Precisamente
tiempo es la palabra ideal que sirve para significar muchas cosas,
entre ellas para hacer promesas, sembrar esperanzas y depositar la fe en
algo o hacia algo próximo a realizarse.
Con ésta palabra hemos venido jugando los
argentinos desde 1930 a la fecha –cuando se quebrantó la democracia- y
es hora de que las promesas y lo que se espera con ferviente devoción se
cristalice de una vez y para siempre ó al menos que se intente
vislumbrar para la tranquilidad de todos.
Recién han transcurrido apenas nueve meses de
gobierno constitucional y es poco el tiempo transitado en el marco de la
legalidad para exigir inmediatas soluciones a las tantas necesidades
que padecemos los argentinos, pero debemos advertir que no son estos los
tiempos para cometer errores, pues actitudes como estas le hacen mucho
daño a la democracia que es obra de todos y directamente al pueblo que
es al fin y al cabo el directo perjudicado de los desaciertos y de los
apresuramientos, “salvadores” de una situación que lleva un arraigo
considerable y que mucho costará erradicar.
No nos apartamos de la ansiedad latente en las
conciencias argentinas, producto de tanta mordaza, y del miedo
consecuente que nace cada vez que debemos ser gobernados a la fuerza.
No somos sordos cuando se sienten los clamores
de profundos cambios y necesarias innovaciones. El tiempo que pasa
inexorablemente nos obliga a la renovación y otra muy distinta es la
aventura y la improvisación, dos sensaciones que nos desagradan y que no
estamos dispuestos a avalar y mucho menos silenciar con la consabida
complicidad que ello implica. A las cosas hay que decirlas y si es
posible con la mayor claridad y nitidez para el entendimiento de todos.
Recientemente a comenzado una campaña
desestabilizadora de la familia argentina que apunta con sus dardos a la
disolución familiar – célula generadora de la vida humana – y ello
motiva nuestra profunda preocupación, pues hace peligrar la unidad tan
pregonada por nuestra carta política.
LA URGENTE LEY DEL DIVORCIO
El tratamiento de la ley de divorcio es una de
las estupideces más solapadas y atrevidas que se pueden intentar dentro
del Parlamento. El país tiene urgencias vitales que debatir, no así
snobismos propios de pueblos desnaturalizados que sostienen que la
libertad no tiene limitaciones y hacen del libre albedrío un circo
romano, en dónde no se cobra entrada y el espectáculo empieza y no
termina.
Nuestro pueblo está entroncado con una tradición
humanista y profundamente cristiana, todavía queda parte de nuestra
América intacta conservando para ejemplo de los pueblos foráneos su
raigambre occidental, sus glorias, triunfos y estandartes conseguidos a
fuerza de lucha y coraje sin igual. Tratar de arrebatar esos laureles
sería cómo arrebatarle de cuajo la esencia misma de su identidad, una
identidad que muchos quieren corromper y otros – los más habilidosos-
transformarla en una sucursal del ateísmo.
Aconsejamos calmar la ansiedad con meditación y
reflexión permanente para no entorpecer los sentidos, ya demasiado
resentidos, con las tropelías vividas en la última dictadura. Para los
males que se ramifican o bien producen efectos colaterales, hay remedios
específicos y efectivos. Los efectos del divorcio deben ser atendidos
en cuanto a tales, sin comprender la estructura en su totalidad, no
olvidar que el matrimonio está regido por normas del Derecho Civil y en
su faz espiritual por normas del Derecho Canónico y así como al hombre
no se lo puede dividir en espíritu y materia, sino que constituye un
todo armónico, la institución matrimonial tampoco puede ser objeto de
separación, pues la extirpación de uno de sus elementos afectaría sin
remedio su otro componente.
“Algo tan grave como el divorcio y que se
estaría desarrollando junto a él, es el nuevo concepto de hombre que
parece que nos quieren cambiar. Nosotros como comunidad nacional hemos
nacido con un determinado concepto de hombre y ahora pareciera que
quisieran cambiarnos ese concepto, como queriendo encuadrarnos en una
cultura nueva que ni siquiera sabemos exactamente cómo es”. (Monseñor
Carlos Galán, Secretario Gral. de la Conferencia Episcopal Argentina,
Cfr. AICA iidem p. 24).
En política la soberbia se paga caro. Siempre la
mesura y la prudencia fueron las virtudes por excelencia de los buenos
políticos, por ello no es cuestión de arremeter una carrera loca y
desenfrenada en la búsqueda de una solución que trasciende los límites
de lo mundano. Siempre lo espiritual aceptó remedios espirituales y en
este tema se centra una dualidad indisoluble que obliga al tratamiento
serio y respetuoso.
Antes que nada debemos hacer un balance de
nuestra problemática y someter a observación el resultado, que
cualquiera sea éste, nos dará las pautas suficientes para el tratamiento
de imprescindibles urgencias que necesitan ser atendidas, conforme a la
premura de cada situación.
En éste país se ha vivido siempre sin ley de
divorcio, el poco tiempo que se la puso en práctica fue desencadenante
de un golpe militar, hemos vivido más sin ella, y mal ó bien nos hemos
entendido. Lo que no entendemos son los arrebatos de algunos
representantes populares por restablecerla, lo que nos hace pensar que
algunos en su afán por solucionar sus conflictos personales instigan a
la confección de una bomba atómica para matar el mosquito que los está
molestando.
Cuando nos referíamos a la ansiedad de los
argentinos no estamos equivocados y es exactamente lo que conduce a la
histeria colectiva, se sale a la búsqueda de un aliciente para calmar un
clamor interno que no cesará con falsos tratamientos, ni anticuados
métodos, pero en la vorágine ansiosa no se deben pasar por alto
principios elementales de nuestra formación que nos ciegan en pro del
individualismo y en contra de la comunidad.
“El vínculo matrimonial es indisoluble porque
eso es voluntad de Dios, es ley divina, por lo tanto, ninguna
institución humana puede atentar contra una disposición de Dios…” (
Monseñor Jorge Novak, obispo de Quilmas, declaración a la agencia DYN,
16-01-84).
Es ésta una razón más para la consabida
meditación de los ansiosos propulsores de la tan mentada ley suspendida.
La rehabilitación de ésta no cambiará la situación interna de los que
buscan su amparo, por el contrario, requerirán una absolución sacerdotal
que no podrán obtener por el conducto de los hombres, habida cuenta que
prima sobre ellos el imperio divino.
Por otra parte poner en práctica normas que
engendran in situ una peligrosidad que alcanza los grados de la
imprevisión, sería alentar la vigencia de nuevos y audaces ensayos que
no harán más que sumirnos en el atraso y la desesperación; no son estos
tiempos de rayuelas, el juego ha terminado para un país que requiere
inmediatas respuestas al sinfín de necesidades que el pueblo está
reclamando.
“ El divorcio es un elemento más para ir creando
una sociedad permisiva, que conduce también a la debilidad social: mi
gran temor es que junto con el divorcio, o poco después venga la
criminal ley del aborto…” (Monseñor Quarracino declaraciones radiales).
¿Y EL TIEMPO DE LA ESPERANZA?
Debemos de una vez por todas advertir el
peligro, usando la previsión de la lógica y el deber ser. Detrás de los
arlequines se esconden los titiriteros y no siempre sabemos cómo son,
sino sus habilidades: “el divorcio no es más que una cortina de humo a
la que quieren ó pretenden lanzarnos mientras no se resuelven problemas
gravísimos que atentan contra la familia, para lanzarnos a una lucha
estéril a todos los argentinos, sin techo propio, con resultados
vergonzantes, dentro de la inflación incontrolable hasta el presente.
¿Por qué no solucionamos primero centenares de problemas acuciantes,
urgentes?”. (Monseñor Emilio Ogñenovich, Tiempo Argentino, 26-03-84,
pág. 5).
En fin, la realidad nos dice que no son estos
los mejores tiempos para el tránsito de una democracia que está en
pañales, una democracia que ha costado mucho: incontrolable hambre
popular, economía desvencijada y acreedores varios – aunque los mismos
de siempre – que no cesarán en su intento divisionista y desintegrador
de nuestra patria como Nación.
Ellos –como aconteció desde siempre- nos estarán
observando cada paso y cada movimiento, siempre buscando la oportunidad
para dar el zarpazo de la colonización.
Está en nosotros rectificar el rumbo impuesto, para avizorar un nuevo horizonte de grandeza y bienestar.
Ojala nos pongamos de acuerdo – de una vez por
todas- los argentinos, para que muy pronto podamos hablar de tiempos
mejores sin que ello parezca una utopía, no nos miren de reojo y se
trabaje en paz.
Cuando ello ocurra, sin duda, estaremos transitando al fin el verdadero tiempo de la esperanza.
Publicado en el Periódico Regional de NOA, La Verdad, septiembre-Octubre 1984.-
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