domingo, 17 de enero de 2016

EL TIEMPO DE LA ESPERANZA



    Precisamente tiempo es la palabra ideal que sirve para significar muchas cosas, entre ellas para hacer promesas, sembrar esperanzas y depositar la fe en algo o hacia algo próximo a realizarse.

Con ésta palabra hemos venido jugando los argentinos desde 1930 a la fecha –cuando se quebrantó la democracia-  y es hora de que las promesas y lo que se espera con ferviente devoción se cristalice de una vez y para siempre ó al menos que se intente vislumbrar para la tranquilidad de todos.

Recién han transcurrido apenas nueve meses de gobierno constitucional y es poco el tiempo transitado en el marco de la legalidad para exigir inmediatas soluciones a las tantas necesidades que padecemos los argentinos, pero debemos advertir que no son estos los tiempos para cometer errores, pues actitudes como estas le hacen mucho daño a la democracia que es obra de  todos y directamente al pueblo que es al fin y al cabo el directo perjudicado de los desaciertos y de los apresuramientos, “salvadores” de una situación que lleva un arraigo considerable y que mucho costará erradicar.

No nos apartamos de la ansiedad latente en las conciencias argentinas, producto de tanta mordaza, y del miedo consecuente que nace cada vez que debemos ser gobernados a la fuerza.

No somos sordos cuando se sienten los clamores de profundos cambios y necesarias innovaciones. El tiempo que pasa inexorablemente nos obliga a la renovación y otra muy distinta es la aventura y la improvisación, dos sensaciones que nos desagradan y que no estamos dispuestos a avalar y mucho menos silenciar con la consabida complicidad que ello implica. A las cosas hay que decirlas y si es posible con la mayor claridad y nitidez para el entendimiento de todos.

Recientemente a comenzado una campaña desestabilizadora de la familia argentina que apunta con sus dardos a la disolución familiar – célula generadora de la vida humana – y ello motiva nuestra profunda preocupación, pues hace peligrar la unidad tan pregonada por nuestra carta política. 

LA URGENTE LEY DEL DIVORCIO

El tratamiento de la ley de divorcio es una de las estupideces más solapadas y atrevidas que se pueden intentar dentro del Parlamento. El país tiene urgencias vitales que debatir, no así snobismos propios de pueblos desnaturalizados que sostienen que la libertad no tiene limitaciones y hacen del libre albedrío un circo romano, en dónde no se cobra entrada y el espectáculo empieza y no termina.

Nuestro pueblo está entroncado con una tradición humanista y profundamente cristiana, todavía queda parte de nuestra América intacta conservando para ejemplo de los pueblos foráneos su raigambre occidental, sus glorias, triunfos y estandartes conseguidos a fuerza de lucha y coraje sin igual. Tratar de arrebatar esos laureles sería cómo arrebatarle de cuajo la esencia misma de su identidad, una identidad que muchos quieren corromper y otros – los más habilidosos- transformarla en una sucursal del ateísmo.

Aconsejamos calmar la ansiedad con meditación y reflexión permanente para no entorpecer los sentidos, ya demasiado resentidos, con las tropelías vividas en la última dictadura. Para los males que se ramifican o bien producen efectos colaterales, hay remedios específicos y efectivos. Los efectos del divorcio deben ser atendidos en cuanto a tales, sin comprender la estructura en su totalidad, no olvidar que el matrimonio está regido por normas del Derecho Civil y en su faz espiritual por normas del Derecho Canónico y así como al hombre no se lo puede dividir en espíritu y materia, sino que constituye un todo armónico, la institución matrimonial tampoco puede ser objeto de separación, pues la extirpación de uno de sus elementos afectaría sin remedio su otro componente.

“Algo tan grave como el divorcio y que se estaría desarrollando junto a él, es el nuevo concepto de hombre que parece que nos quieren cambiar. Nosotros como comunidad nacional hemos nacido con un determinado concepto de hombre y ahora pareciera que quisieran cambiarnos ese concepto, como queriendo encuadrarnos en una cultura nueva que ni siquiera sabemos exactamente cómo es”. (Monseñor Carlos Galán, Secretario Gral. de la Conferencia Episcopal Argentina, Cfr. AICA  iidem p. 24).

En política la soberbia se paga caro. Siempre la mesura y la prudencia fueron las virtudes por excelencia de los buenos políticos, por ello no es cuestión de arremeter una carrera loca y desenfrenada en la búsqueda de una solución que trasciende los límites de lo mundano. Siempre lo espiritual aceptó remedios espirituales y en este tema se centra una dualidad indisoluble que obliga al tratamiento serio y respetuoso.

Antes que nada debemos hacer un balance de nuestra problemática y someter a observación el resultado, que cualquiera sea éste, nos dará las pautas suficientes para el tratamiento de imprescindibles urgencias que necesitan ser atendidas, conforme a la premura de cada situación.

En éste país se ha vivido siempre sin ley de divorcio, el poco tiempo que se la puso en práctica fue desencadenante de un golpe militar, hemos vivido más sin ella, y mal ó bien nos hemos entendido. Lo que no entendemos son los arrebatos de algunos representantes populares por restablecerla, lo que nos hace pensar que algunos en su afán por solucionar sus conflictos personales instigan a la confección de una bomba atómica para matar el mosquito que los está molestando.

Cuando nos referíamos a la ansiedad de los argentinos no estamos equivocados y es exactamente lo que conduce a la histeria colectiva, se sale a la búsqueda de un aliciente para calmar un clamor interno que no cesará con falsos tratamientos, ni anticuados métodos, pero en la vorágine ansiosa no se deben pasar por alto principios elementales de nuestra formación que nos ciegan en pro del individualismo y en contra de la comunidad.

“El vínculo matrimonial es indisoluble porque eso es voluntad de Dios, es ley divina, por lo tanto, ninguna institución humana puede atentar contra una disposición de Dios…” ( Monseñor Jorge Novak, obispo de Quilmas, declaración a la agencia DYN, 16-01-84).

Es ésta una razón más para la consabida meditación de los ansiosos propulsores de la tan mentada ley suspendida. La rehabilitación de ésta no cambiará la situación interna de los que buscan su amparo, por el contrario, requerirán una absolución sacerdotal que no podrán obtener por el conducto de los hombres, habida cuenta que prima sobre ellos el imperio divino.

Por otra parte poner en práctica normas que engendran in situ una peligrosidad que alcanza los grados de la imprevisión, sería alentar la vigencia de nuevos y audaces ensayos que no harán más que sumirnos en el atraso y la desesperación; no son estos tiempos de rayuelas, el juego ha terminado para un país que requiere inmediatas respuestas al sinfín de necesidades que el pueblo está reclamando.

“ El divorcio es un elemento más para ir creando una sociedad permisiva, que conduce también a la debilidad social: mi gran temor es que junto con el divorcio, o poco después venga la criminal ley del aborto…” (Monseñor Quarracino declaraciones radiales).

¿Y EL TIEMPO DE LA ESPERANZA?

Debemos de una vez por todas advertir el peligro, usando la previsión de la lógica y el deber ser. Detrás de los arlequines se esconden los titiriteros y no siempre sabemos cómo son, sino sus habilidades: “el divorcio no es más que una cortina de humo a la que quieren ó pretenden lanzarnos mientras no se resuelven problemas gravísimos que atentan contra la familia, para lanzarnos a una lucha estéril a todos los argentinos, sin techo propio, con resultados vergonzantes, dentro de la inflación incontrolable hasta el presente. ¿Por qué no solucionamos primero centenares de problemas acuciantes, urgentes?”. (Monseñor Emilio Ogñenovich, Tiempo Argentino, 26-03-84, pág. 5).

En fin, la realidad nos dice que no son estos los mejores tiempos para el tránsito de una democracia que está en pañales, una democracia que ha costado mucho: incontrolable hambre popular, economía desvencijada y acreedores varios – aunque los mismos de siempre – que no cesarán en su intento divisionista y desintegrador de nuestra patria como Nación.

Ellos –como aconteció desde siempre- nos estarán observando cada paso y cada movimiento, siempre buscando la oportunidad para dar el zarpazo de la colonización.

Está en nosotros rectificar el rumbo impuesto, para avizorar un nuevo horizonte de grandeza y bienestar.

Ojala nos pongamos de acuerdo – de una vez por todas- los argentinos, para que muy pronto podamos hablar de tiempos mejores sin que ello parezca una utopía, no nos miren de reojo y se trabaje en paz.

Cuando ello ocurra, sin duda, estaremos transitando al fin el verdadero tiempo de la esperanza.

Publicado en el Periódico Regional de NOA, La Verdad, septiembre-Octubre 1984.-


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