estados Unidos para que ataquen a China comunista por aire y mar,
acusando al presidente Truman de malgastar millones de vidas humanas
norteamericanas, de continuar librando una guerra indecisa.
Ese mismo día, desde La Haya, el príncipe
consorte de Holanda, Bernardo, manifestaba en rueda de prensa, que no
existe dictadura en la Argentina y que el Presidente General Juan Perón
obtendría el 70% de los votos en elecciones completamente libres.
En nuestra provincia, se fijaba fecha de
inauguración de la Casa de Santiago del Estero en la Capital Federal, en
el edificio de Esmeralda 1037, y en la cancha de Mitre, los equipos de
Agua y Energía y Comercio Central Unidos jugarían la semifinal que hacia
disputar la Liga Cultural de Fútbol.
En Buenos Aires, el pueblo todo lloraba
acongojado la muerte de un santiagueño que tuvo la virtud de iniciar una
revolución en el campo de la música ciudadana: Homero Nicolás Manzione,
mas conocido como Homero Manzi, quien ya había concluido sus
“definiciones para esperar mi muerte” a los 44 años:
Vivió la realidad de una bohemia sin par,
acompañado de los más destacados intérpretes y creadores del cancionero
popular. Conoció en su plenitud el termino de la amistad, para hacer de
ella un rutinario oficio, que reiteró a todos aquellos con los que
practicó una relación cercana: Scalabrini Ortiz, Arturo Frondizi,
Sebastián Piana, Aníbal Troilo, Ramón Carrillo, Luis Delepiane, Ulises
Petit de Murat, Arturo Juaretche, León Benaros y tantos otros que nunca
cesaron de dar testimonios de la gigante figura de un amigo cabal.
Fue el dueño indiscutido de una lírica sutil y
embriagadora que utilizó para destacar las cosas simples y sencillas,
para emprender la retirada, quizás, de una culturización erudita que se
insinuaba por aquel tiempo. Prefirió que se lo distinguiera por sus
características provincianas, por su canto permanente hacia las cosas
comunes, a las que destacó en el misterio de sus poesías, mezcla de
vaticinio y realidad.
“ Puede decirse que en 1925 carga los signos de
un reinvidicacionismo “criollista” – cultural y estético- que reniega
del color local, de pintoresquismo y del populismo explotados por toda
una línea de poetas y escritores en beneficio de una criolledá, como
diría Borges, mas esencial y depurada, en cierta forma mas discretamente
popular (o menos manifiestamente chabacana o conventillera) una
criolledá “patricia”, que abomina de los “ lindos frasquitos” del “amure
de la percanta” de la “lámpara del cuarto” y de la seducción de
Milonguita y pone en su lugar la escenografía y la tipología viril de
huecos, borracherias, comités y casas malas que menta Borges en
“Ascendencia del tango” (Revista “Martín Fierro”, 20/1/28).
BORGES Y MANZI: UN DESENCUENTRO.
Indudablemente, tanto Jorge Luís Borges como
Homero Manzi, se conocieron, aunque ni fueron amigos, ni compartieron
idéntico camino en el ámbito del espectro cultural. Canessa, empleado de
la CIAE, evoca los versos de Sur, para documentar la valía poética de
este autor, de quien Borges dijo en “Italo” Nº 6, que como Enrique
Santos Discépolo, fue un malísimo poeta.
El juicio de Borges levanto una polvareda de
reaccione y no fue Canessa el único que hizo conocer su desacuerdo.
Enrique Celestino, jefe de la sección “Gestiones del Personal”, escribió
un pequeño ensayo destinado a probar que tanto Manzi como “Discépolin”
fueron talentosos poetas porteños, por lo menos quienes les encuentran
méritos literarios tienen algunos antecedentes a su favor: en 1931
Arturo Cambours Ocampo incluyó al autor de “Sur” en su antología que
recogió los versos nostalgiosos de este poeta nacido en Añatuya, en
Santiago del Estero.
Pero esto, al parecer, no conmueve a Borges,
porque: “Manzi no sabia nada de malevos” y para el autor de “El Aleph”,
el tango no puede ser otra cosa que “música de malevos” ( “Todo Borges
y...” Edición Revista Gente, pag.135).
Lejos del conocimiento real y la casualidad
contemporánea, la poesía de Borges y la de Manzi hablan distintos
lenguajes, como distintas fueron sus posiciones ante temas de
trascendencia y hasta en la misma vida. Fueron dos visiones distintas
del tango, identidades contrapuestas que escogieron cada uno, para luego
marchar por distintos caminos.
En una curiosa aproximación sobre el mismo tema,
se advierte la concepción distinta que inspira a cada uno de estos
poetas. Por un lado el Borges visionario que abarca la universalidad de
un conocimiento especial y profundo de las cosas.
Mostramos aquí una curiosidad literaria que
ambos protagonistas asumieron sobre un tema común - el mazo de naipes -,
el que obviamente fue tratado desde la postura particular de cada uno.
Como también resultan distintos, estilos al margen, los contenidos y las
proyecciones que Borges advierte cuando escribe “Milongas” como la “De
los morenos”, “Don Nicanor Paredes”; “De Albornoz” o “ Milonga para los
orientales”, (en “Para seis cuerdas”, 1965). Otro es el fondo que matiza
Manzi cuando escribe “Milonga de los fortines” “Triste”, “Sentimental” o
“Puente Alsina”.
“Cuarenta naipes han desplazado la vida.
Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
con las floridas travesuras
de una mitología casera...”
(Jorge Luís Borges, “el truco” “Fervor de Buenos Aires” 1923)
“Cuarenta cartones pintados
con palos de ensueño, de engaño y amor”
La vida es un mazo marcado,
baraja los naipes la mano de Dios
Perdí los primeros convites
parando en carpetas de suerte y verdad.
Hoy juego mi trampa tranquilo
Y entre oros y bastos te habré de olvidar...”
(Homero Manzi, “Monte criollo”, con música de Sebastián Piana, 1935, escrita para la película del mismo nombre)
Sin duda la poesía de Manzi, que prefirió
plasmar sus propias vivencias en cada una de sus composiciones,
pertenece a una esencia especial, toma como base la realidad de las
cosas mundanas, para ofrecer su propia cosmovisión, desprovista de todo
impedimento que interfiera entre la simplicidad y el paisaje.
Puso su marca en cada uno de sus trabajos; como
estableciendo diferencias, entre una época y otra, pareció advertir con
mucho tino, que al tango le estaba haciendo falta un cambio, para que
pudiera deslizarse por otros ambientes.
Rescató la imagen triste que ocupaba la mujer y
el amor en las letras ciudadanas, para reivindicarlas y concederles un
sitial conforme con la representatividad que le es propia. Ese intento
le valió el reconocimiento general de parte de todos los tratadistas de
la temática porteña y por mas que se empecinara en hacerse llamar
“letristas de tango” nadie dudo de que se trataba de un poeta que marco
distancia entre sus pares, porque impuso un estilo distinto en la
temática arrabalera; lo había dotado al tango de una sutileza sin par.
“ En general, por ejemplo, las que tienen que
ver con la cuestión de la identidad o la especificación cultural (tal
vez deba decirse “nacional”) de lo argentino, tal como aparecen
planteados en los manifiestos, presentaciones, encuestas y artículos de
la revista; y subsidiariamente las que sirven para tomar distancias
frente al “plebeyismo”, el “sentimentalismo” y el “populismo” de los
hombres de Boedo, sin evocar, por supuesto, a los escribas embanderados
en la industria nacional.
Es interesante desde el punto de vista, la
distancia personal que tomara Homero Manzi respecto a este conjunto
(“Los martinfierristas y su visión nostálgica del tango”, diario El
Clarín, 5/2/87).
REALIDAD, POESÍA Y POLÍTICA.
“El imaginario incesante”, lo llamo Petit de
Murat, y no se equivocó en el apelativo para definir a un talentoso que
también buceaba entre las imágenes del cine – siempre sobre la temática
criolla – otra de sus grande pasiones.
La política no le fue ajena, y lo encontró
militante de las grandes causas nacionales y populares, coherente
siempre con su condición de muchacho sencillo y nostálgico de las cosas
de la tierra que lo vio nacer, y a la que nunca dejó de evocar.
“Es una síntesis en la cual cruzan Baudelaire y
Carriego, Betinoti y los simbolistas, Lorca y el folklore, los
ultraístas y la literatura del tango” decía Aníbal Ford en “La historia
popular” Nº 27.
Proyecto imágenes extrañas, metáforas que
constituyen un hallazgo en la practicidad de su poesía. Seguramente le
era esencial llegar al entendimiento generalizado, rico en matices
distintos y auténticos a la vez, para la comprensión de todos y el
regocijo de algunos que encontraban en el canto, su propia identidad.
“Fuiste por mi culpa
golondrina entre la nieve,
rosa marchitada por la nube que llueve.
Fuimos la esperanza que no llega,
que no alcanza,
que no puede vislumbrar
la tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora,
que no reza,
que no llora,
que se hachó a morir...”
El destino lo quiso despierto y en la plenitud
de su lucidez, hasta el momento de su definitiva partida hacia ese SUR,
desconocido y triste, mucho mas lejos y solitario que el paredón de
Pompeya.
¿O es que había iniciado su marcha hacia un
“barrio de tango”, cuando misteriosamente y a propósito “esa puerta se
abrió para su paso”, para no regresar?
“Se recogió en aquella callada, pensativa y
acelerada auscultación del hecho que habría de producirse
inexorablemente, cuando la revelada fatalidad del mal, que estaba
desgajándolo, lo venia a “punguear” – lanza en ganchete – sobre el
preciso instante en que estaba cargando “su cuero” de esperanza,
orejeando en la hueca y sin recelos. El barrio no es el mismo, y la
ternura troila de Pichuco, ¿para llorar que cosa?" Expresaba su amigo y
compañero Cátulo Castillo.
Sin duda hasta las palabras se terminan, cuando
nos damos cuenta de que no estamos, aunque nos queda el consuelo de
saber que no podemos morirnos del todo, de una sola vez en especial si
alguna vez tuvimos la oportunidad de cantar a nuestro pueblo:
“Se que hay recuerdos que querrán abandonarme
solo cuando mi cuerpo hinche un hormiguero sobre la tierra. Se que hay
lagrimas largamente preparadas para mi ausencia. Se que mi nombre
resonara en oídos queridos con la perfección de una imagen...”
“Manzi utilizo la nostalgia como el común
denominador de una obra, cuyo resultado final fue evitar que los mitos
de la ciudad de su infancia se esfumaran. En su rescate terminó por
construir una mitología del ambiente suburbano de principios de siglo.
Acribillado por las contradicciones propias de la clase media, mientras
por un lado militaba para cambiar la sociedad, por otro, mantenía una
actitud de tono conservador, según la cual “todo tiempo pasado fue
mejor”, porque en la época evocada existía un orden que a la distancia
supone ideal. El Manzi militante peleaba con el poeta elegíaco. Como
resultado la poesía llego al tango y se instaló a sus anchas. Su mérito
consiste en haber señalado el camino mediante obras perdurables que hace
tiempo, por horror de puristas, se codean con los mejores textos de la
poesía argentina”. (Horacio Salas, El Tango, pag. 239).
Manzi se embanderó en la corriente modernista
que por su tiempo se gestaba, atenuado los efectos que la poesía dura y
descarnada, que hasta el momento se la conocía dentro del tango.
Abandonó la temática tradicional (llamémoslo mejor “arrabalera”) para
trabajar sobre las cosas simples, pero con distintas imágenes quizás por
la influencia de Carriego al que tomaron como modelo indiscutido casi
todos los letristas que trabajaron el tango, hasta casi el final de la
década del cuarenta, o bien por tratarse de un talento particular, que
supo ingeniárselas para decir de otra manera el verso consustanciado con
ese particular momento.
ENTRE DOS CORRIENTE EN BUSCA DEL “SER”
“De la canción del barrio, a la letra del tango
que inaugura Contursi con “Mi noche triste” hay un paso y el poeta mayor
de esta tradición sentimental, Homero Manzi, comienza su obra con
“Viejo ciego” (1926) y uno de sus últimos tangos, “El ultimo organito”.
En estas letras retoma casi intacta, pero con las necesarias
adecuaciones estéticas, la atmósfera carrieguista, sus personajes y su
obsesiva nostalgia de una pasado mejor, previo al abandono. Todos ellos,
la vecina enferma, el organito, la viejo ciego, el cafetín y su mundo,
reaparecen poblando la edad de oro de los sentimientos, como el espejo
idealizado de la vida del porteño” (Osvaldo Pelletieri, diario El
Clarín, 18/12/86, Discépolo y la letra del tango).
Sin duda Manzi vivió la época del transito
obligado de los albores de nuestra conformación de identidad, al hecho
definitivo de la caracterización a la que hoy asumimos como nuestra, que
no es otra que el “argentinismo” que navega por dos corrientes
culturales, una que “importamos” desde Europa y a que todavía adhiere y
la otra que peca en lo ancestral, que muestra un rostro que pertenece al
pasado que ya ha sido superado por la realidad.
Son las dos facetas a las que nos acostumbraron
desde nuestra concepción como Nación y por las que aun transitamos, en
busca de ese “ser” argentino que constituye la síntesis de nuestra
propia historia.
Quizá por allí estén las causas de las luchas
culturales que muchas veces nos llevan a cerrar los ojos ante un hecho
evidente y a desconocer los auténticos valores que son las fuentes de
nuestro patrimonio intelectual.
La tarea de nuestro autor, pese al juicio
mezquino de algunos de nuestros gloriosos exponentes de la creación
literaria, ha cumplido un rol de preponderancia, por lo que creemos que
justifica su inclusión dentro del acervo del patrimonio vivencial de la
cultura. Y compartimos con los que estudiaron su obra y le encontraron
quilates, aunque al margen de las bondades de lo estrictamente
literario, lo rescatamos como a un entusiasta defensor de las causas
nacionales y populares, no solo por lo que pudo escribir, si no porque
vivió inclinado hacia una actitud de vida que celebramos y nos conforma.
“Y también se que a veces dejara de ser un hombre
y será solo un par de palabras sin sentido.
Estoy lleno de voces y de colores.
Unas veces recogido en el sonambulismo de la marcha.
Otras, inventados tras mi propia soledad.
Con ello se integrará un cortejo final de despedida”.
Demasiado joven y en la plenitud de su labor
artístico y literaria, no pudo resistir una cruel dolencia que calló su
canto de trovador enamorado de las cosas cotidianas.
Tres de sus más preciados amigos lo despidieron
en su morada final, Jorge Farias Gómez, Cátulo Castillo y Francisco
García Giménez.
El entonces presidente de la Nación General Juan
Perón, fue representado por su adecán. Algunos le atribuyeron esta
frase: “Para esto... no hay reposición”.
Publicado en el diario El Liberal, 30 de abril de 1988.-
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